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Fernando del Moral
La Jornada Maya

Jueves 2 de noviembre, 2017

La llegada a una nueva tierra es arribar al umbral de una vecindad por construir, entre los que pisan un suelo distinto al que los vio nacer, donde podrán convivir con quienes ya tienen ahí sus raíces, que son las que echaron en tierra propia, y se convierten en sus vecinos por necesidad o voluntad, ya que cuando se comprenden ambas la convivencia puede ser de lo más natural.

Esta situación se ha vivido en Candelaria, con sus comunidades vecinas en el sur de Campeche, desde hace poco más de medio siglo, sobre todo a partir de la creación de nuevos centros de población ejidal (NCPE), promovidos entonces principalmente a través del Departamento de Asuntos Agrarios y Colonización (DAAC) y luego por la Secretaría de la Reforma Agraria (SRA), entidades desaparecidas cuando el gobierno federal canceló las políticas públicas que les daban sustento.

En los NCPE se canalizó un caudal de recursos humanos campesinos, con una migración planeada y dirigida a fomentar la producción del medio rural mexicano en terrenos nacionales, para dotar de tierra y trabajo a quienes así lo requerían y participaron en esas iniciativas. Casi fueron las últimas puertas que se abrieron a necesidades populares y demandas agrarias intermitentes, alrededor de 1960, y años después, con las deportaciones masivas de paisanos desde Estados Unidos, tras concluir el denominado Programa Bracero, que aceptaba legalmente mano de obra mexicana para trabajar en ese país.

Si dentro de la migración al sureste, el componente poblacional originario de la Comarca Lagunera de Coahuila y Durango es notorio, sobre todo en Candelaria –y hasta en algunos puntos de Quintana Roo--, también hubo migrantes que llegaron de otros estados lejanos como Zacatecas, Aguascalientes, Jalisco, Guanajuato, Querétaro y Michoacán; o cercanos como Veracruz, Chiapas y Tabasco. Por ejemplo, de este último estado, llegó Zobeida López Ángel, procedente de Macuspana, y de padres de esta localidad son hijas María Concepción López Beltrán y Celestina Gerónimo Hernández, quienes son vecinas en la comunidad de Miguel Hidalgo, en Candelaria; pero desde antes de que se iniciara la colonización, ahí estaba ya Leonor Gerónimo Torres, también llegada de Macuspana.

A Escárcega, que sería municipio vecino de Candelaria, también llegaron migrantes de Zacatecas, Jalisco, Guanajuato y Michoacán, pero también de Nayarit y el Estado de México, según se documenta en el libro Chan-colona. Imagen del pasado, orgullo del presente, de Maritoña Quirarte Rodríguez (Ediciones y Publicaciones PACMYC, Gobierno de Campeche, Instituto de Cultura del Gobierno del Estado, San Francisco de Campeche, 2009). Este libro se destaca porque es el primero, hasta donde es de mi conocimiento, escrito por una autora de las primeras generaciones nacidas en Campeche de los migrantes que llegaron en el sexenio del gobernador José Ortiz Ávila (1961-1967). En su caso, Maritoña es hija de padre jalisciense y madre michoacana, y a orgullo tiene ser “más campechana que el pan de cazón”.

El libro equilibra su contenido entre el texto y las imágenes que incluye en una sección fotográfica. El texto se divide en dos partes:
una introducción que es una línea de tiempo que transita entre los datos aportados en los informes anuales de Ortiz Ávila, y una parte narrativa que reconstruye la experiencia individual en dos familias migrantes, los Navarro y los Betancourt, que las circunstancias locales ponen en contacto y relacionan: es un ejemplo de cómo surgió una nueva generación campechana.

En el anexo fotográfico, la autora expresa que “las imágenes no son sólo rostros o siluetas, son cuadros que recrean vivencias”, son testimoniales de quienes llegaron para quedarse, algunos de ellos en las comunidades de Adolfo López Mateos, Altamira de Zináparo, Centenario, División del Norte, Escárcega, Francisco Villa, Lechugal, Mamantel y Matamoros. Las fotografías, donde la presencia de las mujeres no puede faltar, son representativas especialmente de grupos familiares o individuales, de nuevos pobladores en tránsito y labores de trabajo, e incluyen documentos de identificación como credenciales.

Aunque entre Candelaria y el estado de Quintana Roo está de por medio el municipio de Calakmul, entre 1970 y 1976 el flujo de migrantes procedentes de la Comarca Lagunera de Coahuila y Durango, que ya no habían podido ubicarse en Candelaria, se dirigió a esta segunda entidad; y aunque en menor cantidad, también arribaron de Sinaloa, Michoacán, Guanajuato y Veracruz. Un núcleo importante de los primeros se estableció en el municipio quintanarroense de Othón Pompeyo Blanco, fronterizo con Campeche, y son los vecinos distantes de los laguneros candelarenses, hasta cierto punto, ya que la ruta carretera Escárcega-Chetumal les da acceso.

Cuando el transporte principal todavía se hacía por el río Candelaria, en las afueras de la población un punto que llegaría a ser privilegiado por el panorama que presenta, desde entonces, es Coahuilita, nombre inspirado por su primer propietario en los años treinta del siglo pasado, el entonces chiclero Ernesto B. García, originario de Parras, Coahuila. Ahí llegó de tierras duranguenses María Teresa Trujillo Soto a la edad de nueve años, para quedarse como parte de ese paisaje gratificante que se ha conservado hasta nuestros días. Un paisaje donde el toque de distinción local está en el origen compartido con esta tierra.

Los resecos llanos del norte y las tierras sobrepobladas donde ya no podían mantenerse más familias campesinas, un medio rural afectado por la sequía, la falta de trabajo y oportunidades, todo ello resumía el dramático contexto social donde los de abajo buscaban una salida. Los que pudieron encontrarla en el sureste promisorio de aquellos años han vivido para reconocer sus logros y los de sus descendientes, en la arcadia verde plena de agua entre los ríos Candelaria y Hondo, donde sólo hubo de por medio la voluntad de llegar para trabajar y sostenerse aquí, donde cambiaron sus vidas para siempre.


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