de

del

Rafael Robles de Benito
Foto: Enrique Osorno
La Jornada Maya

Lunes 22 de julio, 2019

Hace algunas décadas, quien fuera conductor del taller de creación literaria en el que tuve el placer de participar unos años, Felipe San José, decía con insistencia que utilizar el gerundio sin verbos de apoyo es un error frecuentísimo y espantoso. Tenía razón: los enunciados construidos así, con sólo un gerundio, quedan como contrahechos, tullidos, incapaces de sostener y echar a andar idea alguna. Y así, en el arranque de esta cuarta transformación, da comienzo Sembrando vida.

La idea, en principio, no parecía mala: un programa orientado a convertir en paisajes productivos las áreas de bosques tropicales deforestadas o degradadas, a través del reclutamiento de campesinos dispuestos a sembrar especies de frutales, árboles maderables, y granos básicos, en predios de dos y media hectáreas, a cambio de un pago mensual de cinco mil pesos, quinientos de los cuales serían depositados en una cuenta de ahorros, de la que podrían disponer una vez transcurrido un período de cinco años. Pero como siempre, la realidad –tozuda ella– se ha empecinado en cambiar el rumbo propuesto, por diversas razones de carácter social, económico y político.

A medida que avanza la puesta en marcha del programa, van surgiendo indicios que hacen temer que puede convertirse en un importante motor de deforestación. En el caso del estado de Quintana Roo el programa aplica en cien ejidos de cinco municipios, con cinco mil productores. De ser cierto, esto implica “sembrar vida” en 12 mil 500 hectáreas. En comparación con la superficie del estado, la cifra resulta modesta, pero merece la pena analizarla con un poco más de detalle. Para empezar, los cinco municipios que se han seleccionado son Bacalar, Othón P. Blanco, Lázaro Cárdenas, José María Morelos y Felipe Carrillo Puerto; las porciones del territorio quintanarroense que conservan las áreas de selva mejor conservadas de la entidad, de manera que se pretende llevar a cabo este programa en los sitios donde resultan más escasos los predios deforestados o degradados.

No todos los ejidos que forman parte de estos municipios están incluidos en esta fase del programa. La mayoría de los que sí se han considerado elegibles se encuentra vinculada a lo que se espera será el área por donde corran las vías del tren maya, e incluye algunos de los ejidos forestales ejemplares del estado. El tren, se nos ha dicho con insistencia, no tocará un solo árbol, y sus impactos ambientales serán evaluados escrupulosamente.

[b]Créditos a la palabra[/b]

Si a esto se suma la contribución del programa de créditos a la palabra para la actividad ganadera, particularmente de bovinos, el panorama futuro de la capacidad del estado para abatir la emisión de gases de efecto invernadero, e incrementar su potencial de captura de carbono, no resulta particularmente alentador.

Con todo esto, no quiero dejar la impresión de que considero que “sembrar vida” resulte insensato: en la medida en que contribuya al incremento de la productividad del campo, abone a la restauración de áreas degradas o deforestadas, y permita a las comunidades rurales contar con condiciones económicas más holgadas, bienvenido sea. Lo que sí creo que es importante es que se transparente la distribución territorial del impacto del programa (qué ejidos y qué predios se seleccionan para participar), y se pueda verificar que ese impacto se ejerce en terrenos que en efecto no implican la sustitución de la selva por cultivos agrícolas o actividades pecuarias.

Dicho sea de paso, llama la atención el silencio de las organizaciones que se precian de representar los intereses de los pueblos originarios, ante el avance de un programa que afecta precisamente los territorios que estos pueblos habitan. Es fácil mostrar una furibunda indignación ante la firma de un acuerdo de voluntades entre tres gobiernos estatales (recuerden el caso del ASPY), pero no lo es tanto cuando se trata de un programa que ofrece a los beneficiarios dinero contante y sonante, aunque no se sepa si va o no a deteriorar las condiciones ambientales del territorio indígena.

[b]Tender puentes[/b]

Creo que en estos días, cuando las organizaciones del gobierno federal pugnan por definir sus maneras de actuar en un escenario nuevo, pletórico de cambios atropellados y discursos paradójicos, urge tender puentes de colaboración y coordinación entre los gobiernos subnacionales y locales, y las representaciones de la federación en los estados. Es indispensable lograr que los gobiernos estatales y municipales puedan intervenir en la selección de zonas elegibles para la realizaciones de las acciones propias del programa Sembrando vida, de modo que en el camino no se vean puesto en riesgo el cumplimiento de las metas comprometidas por el estado ante la nación, y ante organismos internacionales, como las metas 2030 o los acuerdos firmados en Bonn, Nueva York, Balikpapan o San Francisco, para mencionar solamente unos cuantos.

Para terminar, esta mañana, antes de ponerme a redactar los últimos párrafos de este breve ejercicio, escuchaba la “mañanera” que conduce el Presidente en Palacio Nacional. Un periodista (no recuerdo su nombre, ni el medio en que colabora), le preguntó a Andrés Manuel si Sembrando vida podría apoyar el cultivo de mariguana. El Presidente respondió con un escueto “de acuerdo”. Supongo que eso no significa que sí, que Sembrando vida tendrá un componente de “sembrando mota”. Pero lo que sí evidencia es la poca comprensión que se tiene acerca de las características, los alcances y los propósitos de un programa. Aclarar las dudas que aún persisten al respecto será una buena manera de evitar que se convierta de una esperanza de restauración ecológica, en una amenaza de deforestación neta en los bosques tropicales de nuestro país.

[i]Mérida, Yucatán[/i]
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