El recuerdo que cruza mares y los libros que transforman mundos

Joan Serra Montagut
Foto: Tomada de Twitter
La Jornada Maya

Lunes 30 de abril, 2018

Empiezan a llegar fotografías al teléfono de calles donde ya no cabe ni un alfiler. Con el cambio horario, pareciera que uno, al levantarse, ya se perdió la mitad de esta jornada tan especial. Ya nos encontramos más en Catalunya que en México. Es inevitable. Llegan imágenes, también, de las rosas amarillas que este año tienen un simbolismo evidente, relacionado con la liberación de los presos políticos en el marco del proceso de autodeterminación de la región. Llegan las fotografías de los libros nuevos, desenvueltos, que han sido regalados con todo el cariño.

Son las fotos que se repiten año tras año y que nunca cansan de recordar este día de Sant Jordi que es muchas cosas (todas buenas), pero sobre todo, un lugar común al que todos y todas acudimos para ser un poco más felices en esta primavera que por fin se asienta. Es el día del libro y de la rosa, pero también el día en el que recordamos que estamos hechos de historias y el día en el que decidimos compartirlas (compartirnos) con los demás.

En Sant Jordi, todo es posible, porque las historias todo lo pueden. Porque todo lo podemos cuando decidimos trascender el silencio que nos impide, muchas veces, contar lo que somos y compartir lo que realmente queremos.

Inspirados por la leyenda del dragón, de la princesa y del caballero que aparece en un corcel blanco, llegan entonces los recuerdos y las sonrisas cómplices, al reconocer otra vez los momentos de infancia relacionados con este día: las obras de teatro en la escuela, los concursos literarios, las flores brotando en el rosal de casa, los sueños de un escritor incipiente que no se deja vencer por el desánimo. Así como en México existe el Día de Muertos, que todo lo cubre de una profundidad preciosa y crucial que logra que bailemos, entre dimensiones, otra vez con nuestros muertos, en Catalunya tenemos el día de Sant Jordi, que nos recuerda que la felicidad está hecha de elementos aparentemente pequeños siendo, en realidad, enormes, titánicos. Una rosa. Un libro. Un gesto fraterno. La voluntad de un pueblo plasmada en la cultura y en una leyenda. El paso firme del que nunca se rinde, del valiente que se convierte en héroe, la seguridad de que tendremos un final feliz como siempre rezan los cuentos.

En Yucatán, lejos de casa, Sant Jordi se vive desde el teléfono, pero también desde el recuerdo, que cruza mares. En Mérida estamos de festejo porque, además, celebramos los 21 años de actividad ininterrumpida del Casal Català de la Península de Yucatán, donde seguimos fomentando espacios de diálogo y encuentro inspirados en lo que, a nuestro entender, es la manera de practicar y vivir la cultura catalana. También, en el marco de celebrar el Día de la Catalunya Exterior, es el momento indicado, pues, para recordar la presencia activa, en todo el mundo, de más de 120 asociaciones catalanas o catalanófilas que velan por compartir la cultura de esta región a nivel global; una cultura históricamente integradora que reconoce todas las voces y todas las historias.

Desde este artículo abrazamos con fraternidad a todos los centros de cultura catalana y a todos los grupos e individuos que siguen logrando desde el amor y desde el diálogo pacífico, a pesar de los embates del artículo 155 y de la cerrazón del gobierno español, que nuestra historia no sea acallada ni minimizada.

Abrazamos, también, a todos los pueblos que no dejan pisotear sus libertades por gobernantes que, seguramente, nunca recibieron como regalo un libro en el día de Sant Jordi.

Por último, celebramos el poder reconciliador, pacificador, transformador y radical de los libros que son, al fin y al cabo, el mejor vehículo (¿quizás el único?) hacia un mundo sin violencia, sin silencios forzados y sin imposiciones. El vehículo hacia un mundo lleno de rosas sin espinas, donde nada malo tendría cabida.

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