Las autoridades federales han empezado a hablar de una pandemia del COVID-19 que se estabiliza y empieza a ceder. Esta vez pareciera que sí hay ciertos elementos concretos para creerlo.
La pandemia continúa con fuerza, es cierto, pero ya no se le ve fortalecerse. En ese escenario, es tiempo de empezar a preguntarse ¿qué sigue?
Lo urgente, obvio, es reactivar la economía sin reavivar la pandemia. Se dice fácil, pero dista mucho de serlo. Países que están delante de nosotros en el esfuerzo contra el coronavirus han tenido éxitos y tropiezos al intentar volver a cierta normalidad productiva y social.
España ha vuelto a instaurar cierres, Nueva Zelanda ha postergado elecciones, Nueva York empieza a retomar su ritmo y, qué envidia, Wuhan organiza conciertos multitudinarios en piscinas gigantescas. Urge que empecemos a construir nuestras soluciones y rutas, aprendiendo y tomando lecciones de lo instrumentado (con éxito o rotundo fracaso) en decenas de países y regiones.
En la economía peninsular, tan dependiente de los servicios y el turismo, con interconexiones regionales, nacionales e internacionales que no deben cortarse, es tiempo de empezar a discutir cómo echar a andar de manera real y sostenida el motor de la producción y la reactivación social.
Las soluciones y las respuestas correctas no van a surgir de la inspiración de unos o la unilateralidad de otros, mucho menos de la inercia. Hay que pensar, dialogar y argumentar a fondo. Sobre todo, hay que explicar y convencer a la población, informar con claridad y lógica secuencial. Qué va primero y qué va después. Qué sí se puede hacer y qué no. Qué responsabilidades tendrá cada uno, qué es lo que queremos que pase en cada etapa y qué pasa si no tenemos éxito.
No podemos comportarnos como menores de edad esperando que las autoridades nos cuiden y vigilen todo; tampoco merecemos ser tratados como siervos de decisiones tomadas desde el escritorio. La solución, ahora sí, será una creación social amplia.
Si la inmunidad colectiva está lejos, la solución colectiva sí es algo que podemos construir. Hoy hay una ventana que parece que es real frente al COVID-19. Ya hay estados en amarillo, entidades en un sólido naranja y ya no todo es rojo. Es momento de tomar un respiro, no para confiarnos y menos para relajar medidas; el respiro debe usarse para pensar en los pasos siguientes.
No es momento de cantar victoria, con tantas pérdidas humanas eso nunca podremos hacerlo. Sin embargo, es tiempo de empezar a pensar en el mañana para evitar que las consecuencias económicas, sociales, educativas, familiares y hasta de salud mental sean menos lo menos profundas y duraderas posibles.
El COVID-19 nos tomó por sorpresa, ahora toca a todos poner de nuestra parte para que el camino de regreso esté construido sobre certezas. Ahí está la ventana de oportunidad, no corramos atropelladamente hacia ella y, en la premura, terminemos por volver a cerrarla.
Edición: Enrique Álvarez
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