Laura Poy Solano
Foto: Marco Peláez
La Jornada Maya

Ciudad de México
Domingo 31 de mayo, 2020

No se sienten heroínas, sino guerreras sin escudo ni fusil. Con equipos de protección individual (EPI) de baja calidad, sin acceso a mascarillas N95 con filtro ni googles herméticos, enfermeras del Hospital General de Zona número 30 del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), ubicado en la alcaldía Iztacalco, una de las zonas de mayor contagio en la capital del país, asumen el riesgo diario "por amor a nuestro trabajo, pero el miedo a contagiarte siempre está ahí".

Relatan que desde que se reconvirtieron en hospital Covid a finales de marzo han visto "caer" al menos a 30 por ciento de sus compañeros contagiados por COVID-19. "Tuvimos pérdidas de médicos, enfermeras, vigilantes y camilleros, además de que otro 20 por ciento del personal tomó licencia por riesgo de comorbilidad, principalmente diabetes, hipertensión y sobrepeso", señalan.

Para Irma, Lourdes, Lucero, Bertha, Alma y Matilde –identidades supuestas para garantizar su anonimato– no sólo los pacientes que atienden en los tres pisos destinados para casos graves y críticos del nuevo coronavirus sufren el aislamiento y la desconexión con sus seres queridos.

"Desde que empezó todo esto no he visto a mi madre ni a mis hermanos, a nadie de mi familia. Aunque hagas tu ritual de lavado de manos, bañarte, desinfectarte y separar tu ropa, todo el tiempo está ahí el miedo a contagiarlos", afirma Irma, que tiene 25 años de servicio.

Llamado a las autoridades

Alma, con 19 años de servicio en el IMSS, lanzó un llamado al presidente Andrés Manuel López Obrador y al director general del instituto, Zoé Robledo, para que "vengan a visitar nuestro hospital y vean las condiciones en que estamos trabajando, que vean la basura, la ropa sucia. Que revisen si los insumos que están comprando son los que nos están llegando a los hospitales, y vean su baja calidad. No queremos ser una más de las caídas".

Sin acceso a pruebas, pese a que la mayoría confirma que ha tenido síntomas de la enfermedad, Bertha, madre de un bebé de dos años, afirma que "lo más duro después de que supe que estaba contagiada fue el aislamiento, ver que tu hijo te quiere abrazar y no permitir que lo haga. Y después fue hablar del testamento: uno piensa que nunca va a tener esta conversación. Mi esposo también es enfermero, así que había que saber cómo organizarnos si muero y dejar protegido a nuestro hijo. Fue duro".

Lo más difícil para Lucero en el pabellón COVID-19 ha sido perder a tantos pacientes: "Es muy frustrante, traumático. La primera semana de la reconversión fue muy dura, perdimos a muchos. No teníamos médicos suficientes. Estás entrenada para salvar vidas, no para verlos morir. Pese a todos los esfuerzos, pasaban de estar estables a graves de un momento a otro, y al poco tiempo, los perdías".

Matilde, que lleva seis años de servicio en el IMSS, confiesa que “a veces quisieras quitarte la piel para abrazar a los tuyos, a mi hija. Perdí a mi abuelo la semana pasada, tenía enfermedad pulmonar obstructiva crónica (EPOC). Sé que me cuidé, que hice todo para no llevar el virus a casa, pero siempre te queda esa conciencia de que quizá fuiste tú. Como enfermera sé que mis manos pueden ayudar, por eso te da tanta rabia cuando llegas al servicio y te dan esos EPI que se rompen antes de entrar al pabellón, y dices: ‘me voy a contagiar’”.

A las condiciones de riesgo por no tener acceso a equipos que garanticen su seguridad, se suma, afirman, "la desprotección y el desinterés de jefes y supervisores, quienes no han atendido nuestra demanda de mejores EPI. Incluso tenemos compañeros enfermeros caídos, que como Paco, fue de los primeros en atender pacientes con el nuevo coronavirus. Lo mandaron sin kit de protección al tercer piso, con el argumento de que era sólo un posible positivo. Hoy es nuestro paciente".

[b]Donaciones fantasma[/b]

Tampoco, afirman, "hay transparencia en el destino de las muchas donaciones que se han hecho, y que nunca llegan al personal de enfermería que está en los pisos COVID-19". En el mejor de los casos, señala Lourdes, te espera al salir de tu guardia una botella con agua y una manzana.

Lo más duro es darte cuenta de que "los de arriba siempre se quedan con todo, pero también el COVID-19 nos dejó la lección de que quienes menos tienen son los que más buscan cómo apoyar. Una doctora de mi piso donó un teléfono celular, y como pueden le van poniendo crédito los familiares para hablar con sus seres queridos. Es muy emotivo escuchar cómo los reciben, cómo los quieren, porque en los pisos COVID-19 todos vivimos la soledad y el aislamiento".

Edición: Emilio Gómez


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