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del

Martha Adrian Morales Ortiz, [i]Witzilin[/i] y César Daniel González Madruga, [i]El Siervo[/i]
Foto: Ap
La Jornada Maya

Los incendios han estado lastimando profundamente no sólo al gran pulmón del mundo, la Amazonía, sino también a otros lugares de relevancia ecológica como sucedió en Australia, el Congo en África y el Ártico. A la par también se vivió en las Bahamas el paso del huracán Dorian, que hasta el momento ha dejado daños incontables, más de 70 mil personas quedaron sin hogar.

Hasta ahora suman 43 los muertos y los grandes esfuerzos para encontrar a todos los desaparecidos continúan. La ayuda humanitaria y la empatía de organizaciones internacionales y naciones que ante estos sucesos han mostrado su solidaridad y la consciencia colectiva, es buen presagio; los valores universales renacen, en medio del caos en todas las formas posibles, para ocuparse proactivamente de los daños colaterales de todas estas catástrofes. Sin embargo hace falta algo mucho más profundo, que nos impulse a trascender estas problemáticas que año tras año parecen empeorar y acrecentarse.

De acuerdo al modelo de pensamiento que plantea la Ecología Emocional, de Mercé Conangla y Jaume Soler, podemos aprehender de nosotros mismos a través de los distintos arquetipos contenidos en la equilibrada relación de los ecosistemas resguardados en la Naturaleza, para entonces lograr “el arte de la sostenibilidad emocional, gestionando las emociones de forma creativa y amorosa, para aumentar la calidad de vida y cuidar nuestro mundo”. El ser humano en sí mismo comienza a ser un ecosistema, el cual se va enriqueciendo y acrecentando de acuerdo a las distintas inter-relaciones, algunas ya dadas desde el nacimiento, otras se van co-generando y entrelazando y cada relación implica una gestión equilibrada de las emociones. Esta metáfora en cierto sentido la podemos encontrar inscrita en las cosmovisiones de culturas ancestrales, donde entendían al ser humano como parte de la Gran Unidad Planetaria, comprendiéndose como hijos de la Madre Tierra.

En las ceremonias tradicionales ancestrales encontramos diversos cantos de tradición que expresan ese sentir y empatía con la Naturaleza. Por ejemplo está el canto en el que se visibilizan los cuatro elementos dentro del ser: “tierra es mi cuerpo, agua mi sangre, viento mi aliento y fuego mi espíritu”. Así, haciendo uso de la ecología emocional, llevándola a un sentido mucho más ecológico y social, podríamos entonces empezar a preguntarnos sobre la relación que hay a nivel individual, familiar, colectivo y social con los elementos que ahora están manifestándose de forma radical. ¿Qué estamos calcinando de nosotros?, ¿por qué nos estamos sometiendo a este momento tan catártico, convirtiéndonos en cenizas para entonces resurgir cómo qué?, ¿es necesario llegar a este punto tan doloroso de devastación para resurgir?, ¿por qué no elegir una forma más amable y bondadosa?, ¿por qué tenemos que incendiarnos y hacer perecer la vida en minutos cuando le ha llevado miles de años en recrearse?, ¿qué pensamientos y sentimientos estamos gestando dentro de nosotros para que se expresen de forma violenta?

Estos problemas ambientales y globales, además de provenir de los grandes intereses que dan la inercia al modelo de desarrollo, el cual es totalmente insostenible, también son una provocación para mirar hacia dentro, cohabitar nuestra naturaleza y gestionar de la mejor manera nuestros propios recursos emocionales, mentales, sociales y culturales para lograr vivir en armonía; pero esa armonía debe emerger de forma implosiva para que se refleje hacia el exterior. Nuestra misión es ser mejores hijos de la Madre Tierra y cuidar de todas las bondades que ella co-crea para la vida misma.

[i]Mérida, Yucatán[/i]
[b]Twitter: @witzilin_vuela,@CesarG_Madruga[/b]


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