Museos como potencia educativa

Óscar Muñoz
Foto: Francisco Martín
La Jornada Maya

Miércoles 22 de noviembre, 2017

En los últimos tiempos, los museos han sido considerados como centros de educación más efectivos que las escuelas. Hace apenas algunos años, incorporaron actividades educativas entre sus funciones. Al principio, sólo contaban con ciertos servicios, como la atención al público, las visitas guiadas y la difusión de sus exhibiciones. Ahora, los centros de exhibición de obras de arte, piezas arqueológicas, antigüedades y demás objetos históricos y culturales cuentan con estrategias pedagógicas orientadas a la formación de los visitantes, principalmente a los escolares.

Sin embargo, algunas veces se se piensa que los servicios educativos deben ceñirse a “entretener”, a través de actividades que, si bien incluyen contenidos relacionados con la exposición del momento, no favorecen aprendizajes sólidos. En algunos casos, distribuyen material con intención didáctica a los estudiantes; en otras ocasiones, les permiten realizar actividades de pasatiempo in situ, como resolver crucigramas, cazar pokémones o dibujar lo que a cada quien se le ocurra, entre otras tareas similares.

Claro que destacan excepciones, en lo que se refiere a los servicios educativos, como los museos de ciencia y tecnología. En esas instituciones generalmente se recibe a grupos de estudiantes que, en las distintas salas, interactúan bajo la orientación de personal especializado en cada rama. Los museos de este tipo cuentan con la tecnología que les permite instrumentar esas actividades. En cambio, los museos de otro corte tienen que diseñar otro tipo de estrategias y materiales didácticos, más adecuados para sus contenidos.

Existen algunos museos que han implantado actividades educativas, que en realidad no contribuyen en la formación de los escolares visitantes, pues les hace falta personal profesional calificado y certificado en educación para museos que carece, incluso, de formación docente. En algunos casos, cuentan con la licenciatura en educación, pero no tienen la especialidad ni la capacitación precisa para conducir actividades de educación no formal en museos.

Por otra parte, esos servicios educativos no cuentan con el material didáctico adecuado que permita a los estudiantes participar en un proceso que los conduzca a un aprendizaje efectivo y sólido; otros, ni siquiera tienen algo que pudiera funcionar como material didáctico. Algunos distribuyen materiales diversos, como trípticos de la exposición o esquemas de la distribución de las exposiciones en las diversas salas, todos informativos, pero ninguno con una función didáctica que contribuya en un proceso educativo programado.

Hacen falta agentes promotores de los servicios educativos de esos espacios patrimoniales, que sirvan de enlace entre el museo que representan y los planteles educativos interesados en visitarlos. Es fundamental, para asegurar la eficacia de los aprendizajes trazados, que los maestros escolares conjuguen con los docentes del museo. Entre todos ellos bien podrían diseñar un plan de visitas que incluyera un programa de acciones educativas, para que al final sea posible evidenciar los aprendizajes logrados.

Habrá que destacar la importancia que tienen los servicios educativos auténticos en los museos; aprovecharlos como centros potenciales de educación no formal, y que resulten un verdadero complemento de la educación escolar. Para ello, será necesario que las instituciones públicas del estado y la federación tomen cartas en el asunto en los recintos patrimoniales de la cultura local y nacional; de lo contrario, como en muchos temas, se corre el riesgo de caer en la simulación.