de

del

Enrique Martín Briceño*
Foto: Fragmento original de [i]Álbum artístico: damas, literatos, artistas y carnaval de 1907[/i]
La Jornada Maya

Lunes 24 de junio, 2019

A Enrique Martín García, en la más larga de sus siestas.

Como no tuvimos casa solariega y blasonada ni un mi abuelo que ganara una batalla, mi padre se llenaba la boca narrando la historia de su abuelo Rudesindo, a quien solamente conoció por otros miembros de la familia, pues cuando nació en 1935 aquel llevaba ya muchos años de muerto. Rudesindo fue propietario de la Casa Martín, una tienda de fonógrafos y discos que se encontraba en el número 466 de la calle 62 entre 55 y 57 —justo en el predio que ocupa hoy un restaurante de cocina yucateca—, donde vivió con su esposa Eduviges Cuevas Villanueva, su cuñada Margarita y sus hijos Lupe, María Atanasia, José María (mi abuelo), Concha y Enrique.

Según la versión de mi padre, mi bisabuelo llegó a hacer mucho dinero y su tienda fue tan importante que hasta tuvo su canción, la cual se grabó en un disco de 78 revoluciones. De este jingle avant la lettre recordaba nada más el verso y la cadencia finales: “… la acreditada Casa Martín. / Chacachán.” Contaba además que, cuando llegó Salvador Alvarado a Mérida, el bisabuelo escondió en los roperos a las niñas de la casa y, no sé si de buen o mal grado, dio alojamiento y comida a los revolucionarios. Su relato concluía con la muerte del patriarca, la herencia dilapidada por sus hijos Isidro —habido con otra mujer— y Enrique —que se dio la gran vida en La Habana—, y la pérdida de la casa de la 62. [i]Sotto voce[/i], se contaba la continuación: María Atanasia huyó con un hombre casado, quien le puso casa y, por fortuna, se hizo cargo de chichí Duva, la tía Margar y Lupe. Esta última, como con la casa había perdido su piano, hubo de conformarse con ejercitarse ¡en la mesa!

Con aquel relato, se daba mi padre un origen “decente” que encubría las carencias que sufrió en su infancia y su penosa condición de “encomendado” en casa de su tía María. Por eso siempre me pareció sospechoso, máxime cuando —prurito de historiador— no había ningún documento que lo probara. Por lo demás, nunca me interesó explorar la genealogía familiar, pasatiempo frecuentado sobre todo por quienes creen que la sangre hace mejores a unas personas que a otras. Solo cuando, en el curso de alguna investigación, fui dando con algunas noticias de la Casa Martín, vine a darme cuenta de que la historia del bisabuelo no era fruto de los delirios de grandeza familiares.

¿Quién era Rudesindo Martín? ¿Qué papel tuvo su tienda en las primeras décadas del siglo pasado en el mercado cultural meridano? Las informaciones que he reunido hasta ahora dan por lo menos para verificar lo medular del relato oral y aportan algunos datos más.

La experta genealogista María Teresa Herrera Albertos, en amable respuesta a mi solicitud, fatigó los archivos a su alcance para dar con la siguiente información: José Rudesindo Martín Angulo nace en 1863 en Conkal. En el mismo pueblo, se casa en 1885 con Ramona Aguilar, con quien tiene varios hijos —entre ellos Isidro, nacido ese mismo 1885. Diez años después, luego de enviudar, Rudesindo contrae matrimonio en Mérida con Eduviges Cuevas Villanueva. Traslada entonces su residencia a esta ciudad, donde lo encontramos viviendo en 1900 en el número 474 de la calle 62 (según el directorio de ese año, en el que aparece como “Rudo Martín”) y donde nacerán sus hijos mencionados.

Poco después, se muda al predio 466 de la misma calle, inmueble que probablemente pertenecía a la familia de su mujer. Instala allí su negocio y, ya en 1906, anuncia, en un aviso ilustrado con imágenes de The Edison Phonograph y Columbia Graphophone, que “he recibido nuevo repertorio de piezas para fonógrafos y grafófonos de diferentes clases, cantos populares con acompañamiento de guitarra, óperas por renombrados cantantes italianos, grafófonos de diferentes estilos […] como también grafófonos de disco y piezas para las mismas con cantos populares y guerras. Gran surtido de piezas cubanas” (Mérida Festivo, 25 de noviembre de 1906).

Rudo Martín fue, entonces, de los primeros que vendieron en Mérida aquellas novedades, pues, aunque el fonógrafo fue inventado en 1877 por Thomas A. Edison, los aparatos y los cilindros y discos grabados no comenzaron a comercializarse hasta la última década del siglo XIX y, en Mérida, el fonógrafo no pasó de atracción de circo hasta 1900. Cabe observar que el repertorio publicitado no incluía música mexicana, pues las primeras grabaciones de música de nuestro país las realizaron, entre 1901 y 1902, la American Gramophone Company y, en 1905, la Victor Talking Machine Company, competidoras de las empresas que Rudo representaba.

El prestigio y la bonanza del comercio de Martín pueden constatarse en otros avisos aparecidos en diarios de esos años y en un anuncio con fotografía aparecido en el lujoso Álbum artístico: damas, literatos, artistas y carnaval de 1907. La foto muestra el interior de la tienda y en ella vemos posar, entre fonógrafos y bicicletas, a un hombre moreno de mediana edad sentado (¿Rudesindo?), dos niños (¿José María y Enrique?) y cuatro varones adultos de pie (¿los empleados?). Al frente se ve un disco y al fondo y a la derecha, anaqueles repletos de cilindros, todo presidido por el letrero “Edison Phonograph” y un retrato del inventor del fonógrafo.

En esa publicación, el comerciante conkaleño ofrece fonógrafos Edison, “los afamados grafófonos ‘Siglo XX’” y “máquinas de disco”, y un amplio repertorio, que incluye las marchas [i]Lindas mexicanas[/i], [i]El estado mayor[/i] y [i]Zapadores[/i] (puede verse y escucharse la reproducción de la primera en [a=https://www.youtube.com/watch?v=WGCkYDngrSc]YouTube[/a]), así como “cantos populares, discos con acompañamiento de guitarra”, zarzuelas, selecciones cubanas y óperas. Sugiere: “con estas máquinas podéis economizar una Orquesta para el día de su Santo”, con lo que muestra uno de los usos que entonces se daba al fonógrafo. Además, informa que tiene a la venta y repara otro invento reciente: bicicletas.

El directorio de 1914 sitúa a Rudesindo Martín, “dedicado al comercio”, en la calle 58 núm. 471. ¿Había cambiado de domicilio la tienda? Se ignora. Lo que sí se sabe es que, en 1918, la casa de la calle 62 fue permutada por su propietaria, Atanasia Villanueva —cuyo parentesco con mi bisabuela no he podido esclarecer—, por otro predio ubicado en la 66 (según el Registro Público de la Propiedad y una carta localizada por María Teresa Herrera). El inmueble pasó a manos de Atilano González y su mujer Aurora Villanueva, en tanto que —supongo— la Casa Martín se mudó junto con sus dueños. Rudesindo murió a principios de los años veinte y el establecimiento se le quedó a su hijo menor, Enrique. Este intentó darle nuevo impulso en 1926, cuando —de acuerdo con un anuncio y una nota aparecidos en la revista Púrpura y Oro— el negocio se reubicó en el número 497 de la calle 67 entre 58 y 60.

El anuncio promovía, en primer término, las máquinas y los discos Columbia; invitaba a escuchar la más reciente innovación de la compañía, llamada Viva Tonal, y presentaba a la Casa Martín como “la negociación más importante del ramo”. En nota aparte se daba cuenta de una audición que había organizado el joven Enrique Martín Cuevas, “distribuidor único en el Sureste de México de la ‘Columbia Phonograph Co., Inc., de New York”, para dar a conocer el nuevo equipo Columbia Viva Tonal. A la presentación fueron invitadas personas distinguidas y periodistas, quienes, además de escuchar el moderno aparato, disfrutaron de la música interpretada en vivo por el dueto Palmerín-Rodríguez.

Fue precisamente en ese 1926 cuando se creó el danzón Martin House para hacer publicidad a la tienda de Enrique Martín C., según una costumbre que data de la década anterior. La composición es de José A. Castilla y en su sección final incluye estas palabras: “Las novedades que al mundo llegan / las reproduce el disco Columbia, / que distribuye en todo el sureste / la acreditada Casa Martín” (en el archivo que fue del músico Everardo Concha hallé la parte del primer clarinete). Fue grabada en Nueva York nada menos que por la orquesta del pianista cubano Nilo Menéndez (el de [i]Aquellos ojos verdes[/i]) en marzo de 1926, por supuesto bajo el sello Columbia (Richard D. Spottswood, Ethnic Music on Records, 1990, p. 2107).

Sin embargo, la promoción y la publicidad no fueron suficientes para que la Casa Martín sobreviviera por mucho tiempo más. La falta de pericia para los negocios o el desprendimiento del tío Enrique dieron al traste con la empresa. Curiosamente, su declive coincidió con el ascenso, como artista de la Columbia, de un talentoso joven que había sido vecino de la familia Martín: Guty Cárdenas (vivió en la 55 con 57, donde está ahora la Biblioteca Cepeda Peraza). Esta probable relación entre nuestros ancestros y Guty —nacido en 1905— es objeto de un capítulo de la novela
[i]La muerte del Ruiseñor[/i] de Carlos Martín Briceño, que aprovecha algunos de los datos que he dado aquí (y añade otros, inventados).

Lo cierto es que, aunque no fue el único establecimiento que vendió fonógrafos y grabaciones en las primeras décadas del siglo XX, la Casa Martín sí desempeñó un papel sobresaliente en la circulación que tuvieron por esos años los equipos y los fonogramas producidos por la Columbia. A través de estos, llegaron a grupos sociales diversos —incluidos los mayas—, músicas que antes no estaban al alcance de todos (v. el artículo de Jaddiel Díaz Frene en Historia Mexicana, jul-sep 2016), entre ellas, desde 1914, jaranas y danzones yucatecos. No habrá ganado ninguna batalla, pero acaso por ello merezca ser recordado el bisabuelo Rudesindo.

*Investigador del Centro de Investigaciones Artísticas de la Escuela Superior de Artes de Yucatán (ESAY).

[i]Mérida, Yucatán[/i]
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