Jairo Magaña
Foto: Fernando Eloy
La Jornada Maya

Calkiní, Campeche
Lunes 24 de febrero, 2020

Aunque la imagen mental que uno pueda tener de un oso carece de correspondencia cuando uno añade que se trata de uno "de Nunkiní". Estos son una tradición ancestral de los pobladores del municipio de Calkiní, del cual no hay certeza en cuanto a cómo empezó. Mientras los adultos mayores hacen referencia a relatos de sus ancestros que indican que los osos de Nunkiní tienen su origen en una historia de lucha por la libertad de los esclavos mayas contra los hacendados españoles, generaciones más cercanas hablan de la presencia de un circo. Otros más mencionan un relato de terror.

El carnaval llegó a Campeche y cada municipio tiene su particularidad escenográfica. En la capital se observan los carros alegóricos más vistosos y el festejo es el de mayor participación; al final es un atractivo turístico; en Carmen se da el más vívido, pero en la comunidad de Nunkiní, las cosas son diferentes. Aparte de que las familias compiten por sacar los mejores carros alegóricos y de una disputa terrenal de hace años entre los Gatos Negros y San Román, también cuentan la leyenda de los osos.

Pitas de henequén costuradas entre sí para formar un traje enterizo, un cinturón con cencerros o campanas, para llamar la atención, cadenas colgando del cuello o entrelazadas en el dorso, así como el cuero y piel de un venado joven, se emplean para transformar a una persona en un "oso". Sin duda, el disfraz parece más bien un personaje salido de la ficción y causa quizá más terror que alegría para quien no conoce la tradición.

En los días previos al tradicional Sábado de Bando, desde los más pequeños, jóvenes y adultos del pueblo ya tienen listos los materiales para confeccionar el traje de oso, y aunque la participación ha ido disminuyendo, la tradición se mantiene viva pues hay quien continúa el proceso de elaboración del traje, a la par de los carros alegóricos que desfilarán para la comunidad.

[b]Una historia que data de la Guerra de Castas en el Camino Real[/b]

Uno de los relatos recuperados lo proporciona Sonia Jaqueline Cuevas Kantún, ex alcaldesa de Calkiní, quien lo atribuye a su bisabuelo, ya que éste vivió la Guerra de Castas, aquella que explotó ante la opresión de los españoles y hacendados mestizos que comenzaron a poblar la tierra de los Tzab Canul, una de las familias caciques mayas más importantes de la entidad desde tiempos precolombinos. La estructura social en ese entonces estaba delimitada por clases sociales, mientras que los pobladores originales, los mayas, vivían sólo como esclavos para atender a los hacendados.

Cuevas Kantún indica que, según su bisabuelo, para épocas de Carnaval, que era la única en la que los esclavos podían beber licor públicamente, los hacendados abusaban del trabajo maya; es decir, “si querían una botella de licor de caña o cualquier otra, hacían trueques con los antepasados, pero siempre para explotarlos, les pedían toda su cosecha a cambio de una botella de licor o no les pagaban toda una jornada, por ello algunos robaban y al ser descubiertos el castigo era feroz”, señaló.

Es así que los mayas comenzaron a idear un plan para terminar con ello, la Guerra de Castas aparentemente fue la atenuante y días después de la guerra, los mayas que aún quedaron con ganas de pelear, con lo que tenían a la mano comenzaron a realizar escudos o trajes; las pitas las utilizaban para llevar sus productos a los centros comerciales de ese entonces y como sabían de los fuetes de los hacendados, utilizaron la piel del venado para amortiguar los golpes.

Ya con una especie de traje overol y protección con la piel, irrumpían en las haciendas y las saqueaban. Las cadenas eran algunas de las armas que utilizaban, pues no podían acceder a mosquetones, y de ahí surgió la primera historia del traje.

[b]Entre el circo y el paso del ser humano al oso[/b]

Según los propios habitantes de Nunkiní, hay seis familias que han llevado la tradición a su máxima expresión la competencia en la elaboración de los carros que observan durante el sábado de bando y, a la par, algunos de sus integrantes continúan colocándose la vestimenta de los osos, aunque con variaciones. Son pocos los que siguen "el original" y unos más sólo recuerdan cuando les tocó disfrazarse.

Alfonso Ek Canul es parte de la cuarta generación de los Canul que continúa la elaboración de carros alegóricos. Con evidente nostalgia nos mostró primeramente uno de los disfraces que utilizó en sus tiempos de juventud para convertirse en oso de Nunkiní; el traje era diferente, con otra tonalidad, esto porque hicieron un carro con el tema del oso negro y aprovecharon nuevamente para formar parte de la tradición. Las pitas, que comúnmente son de color café oscuro, las pintaron de negro para esa ocasión.

“De pronto, cuando inician las coronaciones ya empiezas a ver a unos cuantos vestidos de osos. Nosotros aguantamos hasta el final, porque nos concentramos en la elaboración del carro y como te podrás dar cuenta, tapamos el taller para que nadie vea en lo que trabajamos”, dijo, en primera, para que no les copien la idea y en segundo para que la gente quedé boquiabierta cuando sea el desfile en la calle principal de Nunkiní.

Acompañado de El Robot, Armando, William y Arturo, Alfonso dio su versión de la historia, que según él data de aproximadamente inicios del siglo XX, cuando un circo vino presentando un espectáculo de un oso y su domador. “Aparentemente todos quedaron fascinados porque sabían de domadores de leones, pero no de osos”, precisó.

Agregó que la cuestión fue que para fechas de Carnaval invitaron al domador para que saliera con su oso al paseo, lo que cautivó a los testigos, razón por la cual luego adoptaron la tradición e incluso se puede apreciar cuando los osos más pequeños salen amarrados y alguien los guía.

Al cuestionar a Alfonso y Arturo sobre el sentimiento de mantener la tradición, uno por experiencia de antaño y al otro por continuar con la tradición, ambos coincidieron en que un extranjero o visitante debería vestirse de oso para que entender en qué consiste la tradición, pues generalmente cuando inicia el proceso de caracterización les sirven un buen trago de licor de caña en una jícara, para que entren en calor y no sientan lo incómodo del traje de pitas sobre la piel.

Relataron que hace unos años convencieron a un documentalista estadunidense, además de hacer su trabajo, de vestirse como oso. Le prestaron uno de los trajes y le dieron el licor de caña en la jícara, “Aguantó como seis horas, le volvimos a dar poder –licor- y continuó hasta que todo terminó en la noche, desde la mañana que se lo puso”, mencionaron.

Según refieren, la reacción del extranjero, a quien sólo recuerdan como Michel, fue de que al terminar de ponerse el traje y beber el licor le dieron ganas de correr y subirse a todos lados. “Que sentía la bestialidad de un oso”, y esto lo confirman otras dos personas que han hecho de osos en el carnaval. La emoción, la adrenalina y el conocimiento se conjugan para hacer lo que uno ve que hacen los osos en la plaza antes, durante y luego del paseo de bando.

[b]Las cosas cambian por leyes y economía[/b]

Actualmente, los osos continúan saliendo, cada vez son menos pero aún pueden llegar a juntarse entre 700 y mil Osos durante el Sábado de Bando. Alfonso y sos compañeros coincidieron en que la economía causó el primer impacto negativo para que redujera el número de participantes, pues desglosaron que necesitan al menos seis pitas para el traje y cada una cuesta entre 30 y 40 pesos.

Además, por las cadenas deben desembolsar aproximadamente 100 pesos; por los cencerros, entre 40 y 50 pesos, y también requieren de seis. El precio de la piel de venado que oscila entre 300 y 400 pesos, dependiendo del tamaño y si el animal era joven; el costo de la vestimenta es de entre mil y mil 500 pesos.

Sin embargo, ahora está totalmente prohibido cazar venado. Los osos de nueva generación no usan la piel, y en su lugar emplean una capa de huano, que cambia la imagen y claro, es más barata. Los únicos que utilizan la piel son los que ya la tenían de antaño.


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