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José Juan Cervera
Foto: Ayuntamiento de Mérida
La Jornada Maya

Lunes 24 de febrero, 2020

Entre las celebraciones anuales que mueven muchos recursos y voluntades se hallan las fiestas carnestolendas, de cuyo desarrollo con el paso de los años dan fe numerosos registros historiográficos y aun creaciones literarias que las toman como motivos e incidentes para situar episodios de especial significado. A manera de ejemplo, en la novela [i]Carmen, memorias de un corazón[/i], del escritor mexicano Pedro Castera (1838-1906), el personaje que narra la historia se encuentra, después de gozar los excesos de un martes de carnaval, a una recién nacida que había sido abandonada en la calle, acontecimiento que tendrá un peso importante en su vida.

En lo que atañe a Yucatán, hay algunas crónicas de autores reconocidos que abonan el conocimiento actual del ambiente festivo que en fechas como éstas desbordaba las calles de Mérida y de otras poblaciones en décadas lejanas, si bien con un comprensible énfasis en la capital del estado. Aunque su propósito fundamental es evocar las costumbres y los hechos del pasado, para lograrlo echan mano de un lenguaje literario que resulta atractivo para cualquier lector y suscita el deseo de averiguar más acerca de los asuntos tratados, tanto como a buscar otros textos de esas plumas sobresalientes.

Luis Rosado Vega, recordado por la calidad de su poesía que también puede admirarse en la letra de aquellas canciones que con su colaboración dieron brillo a la música tradicional yucateca, igualmente se dio a la tarea de acopiar recuerdos de su juventud, en los que captura la esencia popular de la vida de aquellos tiempos. De esta labor surgieron libros como [i]Lo que ya pasó y aún vive[/i], en el que dedica un extenso capítulo al Carnaval de Mérida. El autor compara los carnavales de grandes urbes europeas que visitó, como París y Niza, con el de la capital de Yucatán; a éste lo juzga más pintoresco y variado porque mientras los de aquellas ciudades no alteraban el ritmo de las actividades cotidianas, el otro hacía bullir a su población desde el núcleo mismo de la vida familiar. Indica las particularidades de las sociedades coreográficas que dominaban las actividades festivas entre fines del siglo XIX y principios del XX. Describe los paseos así como los carros alegóricos y las estudiantinas que intervenían en ellos, y narra jocosas anécdotas que protagonizaron personajes citadinos que siempre se distinguieron por sus bromas y ocurrencias, algunas de ellas algo subidas de tono.

En [i]La de alba sería[/i]…, primer tomo de sus memorias, Ermilo Abreu Gómez ofrece una remembranza de los días de carnaval tal como los vio en su infancia, y expone el modo como tomaban parte en ellos algunos miembros de su familia, tal fue el caso de su prima Mercedes quien varias veces fue elegida reina de las festividades como consecuencia de su singular belleza. Su abuela confeccionaba disfraces y trajes de fantasía que ponía a disposición del público interesado en adquirirlos. También señala las cualidades y destrezas de su vecino Fernando Pérez, que con meses de anticipación se ocupaba en diseñar carros alegóricos por encargo. En Cosas de mi pueblo, el mismo escritor brinda datos complementarios acerca de las estudiantinas, de las sociedades de baile y de algunos personajes del carnaval meridano.

Gustavo Río fue un gran amigo de Abreu Gómez; sin haberse propuesto ser escritor, manifestó una indudable sensibilidad artística que expresó por medio del canto, y narra en sus respectivas memorias el alivio que significaban los festejos carnavalescos para los músicos de su tiempo, que nada más en ellos y durante algunas fechas patrióticas podían hallar trabajo seguro. Refiere cómo se marcaban las diferencias sociales cuando las personas de condición modesta se conformaban con ver los bailes que acogían suntuosos salones, gracias a que éstos permanecían con las puertas abiertas.

El tema de las diversiones de los antiguos habitantes de la ciudad es mucho más que una nota trivial, por cuanto expone el desahogo de los impulsos sometidos a la presión cotidiana de la reproducción de las condiciones materiales de la existencia; así, los testimonios de épocas pretéritas son elementos que contribuyen a diversificar la perspectiva histórica de la sociedad, y sus coloridos pasajes ayudan a discernir el sentido de las transformaciones culturales que intervienen en ella.

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