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Enrique Martín Briceño*



¿Por qué La Jornada Maya? ¿Por qué la última plana en maya? Precisamente porque todavía hoy, a un siglo de que la Revolución liberó a los sirvientes mayas de las haciendas henequeneras, la mayor parte de los peninsulares –mayas y no mayas– se hará estas preguntas. Cien años de discurso igualitario no han logrado acabar con la discriminación heredada de la colonia, que hace ver como algo natural la ausencia de la lengua autóctona de los medios de comunicación.



Todavía hoy son muchos los que ignoran que el maya yucateco es un idioma –como el español, el náhuatl, el inglés y el chino– y que lo hablan más de 800 mil personas en Yucatán, Campeche y Quintana Roo. Muchos son también los que no saben que el maya peninsular es la lengua indígena mexicana con el mayor número de hablantes y que cuenta con una importante literatura colonial y una floreciente literatura contemporánea (el Premio Nezahualcóyotl de Literatura en Lenguas Mexicanas 2014 lo obtuvo la narradora maya Sol Ceh Moo).



Es cierto que la grandeza de la cultura maya anterior a la conquista goza de reconocimiento unánime. Chichén Itzá, Uxmal y Calakmul están inscritas en la lista de Patrimonio Mundial de la UNESCO y decenas de investigadores mexicanos y extranjeros estudian la civilización maya prehispánica. Se trata de algo bien sabido y que enorgullece a campechanos, quintanarroenses y yucatecos. Sin embargo, no ocurre lo mismo con la cultura maya contemporánea, cuya riqueza, en el mejor de los casos, se desconoce. Y en general las tradiciones orales, la música y la danza, las fiestas y ceremonias, los conocimientos sobre la naturaleza, la arquitectura vernácula, la gastronomía, la medicina, el arte popular y otras manifestaciones culturales del pueblo maya de hoy se consideran menos valiosas que sus contrapartes occidentales.



Lo más doloroso es que los descendientes de quienes edificaron aquellas asombrosas urbes, los depositarios de ese legado cultural inmaterial conservado y nutrido a lo largo de siglos, viven en su mayoría en la pobreza. Ello se debe también, por lo menos en parte, a la invisibilidad de esos hombres y mujeres a quienes, en Cancún y la Riviera Maya, muchos llaman –con evidente menosprecio– “mayitas”.



El levantamiento zapatista de 1994 tuvo entre sus consecuencias la incorporación de los derechos de los pueblos indígenas a la Constitución General y su inclusión en las cartas magnas estatales. La Ley General de Derechos Lingüísticos ha sido también un paso hacia delante, lo mismo que los ordenamientos estatales de protección de los derechos de los pueblos originarios. No obstante, muchas de las disposiciones incluidas en estas leyes aún están lejos de cumplirse a cabalidad.



Así pues, en una región donde la lengua maya tiene tal número de hablantes –no se trata de una lengua minoritaria, sino de una lengua minorizada–, en una zona donde la cultura indígena tiene tal vitalidad –y no solo en el medio rural: Mérida y Cancún son en gran medida mayas–, la presencia del idioma y la cultura originarios no puede reducirse al ámbito familiar y a los contados espacios públicos que hasta ahora se les han otorgado.



Por ello, fiel a su historia, La Jornada será La Jornada Maya en la península de Yucatán y dará a la lengua, la cultura y la problemática del pueblo originario de la región un lugar destacado en sus páginas. Se une así al deseo del poeta Feliciano Sánchez Chan expresado en su poema “In kaajal” (Mi pueblo): “Kexi' wa ka'a si'ibikten u páajtalil / in ts’íibtik tu táan yich in kaajal / jump'éel túumben yaanal tsikbale'…” “Si tan solo pudiera escribir sobre su rostro / una historia nueva y diferente…”



* Enrique Martín Briceño (Mérida, 1964) es lingüista e historiador cultural. Desde 1990 labora en el sector cultural. Fue director del Centro de Apoyo a la Investigación Histórica de Yucatán e investigador fundador del Centro Regional de Investigación, Documentación y Difusión Musicales de la Escuela Superior de Artes de Yucatán. Desde 2007 tiene a su cargo el área de Patrimonio Cultural de la Secretaría de la Cultura y las Artes del Gobierno de Yucatán, donde promovió la creación de la Biblioteca Virtual de Yucatán y la Biblioteca Yucatanense.