Ulises Carrillo Cabrera
Fotos: Elena Suro Azcárraga
La Jornada Maya

Mérida, Yucatán
Viernes 1 de noviembre, 2019

Yucatán es un paraíso para vivir, incluso después de muerto. Sus ciudades para el descanso eterno, ofrecen una calidad de vida que bien podría competir con las que habitan los que todavía respiran. Esas ciudades alternas son seguras, tranquilas y, sobre todo, hermosas.

Nuestros cementerios son las Ciudades del Xibalbá, verdaderos paraísos urbanos para residir eternamente. La belleza de estas ciudades no es casualidad o inercia, es una construcción colectiva de cada familia y comunidad, reflejan tanto un cariño entrañable por un ser querido, como un tejido social fuerte.

Las tumbas y osarios en Yucatán tienen, además, una característica que los hace casi únicos: la tradición dicta que tengan forma de casas, iglesias o espacios urbanos en miniatura. La variedad es enorme, desde la pequeña casa maya hasta una catedral a escala y -lo creamos o no- incluso una cancha de béisbol y un faro marino.

En esos espacios sacros, hay mucho que contemplar, observar y registrar en imágenes y letras, siempre con respeto y humildad. Son espacios íntimos y públicos al mismo tiempo; rincones mágicos y mundanos de forma simultánea. Espacios increíbles de esos que sólo en Yucatán pueden existir; tesoros escondidos y del todo negados para la mirada ligera.

Con la intención de hacer ese registro de imágenes, decidimos visitar 110 cementerios en nuestro estado y hacer el respectivo homenaje fotográfico a esas Ciudades del Xibalbá. Ciudades que muchas veces se quedan ocultas, así sea pleonasmo decirlo, porque Xibalbá es literalmente eso: “el lugar oculto”.

Fueron miles de fotos para las que es imposible encontrar espacio suficiente en el papel o el ciberespacio de un micro-sitio, pero varias decenas sobrevivieron a un doloroso proceso de selección y son las que deben ser las protagonistas principales de esta crónica.

¿Cuál fue el criterio para dar preferencia a las imágenes, se preguntará el lector? La respuesta es directa y es también la guía para apreciarlas. Se seleccionaron las imágenes de nuestros cementerios que los muestran como verdaderos espacios urbanos; fotos que tomadas en el ángulo correcto, descubren una perspectiva nueva para percibir lo que ya creíamos haber visto tantas veces.

En las celebraciones de nuestros muertos, en este Hanal Pixán -o Janal Pixán, si nos queremos ver puristas en las formas escritas- pretendemos recalcar la idea de que no iremos a visitar la tumbas de nuestros difuntos, sino a visitar las ciudades en las que ellos residen. Seremos invitados en las urbes en las que los difuntos viven una nueva y mejor vida, así ya estén muertos.

Juan Rulfo decía que en Comala “muchos de los que allí se mueren, al llegar al infierno regresan por su cobija”; pues aquí proponemos que los Caminantes del Mayab que se adelantaron, retornan a inspirar a sus familias para erigir ciudades que, cuando se les mira con atención, están vivas y llenas de sabiduría y audacia en sus trazos.
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[b]Urbanidad Majestuosa[/b]

El lugar es Izamal, pero uno duda si en realidad no está viendo un trasplantado París. En ese hermoso cementerio la perspectiva de las pequeñas casas, los osarios con sus columnas, los ángeles del cementerio y la iglesia de los vivos al fondo, le recuerdan a uno fotografías de la capital francesa con sus hermosos palacios, la catedral de Notre-Dame y sus gárgolas y al fondo la basílica de Sacré-Cœur.

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En Conkal uno se siente en algún punto de Italia, con bellos osarios que parecen apartamentos de alguna estrecha calle medieval, todos exhibiendo una hermosa pátina que sólo el tiempo y la historia pueden dejar. Los colores, las texturas son las mismas. Uno se imagina historias de romance e intrigas de los Medici, los Sforza, los Capuleto, cocinándose para ser los señores de este espacio urbano.

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Uno abre los ojos despacio y piensa que está en alguna metrópoli del sudeste asiático, tal vez hasta la India. Los colores, las formas muy elaboradas, la verticalidad, la densidad de las construcciones, lo hacen pensar en Mumbai, Delhi o Varanasi. Sin embargo, este espacio mágico está en Hoctún con sus verdes intensos, sus amarillos azafrán, sus rojos ocres, sus tumbas coronadas por Castillos de Chichén Itzá en miniatura y una enorme torre alta pintada con rayas verdes y blancas, un auténtico rascacielos del Xibalbá que bien podría ser parte de un mandir hindú, pero es en realidad un osario familiar.

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Claro que no nos podrían faltar los paisajes de ciudades que parecen colgadas de la verticalidad de colinas en Río de Janeiro, en La Paz o la propia Ciudad de México, por mencionar decenas de urbes en las que las casas parecen levantarse unas sobre otras. Pisté y Cholul nos regalan instantáneas de esos paisajes ocultos en los que la convivencia debe ser bulliciosa y llena de identidad de barrio y pertenencia social.

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[b]Puertas a las casas eternas[/b]

Dejemos por un momento las grandes perspectivas urbanas y vayamos a la visita íntima. Demos un vistazo a las puertas de las casas en las Ciudades del Xibalbá. Puertas a la dimensión de los que ya se fueron, de los que nos esperan y nos cuidan. En Holcá nos recibe una pequeñísima puerta que es reproducción fiel de las puertas típicas de nuestras casas. En absoluto contraste, en Libre Unión uno no puede dejar de pensar en una puerta de alguna isla griega, por los colores y el diseño. En Samahil, los colores y las formas tienen un aire londinense. En Pisté, José Eduardo y María Mercedes nos dejan una hermosa puerta blanca bien cerrada con un candado hecho a la medida, mientras no dudamos habrán salido a recorrer su ciudad.

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Sin embargo, en Quintana Roo la recepción es más cálida, casi invitándonos a pasar, con sus luces prendidas, las puertas abiertas o entreabiertas, porque se aproxima la tarde y las visitas están por llegar.

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[b]Colonias y calles del Xibalbá[/b]

Las colonias y casas de las Ciudades del Xibalbá se asemejan tanto a las nuestras -eso sí, siempre en una mejor versión- que a veces es imposible distinguirlas de las ciudades de los vivos. En Libre Unión uno no sabe si está llegando al cementerio o a una de las primeras casas del pueblo, el sentir es absolutamente vivo, urbano y dinámico. Kimbilá genera la misma sensación.

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En Kinchil, la calle del Xibalbá es poblada incluso por un cachorro que parece saber que estas casas son del tamaño perfecto y que aquí dentro parece un perro adulto de proporciones perfectas entre tantas viviendas en miniatura. Sac-Nicté y Chichí Suárez, sólo por no quedarse atrás, presumen impresionantes construcciones multifamiliares, por su cercanía a Mérida y la inevitable aparición de los primeros edificios altos, hasta en el más allá.

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[b]Iglesias en las otras ciudades[/b]

La competencia urbana no es sólo en nuevos y masivos edificios, en las Ciudades del Xibalbá la rivalidad más antigua es por exhibir las iglesias y catedrales más imponentes. Los mausoleos del Cementerio General no dejan duda sobre dónde reside el poderío económico; pero la belleza y exquisitez se la llevan otros.

En Mama, bellísimas iglesias miniatura presiden sobre tumbas que parecen atrios o plazas grandes, en una verdadera invitación a la contemplación sobre lo efímero y minúsculo de nuestro tránsito por la vida. En Umán no hay límites para el detalle de una tumba que reproduce con exactitud increíble la Parroquia de San Francisco de Asís, con sus vitrales incluidos. Uno no puede sino pasar largos minutos observando y disfrutando cada aspecto de esta obra maestra del Xibalbá. Eso sí, con toda prudencia y modestia nos atrevemos a decir que si de señalar la más bella pátina para una iglesia en miniatura -tal vez y sólo tal vez- la mención de honor la merece Samahil, para una obra maestra lograda con la habilidad de artesano y el albañil, sumada al delicado abrazo de la lluvia, la humedad y los líquenes. Una postal para grabar en la memoria.

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[b]Clases sociales del más allá[/b]

Porque estos cementerios sí son en serio, existen aspectos ineludibles como las terrenales clases sociales que trascienden incluso al más allá. En el Cementerio General la opulencia en ruinas convive en vecindad directa con barrios del Xibalbá que se ven más pobres y olvidados.

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En Chuburná, la estética de las casas del reino oculto es de una colonia popular recién construida y llena de créditos hipotecarios; lo mismo ocurre en Conkal: ciudades nuevas que uno imagina llenas de familias trabajadoras con ambiciosos y sacrificados planes de vida después de la vida. En Tahmek encontramos una humilde medianía rural para los habitantes del inframundo a escala.

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Sin embargo, hay fotos que necesitan mención especial, porque la pobreza también aparece en las casas del Xibalbá que más conmueven, por el cariño y franca humildad que las sostiene. Casas para la eternidad que ni siquiera en la miniatura alcanzan a ser construidas de cemento y varilla. Residencias de ciudadanos del Xibalbá que en Tixcancal deben ser improvisadas con trocitos de madera, pobrísimas láminas de cartón y corcholatas. Hasta el más allá reclama -a veces- un programa de vivienda digna, no sólo entrañable.

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[b]Extra innings[/b]

En las Ciudades del Xibalbá también hay emociones que enchinan la piel y rasgan gargantas. La pobreza y la muerte deben ser más llevaderas con el opio de la afición y la ficción deportiva. Algunas almas ingenuas en los Jardines de la Paz, se van a descansar con la falsa esperanza que el Cruz Azul será campeón, cuando saben bien que probablemente llegará primero el Juicio Final y la resurrección de los muertos. El Club América, en cambio, cubre tumbas con ángeles campeones y osarios que parecieran decir “ódienme más” en Chablekal y Kinchil. A pesar de todo, el monarca de las canchas en las Ciudades del Xibalbá es precisamente el Rey de los Deportes: el béisbol. En Tunkás vemos lucir un diamante con patrocinadores y gradas que serían la envidia de cualquier equipo de las grandes ligas. Uno puede imaginar esas frenéticas congregaciones espirituales en partidos y sagas deportivas para la eternidad. ¡Play ball!

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[b]Chaka’nkunah[/b]

Chaka’nkunah significa, literalmente, hacer patente y manifiesta alguna cosa, descubrirla, publicarla. Eso es precisamente lo que nos propusimos con las Ciudades del Xibalbá: hacerlas manifiestas. Son decenas de imágenes que acompañan este trabajo y queremos que el lector las descubra por su cuenta, las vea desde otro ángulo, busque su ruta en calles, casas, caminos, colonias y canchas de ese otro mundo que también es bullicioso y tiene, sin duda, sus intensas convivencias.

Las Ciudades del Xibalbá en Yucatán son un monumento respetuoso a nuestro optimismo sobre una vida que de alguna forma creemos que sigue, un optimismo lleno de identidad, raíces y cultura al que nos unimos y que también conmemoramos. Nuestro sentir lo reporta mejor que nadie Elena Suro, quien al visitar San Diego Texán para hacer el respectivo registro fotográfico nos cuenta:

…cuando pregunté en el pueblo dónde se encuentra el cementerio, una señora me contestó que no había cementerio. Al preguntarle dónde enterraban a sus muertos me dijo con total certeza: “aquí no se muere nadie”. Le pregunté de nuevo qué pasa cuando alguien del pueblo se muere y me volvió a contestar: "se los llevan a sus pueblos, pero aquí no se muere nadie…”

Estamos ciertos que en las Ciudades del Xibalbá la existencia sigue aún en la muerte, en espacios paradisíacos llenos de esperanzas sin prisa, bulliciosas calles que aparentan silencios, con visitas esporádicas de los vivos que interrumpen la dinámica diaria de los residentes fijos. No dudamos que haya quienes cuando llega el Hanal Pixán decidan salir del cementerio para huir del ruido, la música estridente, los vecinos insufribles y el congestionamiento que interrumpe su bien ganada paz, de todo tipo de personalidades hay en esta vida y en esta muerte. Eso sí, todos coincidirán, en ambos lados de la barda del cementerio, que Yucatán es un paraíso para vivir, incluso si estás muerto, por eso nadie -de verdad- se muere.


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