Mariana Norandi
Foto: Ap
La Jornada Maya

Barcelona, España
Miércoles 8 de abril, 2020

Escribo este reportaje en confinamiento, entrevistando a gente también confinada, por todos estos medios que las hoy tan poderosas tecnologías de la comunicación nos permiten.

Desde una Barcelona vacía o, mejor dicho, vaciada por el estado de alarma decretado el pasado 14 de marzo por el gobierno central para frenar la propagación del coronavirus SARS-CoV-2. Una Barcelona con su emblemática y tan visitada Sagrada Familia sin colas de turistas, sin el ruido de los bares; con sus cines, museos y teatros cerrados; con las Ramblas sin transeúntes ni puestos de flores, únicamente con quioscos de periódicos casi sin lectores que los compren.

Quedan tiendas de alimentos, farmacias, bancos y palomas que buscan comida allá donde ya no la hay. Personas que sacan a su perro “para que cubran las necesidades fisiológicas” porque no está permitido pasear. Las calles se vaciaron de coches y se llenaron de miedo. La gente dentro de sus viviendas y un monotema en la televisión.

Desde que se confirmara la primera víctima mortal por coronavirus en España-ocurrida el 13 de febrero en Valencia- al día de hoy se registran 13 mil 798 fallecidos, 140 mil 510 casos positivos, 43 mil 208 curados y 7 mil 69 pacientes en una Unidad de Cuidados Intensivos (UCI). A pesar de que en las últimas 24 horas ha habido un ligero repunte con 743 muertes por coronavirus tras cuatro días de descenso, lo alentador de estas devastadoras cifras es que, según las autoridades sanitarias, se observa una ralentización del ritmo del brote. Algo que se refleja en la percepción del personal sanitario.

Laura Chiesa, enfermera del Hospital del Mar nos comenta: “en los últimos días bajó la presión asistencial en pacientes críticos notamos menos ingresos por coronavirus y más altas en las unidades de cuidados críticos, con lo cual empiezan a quedar camas de UCI disponibles”.

Juan Antonio Sabino, de 52 años, trabaja en un centro de menores de la capital catalana, en donde se han registrado tres contagios, entre ellos él. En cuanto comenzó a sentir los síntomas, “tos seca, falta de aire, malestar general, dolor de huesos y músculos”, acudió al correspondiente Centro de Urgencias de Atención Primaria (CUAP) en donde le hicieron una placa de tórax y le prescribieron fármacos similares a los de una gripe común (paracetamol, inhalador, jarabe y pastillas para la tos).

No está diagnosticado por falta de tests de detección del SARS-CoV-2, pero desde el 20 de marzo permanece aislado en su propia casa. Desde hace unos días ha comenzado a notar una disminución en la virulencia de los síntomas y destaca la atención recibida por el personal sanitario en las actuales condiciones de escasez de recursos -materiales y humanos- para hacer frente a esta pandemia.

“Ha sido muy buena, tanto en el CUAP como la doctora que me visita a domicilio. Hacen todo lo posible para atendernos pese a la falta de material”.

El pasado 29 de mazo el Consejo de Ministros aprobó la paralización de las actividades “no esenciales” hasta el 9 de abril con el objetivo de endurecer el confinamiento y frenar el contagio. Aquellas que participan en la cadena de abastecimiento del mercado y en el funcionamiento de los centros de producción de bienes y servicios de primera necesidad son algunas de las actividades que quedan fuera de esa lista.

De esta manera, los supermercados se han convertido hoy en un lugar estratégico no sólo por su función de abastecimiento de alimentos, sino porque la población tiene permitido acudir y, con ello, el temido contacto humano debe ser estrictamente restringido.

Después de las compras de pánico previas al estado de alarma, se han ido extremando cada vez más las medidas de seguridad en los locales, tanto para el personal como para de la clientela.

Lola Quintana, de 54 años, es cajera en una de las principales cadenas de supermercados que por aquí tenemos y trabaja en una sucursal de Castelldefels, municipio de la provincia de Barcelona ubicado a unos 20 kilómetros al sur de la capital catalana. Explica que los supermercados son constantemente desinfectados por empresas especiales de limpieza, pero que el riesgo no está en el establecimiento en sí, ni tan siquiera en la afluencia –que es estrictamente controlada– sino en aquellas personas que se saltan o no aceptan las normas de seguridad.

“Hay 50 por ciento de clientes que nos dan las gracias por nuestro trabajo, por estar ahí, nos animan y nos tratan súper bien, pero el resto viene muy enfadado, no acepta tanta desinfección o que tengan que mantener la distancia. Supongo que vienen enfadados porque llevan tanto tiempo en casa, muchos han perdido el trabajo, los niños están muy rebeldes, la gente viene muy crispada”.

Otro sector menos visible, pero no por ello menos afectado, es el de la enseñanza. Gran parte del profesorado se ven en la necesidad de transitar del sistema presencial al online para que los estudiantes no pierdan el curso escolar. Transición no siempre fácil -sobre todo para las generaciones del profesorado menos familiarizado con la educación virtual.

Reyes Morcillo, profesora de educación infantil, explica que imparte sus clases por videoconferencia. “Yo trabajo con niños de 5 años y, por su edad, son más dispersos, entonces necesitan estar muy motivados y estimulados para conectarse con lo que está pasando. Por videoconferencia es difícil pero está funcionando. Para eso tenemos que pensar en diferentes recursos, incluso hemos llegado a disfrazarnos para captar su atención”.

Desde que el presidente del gobierno de España, Pedro Sánchez, decretara el estado de alarma para hacer frente a la expansión del COVID-19, lo excepcional se ha vuelto cotidiano y lo cotidiano excepcional. Tremenda paradoja sí, pero en tiempo de coronavirus, no pocas veces se complica distinguir entre la realidad y la ficción, entre la lógica y el absurdo.

Lo que antes era una acto cotidiano –como ir al supermercado– hoy se vuelve extraño; lo que antes era un estacionamiento de tres plantas, hoy es una enorme morgue; lo que antes era un hotel, hoy un hospital. Y todo esto en tan sólo tres semanas; vertiginosas por cierto para poder procesar los sucesos en tiempo real; tarde para descubrir que las epidemias pueden convertirse en pandemias globales y que no sólo fatalidades de países “pobres” y “lejanos”.

Que Europa no está vacunada contra las crisis sanitarias ni blindada contra los colapsos hospitalarios, que para eso no hay muros ni concertinas que impidan que un virus como SARS-CoV-2, algo tan microscópico, ponga en jaque la idea de una Europa moderna, fuerte y sin fronteras nacionales.

Una idea –y un imaginario– también hoy en la UCI. Habrá que ver entonces, cuando todo esto pase, que lista engrosa la idea de esa Europa: la de fallecidos, la de contagiados o la de recuperados.

Edición: Ana Ordaz


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