Joan Serra Montagut
La Jornada Maya

En el escenario, dos personajes, dos móviles literarios (como especifica el director de la obra, el meridano Tobías Ojeda). En el centro, un espejo a través del cual los dos protagonistas se observan e interactúan. Un mensaje: la crítica mordaz a la doble moral de la sociedad actual. No somos Fridas pero somos libres es un intento sagaz y colorista para demostrar que la libertad es el instrumento mágico para combatir la desigualdad, los prejuicios y los tópicos entorno a la homosexualidad, ya sea desde la sociedad en general o desde el propio colectivo LGBT. El bailarín Pablo Mercader Duch (32), uno de sus protagonistas, nos comparte las interioridades de esta pieza teatral que se representó en la escuela Cubi K Danza. También nos comparte su experiencia personal como bailarín, como homosexual y como transformista en una sociedad que, según él, aún no acepta la diferencia.

¿Qué historia cuenta No somos Fridas pero somos libres?

PM: El eje central de la obra es una crítica a la doble moral y a la gran cantidad de tópicos que envuelven la homosexualidad en nuestra región. Mostramos las cosas que se esconden. Intentamos que el público, a través del cabaret, se divierta pero reflexione, también, acerca de las consecuencias nocivas que tiene el hecho de vivir bajo el yugo de la doble moral. Los dos personajes principales son distintos. Uno alto y esbelto, el otro más chaparro. Ambos se miran a través del espejo, interactúan y quisieran intercambiarse. A través de sus conversaciones y de su vinculación se critican los efectos nocivos que tiene la doble moral en la libertad de las personas homosexuales.

¿Es posible revertir estos efectos de la doble moral a través del teatro?

PM: Es difícil. Quisiéramos crear conciencia de la necesidad de un cambio con esta obra, pero la sociedad no está acostumbrada a ir al teatro y las personas que tienen este hábito, en general, ya entienden y aceptan lo que queremos transmitir. La doble moral se mantiene por culpa de las generaciones pasadas. Pienso que la mejor forma de combatir los prejuicios y la falta de libertad que se deriva de la doble moral es la educación y la formación que se recibe desde el hogar. Todo empieza en casa.

¿Crees que la homosexualidad aún es un tabú?

PM: Seguimos discriminados en muchos espacios. En lo particular, yo he sido feliz y aceptado en mi familia y en mi entorno, pero sé que mi caso ha sido una excepción. Mi familia siempre me aceptó desde una actitud abierta y tolerante.

Eres hombre y bailarín. ¿Tuviste algún problema en el inicio de tu carrera para poder dedicarte a la danza?

PM: Inicié mi carrera profesional a los veinte años y antes había participado en cursos de ballet folklórico, de ballet clásico y de jazz. Estudié en la Escuela Superior de Artes de Yucatán un Diplomado en Danza Clásica, que no terminé. No tuve ningún problema cuando expresé que quería ser bailarín. En mi escuela siempre bailaba y mis compañeros lo aceptaron sin objeciones. Ahora es más común que un niño quiera bailar, pero mucha gente aún piensa, por defecto, por costumbre: “Seguro que es puto, es una nena”. La danza en la Península de Yucatán ha crecido mucho, se ha formalizado y profesionalizado. Hay muchos hombres bailarines y mucha difusión de su actividad, aunque los tabús persisten. Afortunadamente, hay más apertura en el sector.

Una parte importante de tu carrera como bailarín es la docencia.

PM: Sí. Doy clases de Dance Heels. Enseñamos a hombres y mujeres, adolescentes y adultos, a bailar sobre tacones a ritmo de jazz funk. ¡Es muy divertido! Es algo fuera de lo común que en los últimos años se ha puesto de moda. Fui una de las primeras personas en introducir esta disciplina dancística en la Península. En mis clases asisten muchas mujeres, pero también algún hombre. En estos momentos doy clases a tres varones que, vestidos como hombres, e involucrándose en un ejercicio andrógino que tiene mucho juego a nivel expresivo, bailan entre lo masculino y lo femenino sobre tacones. Todos tenemos este contraste en nuestro interior, este baile dual. Me gusta el contraste en un bailarín, que se capaz de alternar los movimientos fuertes y varoniles con los delicados y femeninos. El público aplaude a un hombre viril bailando encima de tacones. Puede ser que los hombres heterosexuales, o los hombres homosexuales que viven bajo el yugo de la doble moral, se planteen reflexiones personales entorno a esta manifestación artística, que les sacuda, pero nosotros lo hacemos porque nos gusta y nos divierte. Estoy conformando un grupo de baile masculino sobre tacones que se llamará Cabrones en tacones.

El baile entre lo masculino y lo femenino parece ser una constante en tu carrera, un elemento que define tu estilo y tu vida.

PM: Hace 12 años que soy transformista. El transformismo es un arte que me permite expresar mensajes de manera distinta. No soy travesti, odio que me llamen así y lucho desde hace mucho tiempo para que la gente entienda la diferencia entre las personas transexuales (las que se operan para cambiar de sexo), las transgénero (las que cambian de género) y los travestis. No me siento mujer y no es una condición ser gay para ser transformista. Tengo un amigo transformista y heterosexual que está casado y, de vez en cuando, se convierte en mestiza. Los transformistas construimos personajes. Actualmente, mis dos personajes son Valeria Pesadez y el Hada Frozen.

El entorno aceptó tu homosexualidad, ¿también tus deseos de ser transformista?

PM: La familia no puso ningún obstáculo en esta ocasión, tampoco. Soy hijo de un jesuita y de una persona atea. Crecí en un ambiente de amor y de respeto. El derecho al respeto ajeno abre las mentes y las visiones. La gente casada que vive una doble vida por culpa de la doble moral también crea un personaje social. Yo hago lo mismo, pero con un objetivo artístico. Diseño mi propio vestuario y estoy en constante proceso de construcción de mis personajes.

¿Qué papel tiene la danza en tu vida?

No podría vivir sin ella. La danza es movimiento y tiene un papel importante en los escenarios porque cada expresión corporal implica una cadencia, un ritmo. Danza, en definitiva. Actualmente, es una disciplina más formalizada pero los bailarines de mi generación nos formamos a golpes en la calle asistiendo a decenas de cursos y talleres cuando la formación en danza no era tan normalizada. Fuimos autónomos en nuestra formación, arquitectos de nuestro propio destino.


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