Retorno a la nueva normalidad, canto 2

Jhonny Brea
Foto: Juan Manuel Valdivia
La Jornada Maya

Lunes 8 de junio, 2020

Algún día los historiadores van a encontrar qué karma estaremos pagando con el x’la’ COVID-19, el confinamiento, la ley seca, el paso de una tormenta transexual (¡ay sí, en el Caribe era [i]Amanda[/i], nada más salió a Campeche y resultó [i]Cristóbal[/i]!) que a todos nos va a meter en más gastos.

Como se podrán imaginar, en casa estamos en semáforo rojo aunque nos digan que nuestro color es el naranja. Hasta se supone que podemos regresar a la chamba regular, pero por supuesto nuestro nivel de angustia y estrés se agravó. Imagínense las consecuencias de dejar a los rapaces en casa para que terminen con la escuela a distancia. Si algo nos ha enseñado este tiempo es que hay razones fundadas para sentir temor cuando se deja a los niños solos con una computadora.

Mientras, me la he pasado sorteando los malos humores, sobre todo de La Xtabay. La casa sobrevivió, pero se llevó sus daños. La humedad que quedó en las paredes y la proximidad de las aguas de la calle (el parque que tengo próximo terminó como paisaje de lago en la campiña inglesa), resultó que toda la ropa, a pesar de que estaba limpia, se siente mojada; la que estaba esperando su turno para entrar a la lavadora, estuvo a nada de ser considerada terreno propicio para el cultivo de champiñones, y además, gracias al servicio de clase mundial de la Comisión Federal de Electricidad, se echó a perder el horno de microondas, cosa que ha hecho rabiar a más de uno.

Apenas salió un poquito el sol y coordinamos el equipo de lavado y secado (ante la urgencia, en esta ocasión no hubo labores exclusivas de nadie). Y así hemos estado, tomando turnos para dividir las tandas de lavado, jalar el agua que entró a los cuartos y lo que se vaya acumulando. Todos hemos hecho acopio del aplomo, el que se pueda, y seguimos adelante.

No niego que el trabajo ha sido agotador, pero lo bueno es que en casa nos hemos unido y entre todos vamos sacando los pendientes. Pero nos quedó un problema enorme: festejar que lo estamos logrando. Y aquí es donde La Xtabay se ha vuelto un basilisco.

¿Quién fue el palurdo al que se le ocurrió limitar la venta de vinos a una botella o mil 250 mililitros? ¡Si el vino no se envasa como los misiles!

Me olvidaba. Necesito aclarar que Donia Ixtab, mi suegra, ya no toma cerveza. Por ahí encontró alguna amistad que le invitó un vino, empezó a ver tutoriales de catas y hasta se metió a un grupo de sommeliers aficionados, y desde entonces ya nada más eso pide. En cuanto a las espumosas, dice que se rehabilitó gracias a Mauricio Vila. Pero nada más vio las disposiciones para la venta y está que echa chispas.

“¡Si no me tomo una botella yo sola! ¡No es como un misil”, me reclama. Algo tiene de razón: cuando empezó su afición nos invitaba una copa, así que recibimos el daño colateral. Y además, no le resulta rentable pagar servicio a domicilio por una sola botella. “¡Si por lo menos pudiera comprar cuatro!”, me dice con un pesado suspiro. Se me hace que lo que quiere es formar una cava.

[b]Macho omega que se respeta[/b]

¿Alguien más se siente angustiado por volver a la nueva normalidad y que los niños no vayan a la escuela? Yo estoy temiendo que necesitaré hasta algún medicamento psiquiátrico.

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Edición: Ana Ordaz