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Texto y foto: Javier Becerril*
La Jornada Maya

Lunes 13 de mayo, 2019

En este diario se han publicado diferentes notas que versan sobre las implicaciones económicas, sociales y ambientales, por mencionar algunas, que generará el megaproyecto Tren Maya en la península de Yucatán. Su implementación requiere muchas horas de trabajo para dimensionar, comprender la complejidad social, económica y ecológica por la que atravesarán los rieles del esperado progreso, y las implicaciones que éste generará. Las instituciones locales no deben estar ajenas. Al contrario, deben contribuir al entendimiento y con ello lograr el desarrollo equitativo tan esperado en la sociedad peninsular.

El discurso oficial “afirma y asegura” prosperidad y desarrollo “económico”. Aquí está el epicentro de la pregunta: ¿desarrollo económico para quién? Seguramente para el discurso oficial la respuesta es para los grandes inversionistas, la clase alta de la sociedad que con sencillez, facilidades, conocimiento y acceso a las concesiones podrá invertir en infraestructura hotelera, paradores turísticos, transportación logística privada, restaurantes, comunicaciones, etcétera.

Otra es la realidad de la clase media, media baja y baja. Estos últimos son los que seguramente serán –una vez más—desplazados y no incorporados de forma equitativa al mercado laboral formal. La clase baja –que es la mayoría—continuará con los problemas sociales que reiteradamente se han reportado a través de las estadísticas oficiales: pobreza, marginación, desigualdad, inequidad de género, altos costos de transacción para desplazarse de sus lugares de origen hacia la fuente de sus empleos (informales), problemas de malnutrición, incipiente acceso a la salud y educación, y nulo acceso a las concesiones de infraestructura.

Desafortunadamente se dará lugar al postulado teórico del prestigiado economista Vilfredo Pareto (1896) quien previó el 80/20; es decir, que el grupo minoritario (la clase alta o capitalista), formado por un 20 por ciento de la población, se reparte el 80 por ciento de los beneficios del megaproyecto, y el grupo mayoritario (clase baja), formado por un 80 por ciento de la población, se reparte el 20 por ciento del desarrollo o riqueza del mismo.

La imagen dice más de mil palabras: es el infortunio que vive día a día la “clase trabajadora yucateca”, que genera el valor agregado de la economía gracias a la incorporación de su trabajo al proceso productivo. Basta tener el mínimo de sentido común para analizar la inseguridad, fragilidad y riesgo del transporte “barato” que emplean las minorías, obviamente por necesidad. Es suficiente con mirar por la mañana o la tarde la llegada o retirada de la clase trabajadora a través del transporte diseñado originalmente para “carga”. Pregunto: ¿para quién será entonces el desarrollo?

Desde hace más de 150 años existe la teoría económica del desarrollo, que es un concepto amplio y que comprende diferentes conceptos e indicadores tangibles y medibles: crecimiento del Producto Interno Bruto, reducción de la pobreza y marginación, reducción de la desigualdad e inequidad de genero, acceso a los derechos humanos, acceso a la justicia, recreación y cultura, niveles deseables de nutrición y salud integral. Entre otros indicadores macroeconómicos anhelados: inflación y desempleo abierto de un dígito. Y un crecimiento del salario real justo, equitativo y que reduzca la inequidad de género, permitiendo la reproducción social de la clase trabajadora. Sin el logro y cumplimiento de estos indicadores, el discurso oficial y de la clase alta (inversionistas) sobre desarrollo económico estará sesgado hacia unos cuantos 80/20 de Pareto.

Está claro que desde la escuela de pensamiento económico no estamos en contra de un megaproyecto de esta envergadura. El señalamiento estriba en detonar un desarrollo compartido, equitativo, que reduzca la desigualdad y que sea precursor de la equidad de genero en términos salariales. Que el megaproyecto contribuya al verdadero incremento del salario real, y la clase trabajadora tenga un poder adquisitivo que le permita su reproducción social justa.

Es claro que el desarrollo es la suma de capitales: humano, financiero, infraestructura, político, natural y social -por mencionar algunos- Así esperamos que el megaproyecto detone también infraestructura de transporte seguro y barato, y que brinde acceso a muchas localidades rurales apartadas de la capital yucateca. No es justo que en pleno desarrollo de la Industria 4.0 “el Internet de las cosas” que consiste en automatizar y digitalizar todos los procesos de la cadena de valor de suministros, la fuerza laboral no cuente con un transporte digno, eficiente, confortable y barato. Que el megaproyecto del Tren Maya sea el verdadero detonante del desarrollo sustentable.

*Profesor – Investigador de la Facultad de Economía de la UADY

[i]Mérida, Yucatán[/i]
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