Abraham Bote
La Jornada Maya

Mérida, Yucatán
Miércoles 28 de agosto, 2019

Al ingresar al sitio arqueológico de Chichén Itzá, uno puede ser testigo del genio humano creador, conectarse con el pasado, el presente y proyectarse al futuro: “Cuando estás parado enfrente del Castillo sucede una conexión con nuestro pasado y al mismo tiempo te ofrece una noción del presente y de futuro donde te proyectas como un ser creador”; reflexiona el arqueólogo Marco Antonio Santos Ramírez, director de la zona de monumentos arqueológicos de Chichén Itzá, adscrito al Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), durante una visita a la antigua ciudad maya.

Desde julio y hasta octubre, más de 30 personas entre arqueólogos y restauradores trabajan en el Proyecto de Conservación Integral Chichén Itzá 2019, que consiste en la restauración e intervención de tres edificios de esta zona: la subestructura del Templo de los Guerreros, El juego de Pelota y La Iglesia.

[i]La Jornada Maya[/i] realizó un recorrido por estos tres sitios, permitiéndosele ingresar hasta las entrañas de algunos; otros que nunca habían sido intervenidos y que dejan patente que a pesar de los años se han conservado en pie.

Más allá del ámbito turístico, Santos Ramírez piensa que tenemos que valorar este patrimonio cultural de la humanidad en todas su dimensiones, dejar este legado a quienes vienen después de nosotros. Por lo tanto, explica, no sólo se trata de conservar, sino mantener este valor para que las futuras generaciones sigan apreciando esta obra del genio creador humano y al mismo tiempo entender cómo era la ciudad en determinado momento.

“Se busca, con estos proyectos, que cuando la gente acuda a la zona arqueológica tenga una experiencia de vida, que ya no sea la misma tras visitar estos lugares, porque te conectaste con ese pasado, haces sentido tu presente y te proyectas al futuro”.

Como parte del Convenio de Aportaciones del gobierno del estado de Yucatán con el INAH, firmado el año pasado, en el 2019 se destinaron 17 millones de pesos para el desarrollo de proyectos de investigación, conservación, restauración y difusión del patrimonio cultural de Yucatán, refirió Eduardo López Calzada, director del Centro INAH en Yucatán.

De este acuerdo, explicó, deriva una serie de proyectos en cinco sitios arqueológicos, entre ellos Chichén Itzá, donde se destinaron cinco millones; la mitad para restaurar los tres edificios mencionados y la otra para investigación de lo encontrado y en el Viejo Chichén.

[b]Cada edificio, un alma[/b]

Reportero y fotógrafo de [i]La Jornada Maya[/i], acompañados de Claudia García Solís, restauradora y coordinadora general del proyecto, bajamos por unas escaleras, construidas por el Instituto Carnegie hasta el “corazón” del Templo de los Guerreros; es decir, su subestructura, donde se pudo observar una serie de pilares con relieves, figuras, y murales que apenas conservan sus colores, ya que se cubrieron antes de perderlos completamente.

Esto comprueba que cada edificio posee un alma, pues los mayas buscaban conservar cada estructura de cada edificio. Por eso trataban de dejar intacta cada parte y construir encima de las estructura sin dañar la anterior. “Cada estructura, cada edificio, tiene su propia alma”, comenta la especialista.

García Solís explica que en este espacio se hace un trabajo minucioso y especializado en las pilastras que tienen restos de color, pues tratan de consolidar las capas de color con nanopartículas de hidróxido de calcio. Resalta que son vestigios relevantes por su singularidad. Además, gracias a estas pilastras se puede saber y entender cómo era Chichén. “Nos muestra cómo fue la ciudad alguna vez con todos estos coloridos”, afirma.

La restauradora precisa que toda la ciudad estuvo llena de color. Sin embargo, al estar expuestos al sol, las lluvias, y con el paso del tiempo, se fue perdiendo; por eso la relevancia de las estructuras interiores, ya que enseñan cómo fue la urbe alguna vez.

Precisa que no se replican los colores; los trabajos consisten en fijar y consolidar lo que hay: la restauración implica conservar lo que hay para que no se pierda más.

También, como parte del proyecto, se estudia el estado físico de los materiales y la estructura, especialmente las vigas de concreto y su oxidación.

[b]La Iglesia[/b]

Este edificio, que se encuentra al sur, es de los más antiguos. Es de estilo puuc y lo distingue una banda glífica que lamentablemente ha perdido sus glifos por estar hecha de estuco. Su singularidad consiste en que se ha mantenido en pie, no ha sido restaurado y ésta será la primera intervención que se le haga.

Karla Martínez López, encargada de la intervención La Iglesia y restauradora del Centro INAH Yucatán, indica que ya se trabajó la fachada sur y ahora se trabaja en la principal, se hace una estabilización de todo el edificio;en el techo sustituyeron la plancha de cemento que tenía por un mortero de cal para luego impermeabilizar con materiales como cal y alumbre, compatibles con la obra.

Sustituyeron todas las juntas de cemento por otras de cal hidráulica. En la parte baja ya no se tenía nada de las juntas constructivas porque las iguanas estaban socavando el material. En toda la parte de los frisos, las cornisas se están estabilizando.

Aunque parezca que hay partes donde no se intervino, la restauradora explica que el fin es mostrar el paso del tiempo, por eso sólo se intervienen las partes más deterioradas y se dejan las otras para hacer comparaciones. Por eso se hace la mini intervención para dejar patente cómo estuvo, cómo ha pasado el tiempo, pero también cómo se ha conservado. “Que tenga ese sentido que ha pasado el tiempo, pero la preocupación es que esté estable ahora”.

[b]Los otros restauradores[/b]

Jorge Poot Pool, de 69 años y originario de Xcalacoop, ayuda a los restauradores y especialistas en el interior de la subestructura del Templo de los Guerreros. Lleva más de 15 años auxiliando a los encargados de Chichén Itzá, como el extinto doctor Peter J. Schmidt.

Platica que antes de iniciar sus labores, él y sus compañeros realizan una pequeña ceremonia en la que ingieren bebidas sagradas como saká o pozol, elaboradas a base de maíz molido y endulzadas con miel de abeja, o el balché, preparado con la corteza de un árbol del mismo nombre, la cual se remoja unos 30 o 40 días; cuando está en su punto y agarra un color gris, se le aplica la miel.

Para Poot Pool su trabajo es importante; se siente fiel y especial, pues experimenta una conexión espiritual con su pasado, con sus antepasados mayas, admite: “Es una bonita experiencia trabajar en estos templos”, afirma mientras limpia su rostro empapado de sudor y al mismo tiempo agradece a los restauradores y arqueólogos por los trabajos de preservación y conservación del legado maya.


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