de

del

Hugo Castillo
 

La Jornada Maya


A casi 21 años de la caída de las Torres Gemelas se puede decir mucho de la situación mundial de seguridad. Nos hemos acostumbrado a ser revisados de pies a cabeza en los aeropuertos y a escuchar de la presencia de tropas estadunidenses en Medio Oriente pero, ¿podemos afirmar que nos sentimos más a salvo? ¿Se le ganó la guerra al terrorismo?

Para responder estas preguntas es necesario regresar un poco en el tiempo, a los años anteriores al ataque contra las icónicas torres neoyorquinas. 

Si bien el islamismo (y su facción más radical, el yihadismo) existen desde hace mucho tiempo, no fue hasta 1983 cuando esta ideología política se convirtió en una verdadera amenaza global al idear una nueva y poderosa arma. En ese año, una serie de atentados con coches bomba, achacados por Estados Unidos al Hezbollah y sus aliados, sacudieron las oficinas de Washington en Beirut e inauguraron una nueva forma de violencia contra occidente. 

Hay que mencionar que, por si misma, ninguna facción yihadista o terrorista puede hacer frente a Estados Unidos o a ningún ejército formal. El terrorismo es una estrategia bélica utilizada por los débiles para generar miedo e incertidumbre entre los poderosos. Su potencia radica en que es aleatorio e inesperado, aumentando la vulnerabilidad del poderoso y la fuerza del débil.

Es por eso que los atentados en Beirut pusieron a temblar a todos los líderes políticos de occidente. Washington y sus aliados se dieron cuenta que ya no se necesitaban muchas armas o militantes para ocasionar caos y muerte en sus territorios; unos kilos de explosivos y un lugar lleno de gente o de personajes importantes eran suficientes para poner de rodillas a los poderosos. 

 

Una nueva historia de David contra Goliat

Más 20 años después, los hechos del 11 de septiembre en Nueva York y Virginia vinieron a corroborar esta tesis de la vulnerabilidad total global. En los meses previos a los atentados, las agencias de inteligencia estadunidenses se llenaron de reportes sobre posibles ataques, pero toda la información apuntaba a lo mismo: se trataban nada más de posibilidades.

En entrevistas con los líderes talibanes, a quienes se les culpa de conocer y apoyar el ataque, estos afirmaron que sabían de iniciativas y planes, pero no había nada concreto y, a pesar de ser en su tiempo el enemigo número uno de EU, hasta la fecha no hay una forma directa de ligar a Osama Bin Laden con el atentado. Él era el líder de Al Qaeda en ese momento, y su violenta retórica muy probablemente ayudó, pero lo más que se puede asegurar es que consideraba la idea como algo posible. 

La realidad, muy difícil de aceptar, es que antes de que los aviones colisionaran, los únicos que sabían concretamente del ataque fueron los yihadistas que planearon y ejecutaron el mismo, aquellos que murieron junto con las miles de personas que se encontraban en los vuelos, las Torres Gemelas y el Pentágono. Lo demás es historia e incertidumbre en un mundo que desde entonces vive en un estado de paranoia securitaria. 

Respondiendo a las preguntas iniciales, quizá la respuesta es que seguimos tan expuestos al terrorismo hoy como lo estábamos el 11 de septiembre de 2001. 

El yihadismo es una amenaza real hoy porque occidente sigue generando caos entre los musulmanes, quienes débiles e ignorados por el mundo, recurren a la única arma que tienen a mano para hacer frente a sus enemigos. La posición de poder de unos contribuye a la desesperación de otros, renovando el ciclo de enajenación y violencia que promueve al terrorismo yihadista.

Si occidente quiere acabar con esta inseguridad global, debe erigir al 11 de septiembre como un recordatorio de la violencia que genera la desigualdad global y no como una fecha que genera más rencor y caos entre los pueblos. Tal vez en un futuro podamos recordar a los atentados en las Torres Gemelas y el Pentágono como el inicio de un proyecto global para el entendimiento entre los pueblos y no como el éxtasis de la decadencia mundial.

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