El día que dejamos de ver la península

Felipe Escalante Tió
Muñoz: [i]El Padre Clarencio[/i], Año 1, Núm. 10, 18 de octubre, 1903
La Jornada Maya

Jueves 04 de mayo, 2017


Aquel 4 de mayo, los hermanos Rodulfo y Delfín G. Cantón recibieron un telegrama: “Los patrióticos deseos de Uds. están satisfechos: hoy a las 7 de la mañana comenzó a flamear en esta población el glorioso pabellón nacional”, rezaba aquel mensaje enviado por el general Ignacio A. Bravo, quien así daba a conocer la ocupación de Chan Santa Cruz.

Todavía, aquel 1901, era gobernador el general Francisco Cantón Rosado, aunque la operación para el relevo en el Ejecutivo estatal ya estaba en marcha. Pero mientras, fue un día de fiesta.

Apenas se supo la noticia, en Mérida y algunas de las principales poblaciones se escucharon salvas de artillería, la explosión de voladores; las campanas de las iglesias se echaron al vuelo y a sus voces de bronce se sumaron los silbatos de las locomotoras y todas las bandas de guerra existentes en el estado. Aquello fue tal vez la sinfonía más escuchada en la ciudad blanca durante muchos años. Por la noche, serenata, y “el pueblo” se reunió frente al Palacio de Gobierno para lanzar vivas al presidente Porfirio Díaz, al gobernador Cantón y al general Bravo. Al día siguiente, de fiesta nacional, el Ayuntamiento repartió cervezas en el kiosco de la Plaza Grande. Un pequeño papel, media hoja tamaño carta, con tres líneas, significaban “el paso más importante de la pacificación de la zona sublevada”; el fin de 54 años de guerra contra los mayas.

Había quedado, sin embargo, un problema de tres jugadores, la extensión territorial “pacificada” y el interés de los gobiernos nacional y estatal, este último entre una administración saliente y otra entrante.

Francisco Cantón intentó que el proyecto de territorio fuese temporal, que la parte norte del hoy estado de Quintana Roo, ocupado por las compañías Agrícola del Cuyo y Colonizadora, además de las islas de Mujeres, Cozumel y Holbox, permanecieran bajo la jurisdicción yucateca. En caso contrario “Yucatán quedaría reducido a tierras pobres, aptas únicamente para el cultivo del henequén y sin la posibilidad de desarrollar otras industrias”, según escribió a don Porfirio.

Antes de esa misiva, Cantón había visitado la zona, nombrado “ciudadano yucateco” al general Bravo, y los intelectuales que lo apoyaban habían hecho una campaña para mantener los límites del estado conforme a lo indicado en la constitución de 1857, pero fue en vano. El capítulo quedó como uno más de los agravios del gobierno nacional a Yucatán, en la mente de algunos.

El territorio se dejó, luego de una ardua campaña en la prensa tanto en contra como a favor de la creación de Quintana Roo, en manos de la federación. Desde entonces, también los yucatecos dejaron de imaginar el potencial de la península y la posibilidad de su diversificación económica, aunque no por eso se han dejado de hacer negocios. El sueño de la integración cada vez es más lejano.

Y así como se abandonó la idea del “Gran Yucatán”, también dejamos de pensar que tenemos problemas comunes. El más visible, el elevado índice de suicidios. También solemos creer que las microrregiones nos hacen distintos, que el maya del oriente tiene dificultades de comunicación con los de Campeche o los de Carrillo Puerto. Se perdió la capacidad de ver más allá de las fronteras. Hay meridanos que hoy en día sólo conocen ciertas partes de la urbe. Algunos, incluso, no pasan de las plazas comerciales, que es lo mismo a ignorar el lugar en que se vive. Ya no digamos cuántos no han tenido la experiencia de visitar los 105 municipios restantes.

Las distintas modificaciones del territorio yucateco han hecho mella en nuestra capacidad de vernos como peninsulares. Tal vez veamos que el péndulo oscile hacia el otro lado, pero para eso, tenemos que comenzar por conocer que compartimos más que esta gran laja.

Aquel 4 de mayo, hace 116 años, nos quedamos en los festejos.

[i]Mérida, Yucatán[/i]
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