María Briceño
La Jornada Maya

Mérida, Yucatán
Viernes 21 de febrero, 2020

Sólo 30 minutos tienen que pasar para que la Secundaria Técnica 75 se transforme de un edificio escolar en un escenario rústico de orquesta sinfónica. La gran mayoría de los alumnos ya se encuentra almorzando, tal vez, un frijol con puerco con su mamá y ya se deshicieron de los calcetines, pero a los jóvenes músicos todavía les faltan dos horas para la hora de la salida.

Uno por uno va por su silla y su instrumento, y se dirigen a la parte de la escuela en donde ensayará su grupo. Ahora no son del A ni del B, sino que se agrupan por familias de instrumentos: viento, cuerda, percusión y coro. Ocupan la cancha de “básquet”, la plaza cívica y varios salones que ahora fungen como academia de música.

Se trata de una orquesta sinfónica que se conforma principalmente con alumnos de la Secundaria Técnica 75 de Ciudad Caucel, como parte del programa Orquesta de la Nueva Escuela Mexicana de la Secretaría de Educación Pública (SEP) que ha dotado de instrumentos y de maestros para que los jóvenes tengan un acercamiento a la música y aprendan a tocar un instrumento. Ensayan de lunes a viernes de tres a cinco de la tarde y esperan abrir un grupo más de cinco a siete de la noche.

Los estuches de instrumentos descansan a ras de la cancha de basquetbol desparramados uno encima de otro, no hay tiempo para el orden.

En las manos, todavía llevan rayones frescos de alguna pluma inquieta durante la clase de matemáticas, pero ya es hora para seguir ensayando Can Can de Orfeo en los Infiernos. Ariana Monserrat López Díaz tiene 14 años y desde los ocho toca el piano, sin embargo, en la sinfónica toca la viola: “Me gustó mucho la viola, no es ni tan agudo como el violín, ni tan grave como el chelo, me gustó ese intermedio”.

Para asignar un instrumento a cada alumno se hicieron varias pruebas a manera de casting para validar la habilidad de cada quien. José Carlos Rodríguez Arreola, director de la orquesta, recuerda muy bien cómo fue iniciar en agosto pasado esta travesía: “empezamos con iniciación musical para darnos cuenta de la coordinación y si alguien tenía algún desarrollo en el oído, por ejemplo, llegaban papás diciendo ‘Mi hijo toca la trompeta desde hace cuatro años’ y yo decía que ya tenemos al trompetista, pero después nos dábamos cuenta que no era trompeta, era corneta y que el niño no sabía tocar”. Afirma que 90 ciento de los adolescentes llegó sin ninguna instrucción musical.

[b]Instrumentos de cartón[/b]

Para iniciar el acercamiento a la instrucción musical, los jóvenes construyeron sus instrumentos con cartón, tomaron varias clases con el juguete para saber la forma correcta de agarrarlo, y cómo ponerlo en descanso, “hicimos unos instrumentos de mentira, no nos habían entregado los instrumentos reales, tuvimos que calcar y recortar. La primera vez que agarré el instrumento real lo sentí más pesado, tenía mucho miedo de tirarlo, ahora es como tomar un vaso de agua”, recuerda Ariana Monserrat.

Al principio no a todos les gustó el instrumento asignado y fue tarea de los instructores y del director hacer que se enamoraran del mismo.

Para Ariana, la música le ha ayudado a relajarse y no estresarse tanto: “que entre un instrumento a tu vida es relajación, es poder hacer otras cosas sin estresarte, que es lo que me pasaba a mí”.

El sobrio color negro que viste a los músicos no existe, aquí todos visten de rojo, azul, verde y de la chamarra que se resiste al bote de ropa sucia. El director de la orquesta se encuentra lejos de los teatros y salones habituales, viste unos jeans y unas gafas oscuras que van perdiendo contra el sol, sus antebrazos sudan, pero continúan al aire en señal de que el ensayo prosigue.

[b]El coro[/b]

La orquesta también cuenta con coro y ellos ensayan en los salones, con maestro al piano, son divididos por hombres y mujeres. El salón de los hombres no es ajeno a las burlas, “¡Maestro ¿y mi solo?!”, reclama un joven cuando termina la canción, pero el que le contesta es un compañero: “qué solo, si tú siempre estás solo, Han Solo”.

Eros Iker Camarena Pacheco es parte del coro, lleva una chamarra de Superman y lentes, asegura que no le gusta escuchar la música de ahora, le gusta más la música clásica y retro, admirando, en primer lugar, a Eros Ramazzotti, luego Luciano Pavarotti, Frank Sinatra y Elvis Presley.
“La música para mí es un acompañamiento en la vida, es más significativo que lo demás que he vivido como el deporte o los estudios”, dice.

El ensayo llega a la mitad, dando un descanso de unos minutos. Algunos aprovechan para asaltar la mochila y comer el lunch, uno último antes de llegar a casa. Mientras, los maestros se reúnen para hacer una especie de cruce de información, “¿Cómo vamos?”, se preguntan.

[b]Feliz por la oportunidad[/b]

Carlos Leonardo Arciniega Flores entró a la secundaria en este periodo escolar, un día le llamaron a su mamá para que fuera una reunión y ahí le informaron, junto a los demás padres de familia de los estudiantes, que habría una orquesta, una oportunidad que ahora al paso de los meses, la tiene feliz.

Tania Flores González, madre de Carlos Leonardo, recuerda que en la reunión les dijeron que los ensayos iniciarían a las tres, lo que a algún padre de familia no le pareció porque terminaban sus clases a las 2:30 y no les daría tiempo, sin embargo, las autoridades de la Secretaría de Educación (Segey) respondieron que todo era gratuito, y que deberían aprovechar porque los costos de los instrumentos y las clases de una orquesta son elevados.

“Lo único que nos pidieron fue que sean constantes”, menciona Tania, quien explica cómo su hijo, al igual que muchos de los integrantes de la orquesta, termina sus clases, sale a la entrada del plantel, donde aprovecha media hora para comer algo, a veces compra comida de una de las madres de familia, otras, alguien comparte un sándwich, o revisa algún apunte, para después entrar de nuevo y empezar a ensayar.

Su hijo toca el corno francés, que cuesta por lo menos 13 mil pesos; cada uno de los estudiantes tiene su identificación para que les entreguen los instrumentos y después de las clases los devuelvan.

Sobre cómo es que su hijo decidió dicho instrumento, fue muy sencillo: La mayoría se formó para el violín y como vio una fila más corta, optó por formarse en ella y después resultó que tenía las características para tocar el corno francés.

Carlos Leonardo tiene 12 años y es referencia y ejemplo para su hermano Nicolás, quien a sus siete años asegura que entrará a la Técnica 75 donde estará en la orquesta.

[b]Bonanza sonora[/b]

José Carlos, director de la orquesta, es miembro de la Orquesta Sinfónica de Yucatán (OSY) y comenzó su carrera musical en una orquesta con el mismo enfoque, promover el arte de la música. “El mismo trato que tenemos en la OSY lo tenemos aquí en la orquesta”.

La oportunidad de dirigir a este grupo de jóvenes nace de la migración del proyecto Esperanza Azteca, y a partir de agosto se incorporan a las escuelas de tiempo completo por medio del programa Orquesta de la Nueva Escuela Mexicana, y después de deliberar sobre dónde sería la primera escuela secundaria que albergaría el programa, se decidió por la Técnica 75, por el número de alumnos y las instalaciones.

Son maestros de la OSY y egresados de la Escuela de Artes en Yucatán (Esay), algunos se encuentran en formación para ser instrumentistas y desarrollan la habilidad pedagógica de dar clases. “En la mañana lo aprenden y en la tarde lo enseñan”. En la sinfónica también hay familiares ya que en ocasiones los padres de familia no pueden dejar sin supervisión a sus hijos pequeños.

Para hablar de sus inicios, José Carlos prefiere hacerlo bajo la sombra de un árbol. “Yo salí de un proyecto similar, comencé en la Ciudad de México en 1989 con una orquesta sinfónica del maestro Fernando Lozano, y cuando me di cuenta ya me gustaba la música y tenía una beca para estudiar, ya viajaba por el país tocando.
Lo que soy salió de un proyecto así, siento que debo ser el tipo de maestro que vio en mí que podía dedicarme a la música”.

Al final de la tarde, el eco sonoro inunda las cuadras siguientes a la secundaria y la vendedora del tendejón dice: “Lástima, ya mero van a acabar los chamacos”.


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