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Jhonny Brea
Foto: Jafet Kantún
La Jornada Maya

Viernes 21 de febrero, 2020

Una de dos: o febrero de verdad pasa muy rápido o por alguna razón ya perdí la cuenta de los días y ya estamos a menos de una semana de empezar la cuaresma. A lo mejor es porque la cartera siente como que respira porque este año no me han pedido nada para carnaval.

Digo, si de algo debo sentirme contento es de que haya escuelas, como esa a la que van mis engendros y otros similares a ellos, que ya por sentido común, viendo que Mérida ya no tiene carnaval, pues siguen trabajando en estos días con toda normalidad. Hasta hace unos años se justificaban los días inhábiles porque llegar a la escuela era un acto heroico: auto, camión o incluso el fabuloso Dodge Pies encontraban obstáculos en el camino; desde las gradas y palcos a lo largo del derrotero, hasta uno que otro borracho al que se le había perdido la fiesta… y el baño.

Para serles honestos, en casa los que ya somos algo mayores extrañamos la fiesta.

Mi suegrita donia Ixtab nos cuenta que ella iba hasta a los bailes de Bancarios, el Jardín Carta Clara, o que a “La Pastilla” llegaban las orquestas de Pablo Beltrán Ruiz y hasta la de Pérez Prado y ahí se lanzaba a gastar sus zapatos, enfundada en una túnica de Ku Klux Klan.

Otro cuento que nos hace implica el relajo que se aventaban en su época, en la que había muchos menos automóviles y estos se metían al desfile sin dar aviso al municipio ni nada por el estilo; nada más se iban hasta el final de la fila que ya habían hecho las comparsas y era su forma de participar en la fiesta; a veces lanzando confeti y serpentinas desde el coche, que iba retacado de amigos del conductor.

Por nuestra parte, La Xtabay y yo vimos otros carnavales. Eso sí, a ambos nos tocó salir disfrazados. Por ahí tengo una foto en la que estoy vestido de chino y que hoy haría que todo mundo se alejara de mí por miedo al COVID-19. Ella tiene una en la que aparece vestida de rumbera, a sus entonces cuatro años.

Eso sí, la salida era en familia e implicaba cargar con una nevera con suficiente hielo, refrescos, sandwichitos de paté y algunas cervezas. Como todavía no había latas ni envases de PET, sino puro vidrio, no se podía llevar mucho (parte de mi formación como macho omega grasa en pecho, espalda peluda, nalga pasada por rotativa, abdomen de lavadora y bebedor de cerveza light incluyó ir a la tienda a comprar cinco “cocalitros”, en un sabucán. Si había que ir por más, era bajo protesta… anulada de dos chancletazos).

En la toma de conciencia, supe que me había perdido una gran época, cuando una alcaldesa mandó sacar el carro alegórico que patrocinaba un conocido bar que traía un espectáculo de bailarinas cubanas.

Ya en la juventud, y con algo de autonomía como para poder salir con los compañeros de la escuela, disfruté caminar del monumento a Justo Sierra hasta San Juan, y regresar; el paseo incluía detenerse en la tarima de alguna estación de radio que había traído a algún artista de regular cartel. Así vi a Aleks Syntek con La Gente Normal, y otros más).

Pero un día el carnaval ya no fue el mismo. Es más, fue un domingo en el que cambió el programa. Detrás de la comparsa de “las chicas feas” (los varones que aprovechaban el día para enjorquetarse el hipil de su mamá y una peluca) venía la de los antimontones mandando a todo el mundo a su casa, todo porque Bill Clinton iba a comer con Ernesto Zedillo en el Palacio Cantón. Luego me enteré que fue el propio presidente de Estados Unidos el que pidió venir a Mérida en carnaval. El motivo es impublicable, pero fue culpa de la traducción. Alguien le dijo que el carnaval meridano era algo que le tuvo que explicar una tal Mónica.

Y después… de participación popular nada más quedó Jacarandoso, y el carnaval se me fue haciendo ajeno. El desfile y paseo Montejo ya eran propiedad de las marcas, así que eran lógico que se lo llevaran a los terrenos de la Modelo en Xmatkuil y que ahora quieran promover “diversión sana”, quitándole a la fiesta el espíritu de ser los cinco días en que se valía todo. Total, el miércoles era para arrepentirse y pagar con 40 jornadas de ayuno y (snif) abstinencia.


[b]Macho omega que se respeta[/b]

Ya estoy hasta el casi extinto copete de la letra y melodía de Tusa, y todavía más de que precisamente La Cutusa esté insistiendo que viene Karol G al carnaval de Campeche. Ahora resulta que tendremos que ir, porque ahí sí está bueno el carnaval. Pero si me ponen la canción… una vez más, grito.


[b][email protected][/b]


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