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del

Rafael Robles de Benito
Foto: Tomada de la web
La Jornada Maya

Miércoles 18 de abril, 2018

Desde finales de la década de los sesenta del siglo pasado hablábamos del crecimiento de la población como el motor principal del deterioro de las relaciones entre la sociedad y el ambiente. Colocábamos el panorama de las soluciones en la [i]revolución verde[/i] que supuestamente iba a ser capaz de producir alimentos para todos, y en el control del crecimiento demográfico. Eran conceptos del día a día la [i]bomba poblacional[/i], y las soluciones de crecimiento cero. Parece, sin embargo, que la tal bomba nunca explotó, y que por otro lado estamos muy lejos de alcanzar un escenario de [i]crecimiento cero[/i] para la población humana.

No pretendo minimizar la importancia de la amenaza que representa para la sustentabilidad el crecimiento de la población humana, especialmente lacerante en las naciones más pobres del planeta, sin embargo, me parece que colocarlo en el primer lugar de las amenazas a la permanencia de la vida en la Tierra es una tentación reduccionista que simplifica en exceso una realidad que es ante todo un sistema complejo, que merece un análisis con base en múltiples criterios.

El asunto encierra además la posibilidad de caer en algunas trampas de corte ideológico. Si la atención se centra en el asunto poblacional, entonces se corre el riesgo de sesgar la construcción y el financiamiento de políticas públicas hacia el abatimiento de los índices de crecimiento demográfico, dejando de lado, o al menos debilitando, aquéllas que pretenden atender otras causas subyacentes del deterioro ambiental. Visto así, las naciones más desarrolladas se erigirán de nuevo como las conductoras de los procesos de desarrollo globales, y los esfuerzos multinacionales se dirigirán, no a la producción sustentable de satisfactores, ni a la conservación del patrimonio natural y los servicios ecosistémicos.

Debo insistir en que la aproximación a la sustentabilidad no puede descansar únicamente en la disminución de la tasa de crecimiento demográfico. Es cierto que hay que hacerlo, aunque no necesariamente en busca del [i]crecimiento cero[/i]. Pero también me parece que es indiscutible la necesidad de modificar las formas en que producimos satisfactores, el comportamiento de los mercados, la dependencia de procesos de generación de energía basados en empleo de combustibles fósiles, la producción de objetos destinados a convertirse en basura de manera inmediata, el desperdicio de agua y alimentos, y un largo etcétera de asuntos y procesos que empujan el deterioro de nuestros paisajes.

La reducción del crecimiento de la población –si no se relaciona con la prohibición y la represión– atraviesa por fuerza por la educación. Pensando en ello, adelanto una propuesta: ¿por qué no vamos de una vez pensando en una suerte de educación para la sustentabilidad? Esta idea implica, desde luego, contemplar al proceso educativo como una suerte de reservorio vivo de la cultura (o de todo lo que la humanidad añade a la naturaleza), pero a ello debe añadir un valor adicional y fundamental: la solidaridad transgeneracional. Dicho de otra manera, ¿qué debemos saber, qué prácticas pueden resultar eficaces, y qué debemos cambiar acerca de las formas en que ahora nos relacionamos con nuestro entorno, de manera que podamos garantizar que puedan sucedernos nuevas generaciones en escenarios con una vida de calidad?

Crezcamos, pues, mucho más despacio de lo que lo hemos hecho hasta ahora; pero sobre todo crezcamos mejor. Es cierto que los más de siete mil millones de seres humanos que poblamos la Tierra somos una presión para su capacidad de sostener la vida, pero no nos olvidemos del hecho de que no va a bastar con ser menos, para garantizar que nuestro uso del planeta resulte sustentable. Recordemos las palabras de la cante valenciana [i]Bebe[/i]: “La tierra tiene fiebre, necesita medicina, y un poquito de amor que le cure la penita que tiene”. La medicina va mucho más allá que simplemente crecer menos. Tenemos que cambiar radicalmente nuestra forma de hacer uso de nuestro ambiente.

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