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del

Fabrizio León Diez
La Jornada Maya

Lunes 5 de agosto, 2019

La expedición inicia cuando se tiene en claro la función que uno tendrá en ella, más cuando no se es buzo, la aventura es en altamar, y la exploración trata de cómo los mayas pescan langostas.

Las langostas en el mar son como los alacranes en el desierto: raros; quien los pesca, también.

La belleza inconmensurable de los dos bichos aterra y su valor estético es similar a su función biológica.

Los desiertos son mares secos y el arrecife es una vía láctea inundada por corales que algún día serán arena de un desierto.

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El Arrecife Alacranes es un atolón de islas que, a la distancia, semejan desiertos y debe su nombre a las caprichosas formas que tiene. Dicen que desde el aire se parecen a la figura de un alacrán, aunque también podría ser una langosta; depende del ángulo desde el cual se vea y de la imaginación.

Desde que me embarqué, el cuerpo me reclama en dolores el trabajo de una rutina desconocida y la concentración que se necesita para no provocar un accidente, cuando se viaja en una embarcación donde se convive con 10 marinos experimentados, la mitad como tripulación al servicio de cuatro buzos y un periodista que, para no presentar un estorbo o parecer polizonte, se convirtió en observador casi inmóvil debido a su condición física de citadino.

Durante 72 horas viajamos y pernoctamos en dos embarcaciones en los alrededores de la zona del arrecife, saliendo de Progreso y cruzando las rutas de los austeros barcos pesqueros y los lujosos yates profesionales. Los primeros son el objeto de nuestra historia, los segundos una historia por contar.

Para quien no es buzo, como el que escribe, la experiencia se volvió frustrante por no haber podido ver los hechos y su paisaje bajo un mar apabullante cuyos fondos se transparentan en diferentes capas de corales.

Fue la madrugada del jueves 11 de julio de 2109 cuanto partimos en una pequeña lancha para encontrar el barco nodriza y ser recibidos por una tripulación que asemejaba a las descripciones de Emilio Salgari en Sandokán; dignos hombres de mar, viviendo en condiciones de perfecta austeridad, con el orden que impone un oficio que se honra en la rutina donde la seguridad puede ser muy endeble y un error puede desencadenar más daño que un fuerte aire, una tremenda tormenta o una secuencia de olas.

Es tan raro ir a un barco pesquero como extraordinario que alguien los visite; por ello el desayuno al que nos invitaron se convirtió en un rápido festín, donde los huevos revueltos brillaron en nuestro paladar como los ojos del cocinero de la embarcación al ver cómo los engullía.

El tiempo que utilizaban los buzos de la expedición en incorporar en su cuerpo todo el sofisticado equipo para respirar bajo la mar contrasta con la rapidez y audacia en la que los pescadores mayas se sumergen para pescar “a pulmón”.

Desde la superficie, los pescadores navegan y nadan “a ojo” y muy ligeros en equipo. Más que austeros, sus instrumentos son rudimentarios y su humor es tan atinado como el de un acupunturista.

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En sus manos, las langostas son insectos que se asemejan a un gran alacrán derrotado. Al cercenar su cuerpo para separar la cola de la cabeza, se puede confundir cuál de las piezas es más valiosa y hermosa.

El éxtasis que irradian los buzos al salir del mar, luego de despojar de su cuerpo en un antifaz magnífico, respirar y sobreponerse de un exceso de adrenalina, es similar a la mirada de un niño que descubrió un placer, o la del loco que encontró la lucidez.

De la misma forma es la concentración que tienen antes de sumergirse: la mirada fija en el piso de la barca traduce en detalles el profundo miedo que se tiene; como cuando se fuma un cigarro antes de entrar a un quirófano o luego de salir de él.

Pude hacer dos visitas a la isla Pérez, cuyo faro es un edificio emblemático que se integra a la permanente parvada y el paisaje sonoro de filarmónica caribeña.

Sin ser más importante uno u otro sentido, tal vez la vista fue la más favorecida, aunque oír los estruendos del silencio total hace pensar que el oído es todo, y el ruido, sabe.

Por la noche, bóvedas absolutas. Arriba oxígeno virgen eterno; abajo corales que reflejan las estrellas; en medio, como un secreto, el sol. Siglos rápidos después, mucho antes del amanecer, como una cuña, la luna soporta la oscuridad.

Las constelaciones tienen las formas de alacranes y langostas, como las fuertes nubes y corales; raros.

En la bitácora quedan escritos en corales, improntas de sueño, desiertos y errores.

¿Me explico?

[i]Mérida, Yucatán[/i]
[b][email protected][/b]

[h2]Para leer el reportaje completo:[/h2]

[a=https://www.lajornadamaya.mx/2019-08-05/Sin-estelas-en-la-mar]Sin estelas en la mar[/a]

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