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Pablo A. Cicero Alonzo
Foto: Notimex
La Jornada Maya

Martes 6 de septiembre, 2016

En la génesis de la actual administración federal, cuando el sueño aún no se tornaba pesadilla, se publicó un sinfín de perfiles de uno de los hombres clave del gabinete: Luis Videgaray Caso. En uno de ellos, que aún se puede consultar en el portal ADN Político, se señalaba que “si alguien de su generación evoca el recuerdo de Luis Videgaray en su época de universitario viene a la mente un joven delgado, de alrededor de 1.70 metros de largo, perfectamente arreglado, haciendo cuentas de álgebra a mano y contando con los dedos mientras fruncía el ceño. Pocas veces usaba la calculadora”.

Videgaray era el aplicado de su casa. Así, igual, lo recuerda su hermano, el comediante Eduardo, once meses menor que él. El conductor de [i]La corneta[/i] relata cómo su madre siempre le ponía como ejemplo a su hermano Luis: “haz como él, estudia”. El resultado, señaló décadas después, era evidente. Sería mezquino restarle méritos académicos a este secretario, que a diferencia de Enrique Peña Nieto, tiene un currículum impecable. Todo sustentado con investigaciones propias, con los entrecomillados necesarios. Un cerebrito.

Sin embargo, los últimos acontecimientos han demostrado que no necesariamente el más estudioso de la clase es el más apto para resolver cuestiones prácticas. La torpeza de Videgaray expuesta en estos días lo convierte en un personaje tipo Cosmo Kramer, de [i]Seinfeld;[/i] Mr. Bean o Sheldon Cooper, de [i]Big Bang Theory[/i]. Todos ellos remedos con síndrome de Asperger. Todos ellos provocan gracia. Sin embargo, ninguno lleva las riendas de un país.

Y Videgaray sí. Y lo está haciendo mal, pésimo. El hermano nerd de los Videgaray ha demostrado que puede ser muy hábil en cuestiones numéricas, que puede diseñar distintos, probables escenarios de un hecho concreto; un ajedrecista de finanzas públicas. Sin embargo, también ha mostrado que tiene fuertes carencias para socializar y ser empático, que es un sujeto divorciado de la realidad y de situaciones prácticas. Ha trascendido que él fue el principal artífice de la visita de Donald Trump a México. Incluso, se ha señalado que una especie de crisis interna explotó en el gabinete por este asunto, tan disparatado.

No encuentro justificación lógica. La pitorreada del candidato republicano al presidente Enrique Peña Nieto es algo inconcebible. ¿Qué pensó Videgaray que sucedería? Era imposible que Trump cambiara su opinión. Es parte del [i]show [/i]en el que se ha convertido su campaña y en dos horas de plática no se le convencería de lo contrario, mucho menos un interlocutor limitado como su anfitrión. Tampoco era probable que Peña Nieto se le lanzara a la yugular; algo así como en la escena protagonizada por Hugh Grant y Billy Bob Thornton, en [i]Love Actually[/i], cuando el primero, cacofónicamente primer ministro inglés, le restriega en la cara al segundo, presidente de Estados Unidos: “Me encanta la palabra relación, abarca todo tipo de pecados. Me temo que esta se ha convertido en una mala relación”.

No. Nada de eso iba a pasar. Invitaron a una de las personas más odiadas por los mexicanos, a quienes ha insultado una y otra vez. Lo invitaron para que pongamos la otra mejilla y nos la abofetee. En nuestra cara. En nuestro suelo. Así de simple. Y así de estúpido. Muchos han intentado justificar lo injustificable, de ganarse su sueldo —que por cierto, nosotros pagamos de una u otra forma— escribiendo loas al presidente y a su secretario. Todos, divorciados de la realidad. Todos, patéticos.

Fue tan desafortunada la sugerencia que hay incluso quienes ven en el actuar de Videgaray una maquiavélica estrategia para hundir a su jefe, algo ilógico igual ya que equivaldría a darse un disparo en el pie. La verdad es que Videgaray no supo prever las consecuencias. Cegado por la vanidad de sus títulos, fue incapaz de ver la realidad del país, las circunstancias de la coyuntura. Los dieces y las menciones honoríficas le atrofiaron otros sentidos. Mal él y peor el que le hizo caso. La visita de Trump, en la víspera del informe de Peña Nieto, no desvió la atención de los mexicanos; al contrario, la enfocó como quien con odio calibra la mira de un rifle.

Ese mindundi anfitrión que le abrió las puertas a [i]masiosare[/i] estuvo sobreexpuesto días después de la polémica visita. En las jornadas posteriores al informe, los spots que arreciaron como lluvia tropical jugaron en contra de su protagonista, ya que nos restregaban una y otra vez la imagen de quien se vio poca cosa ante Trump. Una sobrexposición que se saldó con una cantidad inédita de mentadas de madre, dichas en público o en la intimidad. Y todo por hacerle caso al más listo de la clase. Ese cerebrito cuyo hermano comparte créditos con [i]El Estaca[/i], José Ramón San Cristobal.

[b]Mérida, Yucatán[/b]
[b][email protected][/b]


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