Einstein y el sueño del tiempo

José Ramón Enríquez
Foto: Afp
La Jornada Maya

Miércoles 4 de septiembre, 2019

Leo en [i]Libros del Asteroide[/i] (2019), la traducción hecha por Andrés Barba de [i]Los sueños de Einstein[/i], de Alan Lightman, publicada en inglés en 1993. Leo cuando el planeta se derrite por el calentamiento global que provoca nuestra especie y que, por esa misma razón, también se incendia, sin descartar las manos de criminales que medran con la tala.

Contemplo horrorizado ambos fenómenos, así como veo a la adolescente Greta Thunberg llegar a Nueva York para hablar, seguramente sin resultado alguno, ante la ONU. Estoy al inicio de un nuevo ciclo en mi propia vida, cuando la reflexión sobre el tiempo se me ha vuelto obsesiva. No el tiempo de los filósofos ni el tiempo de los físicos teóricos sino ese que me queda como persona y queda a mi especie en una madre tierra como la que nos fue dada o de la cual surgimos. Ese tiempo, el mismo que se agota.

Me estimula esta espléndida novela (habrá quien la considere un conjunto de relatos) porque me saca de la dolorosa realidad y me lanza al mundo de la fantasía que es, con toda seguridad, el auténtico, el posible o, al menos, el único habitable.

Alan Lightman, un respetado científico y un notable narrador nacido en Memphis, Tennessee, en 1948, imagina al joven Albert Einstein en 1905, soñando con el tiempo y con la cabeza desmelenada sobre su escritorio lleno de libros abiertos en una oficina todavía desierta: "Tiene sueños relacionados con el tiempo" y sus muchas naturalezas, "una de ellas parece más convincente que las demás y no es porque las otras sean imposibles, tal vez existan en otros mundos..." Y, a partir de tal premisa, Alan Lightman construye un libro sabio, bello y apasionante.

Existen múltiples maneras de enfrentar los problemas con el tiempo: desde la lucha contra él tanto en la poesía y el mito originario griego como lo es Zeus vencedor de Cronos, como en la imparable carrera científica contemporánea para detener o alargar el envejecimiento, hasta las formas de tratar de comprenderlo ya sea en la filosofía, ya sea en la fe o en la imaginación. Pero Lightman lo plantea desde la figura del joven empleado en una oficina de patentes de Berna, aburrido y distraído como debió estar Albert Einstein, que navegaba en sus sueños por los muchos mundos, todos posiblemente simultáneos, que pueden ser referidos al tiempo.

Treinta sueños, con tres interludios y un epílogo, son los que ofrece Lightman. Comienza el 14 de abril de 1905, el mismo año en que Einstein publicara la Teoría de la relatividad especial, cuando transcurre el primer sueño del joven genio. Entonces "imagina que el tiempo es un círculo que se pliega sobre sí mismo. El mundo se repliega de forma precisa e infinita" y hasta ese sitio me traslada como lector mi propia fantasía. La angustia de mi mundo cuyo futuro (el que heredaremos a Greta Thunberg) ya resulta francamente improbable, se desvanece ante el juego que me propone Lightman.

Y cada lector, desde su propia experiencia, lo vivirá a su manera, hasta llegar al mundo soñado por Einstein el 28 de junio de 1905, antes de entregar a la mecanógrafa de su oficina el borrador de su Teoría de la relatividad especial para que la pase en limpio. En ese sueño una anciana trata de atrapar un ruiseñor, que es el tiempo, con un frasco "pero se da cuenta de que no tiene ninguna opción de atrapar ninguno, deja caer el frasco y se echa a llorar".

Pero, en vez de llorar, sonrío. A pesar de la tristeza de imaginar a alguien de mi edad que trata de capturar su tiempo, el juego de la fantasía me deja un sabor amable. En cambio lloro amargamente al pensar en Greta Thunberg, recién llegada a Nueva York.

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