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del

Felipe Escalante Tió
Foto: Captura de video
La Jornada Maya

Miércoles 10 de octubre, 2018

Admirada Katia Rejón:

Me permito calificarte así, dado que te considero una de las personas más completas entre las dedicadas al oficio de reportear que hay en la península. Eso me ha demostrado el trabajo que haces llegar diariamente a la mesa de redacción de este periódico.

Dicho lo anterior, acuso recibo de tu artículo “Por qué nos ofende La Casta Divina”, publicado ayer. En lo personal, no quería volver a escribir sobre el tema, pero dado que la mención que haces de mi nombre, no obstante decir que me admiras y que soy un brillante historiador, terminan por cuestionar mi desempeño como profesional de la historia, creo estar obligado a esta contrarréplica.

Dices que entre las cosas que te ofenden –no sólo a ti, pues te eriges como vocera de tu generación millenial– están el clasismo y la falta de memoria histórica, entre otras en las que coincidimos, pero sólo pretendo ocuparme de estas dos, pues son en las que sustentas tu crítica a lo que escribí con respecto al restaurante La Casta Divina.

En primer lugar, ¿por qué no reconoces que el nombre tiene su origen en una burla que provino del general Salvador Alvarado para calificar a este grupo de élite? Hay varios testimonios de que la intención original fue hacer mofa de estas familias. Ahí están los textos de Luis Rosado Vega (un fabuloso libro titulado [i]El desastre[/i]), o del coronel Bernardino Mena Brito. Una vez que se reconoce la calidad del vocativo, el nombre queda en una fantástica ironía.

Siendo alguien que ha basado buena parte de sus investigaciones en la función de las publicaciones de humor y caricatura política, hallo en esta negación a la burla una actitud que recuerda a Jorgue de Burgos, el monje ciego, bibliotecario, personaje creado por Umberto Eco en [i]El nombre de la rosa[/i], quien niega a este tipo de literatura la capacidad de transmitir un conocimiento.

En cuanto a la comparación con los nombres de otros restaurantes, cuando la calificas de “imperfecta” estás legitimando que los yucatecos tenemos el derecho de ofender a otros grupos, siempre y cuando lo hagamos en Yucatán, pero que nadie se atreva a criticarnos dentro del estado (¿decías que les ofende la discriminación?). Hace ya casi dos décadas pude ofrecer una conferencia en la que critiqué una actitud que tenemos: aplaudimos al que se va e instala un puesto de cochinita en Europa, pero somos incapaces de abrazar a quien trae un negocio al que le pone por nombre Tortazo Chilango, por dar un ejemplo. Por cierto, me tocó contemplar la quiebra de un establecimiento con este nombre.

Otro punto es que no tenemos la historia completa, y aquí como te habrás dado cuenta, hace falta la voz del propietario del restaurante; que nos diga por qué el nombre, aunque he encontrado comentarios que dicen que ya lo cambió. Lamento que mis ocupaciones no me permitan acercarme al centro de Mérida para comprobarlo.

Ahora te pido me dejes comentarte lo que me ofende, tanto porque ahí tenemos coincidencias como porque en el espíritu que viene empujando estos años veo muy poco ánimo de construir.

Encuentro en los recientes movimientos en busca de justicia que con mucha facilidad buscan destruir la memoria de un pasado, ya sea quitando placas con el nombre de Gustavo Díaz Ordaz y queriendo sustituir monumentos por ceibas. Yo creo que debemos buscar la inclusión de todos en una gran memoria. No veo a nadie promoviendo que se erija un obelisco dedicado a Manuel Antonio Ay, Cecilio Chi, Bonifacio Novelo y demás caudillos mayas frente al monumento “a los héroes de la guerra de castas”. El día que quieran hacerlo, cuenten conmigo. Querer destruir sin una propuesta para construir, me parece deleznable; es semejante al actuar de esos regímenes autoritarios que buscan suprimir al “enemigo”. Por cierto, el escenario ya lo describió George Orwell en su novela 1984.

Me ofende también el silencio que hay en torno a la tragedia de Tahdziú, donde hace casi dos meses se registró un horrendo crimen contra una niña. No veo a nadie reclamando a la diputada Lizette Janice Escobedo Salazar, a cuyo distrito corresponde este municipio, que se pronuncie con respecto a la correcta aplicación de justicia y las facultades que tiene el presidente municipal como para haber “decretado” la expulsión de una familia y la expropiación de su vivienda sin indemnización. Ese silencio me recuerda mucho la colonial frase de “las cosas de Yucatán, dejarlas como están”.

Vayamos también a la representación que tenemos. Creo que buena parte de los problemas que estamos viendo en este momento por contaminación del manto freático, fumigaciones que afectan a los apicultores con el tremendo riesgo para la ecología y deforestación por megaproyectos tiene que ver con la falta de representación de la etnia maya en posiciones de gobierno. ¿Qué tal que se asignara un porcentaje de candidaturas al Congreso de acuerdo a su población? En mi particular visión de lo que puede ser un mejor Yucatán, los mayas están haciendo leyes para todos, no solamente para ellos mismos.

Podría proseguir, pero el espacio del periódico es limitado. Sólo me quiero detener en la cuestión de si la llamada casta divina era esclavista.

Por ser políticamente convieniente, a muchos nos ha gustado partir de la versión de John Kenneth Turner en [i]México Bárbaro[/i], quien toma como muestra una sola hacienda, y le da voz solamente a un hacendado. ¿Podemos cuestionar la historia a través del testimonio de Alberto García Cantón? El autor de [i]Memorias de un ex hacendado henequenero[/i] dice lo siguiente: “Que estos castigos existieron es cierto; pero por una parte, nunca se aplicaron con la frecuencia que se ha dicho, y por otra parte, puede asegurarse que fue un número muy reducido de hacendados los que recurrieron a ellos como correctivos. Nunca supe de castigos corporales por el rumbo de las haciendas de la familia. Algunas veces escuché conversaciones de mi padre con otras personas con relación a estos procedimientos y siempre fueron reprobados. Se censuraba a quienes se sabía que los empleaban, y no recuerdo haber escuchado los nombres de más de cinco o seis hacendados. Debieron ser bastantes más; pero seguramente que actuaban en ocasiones muy eventuales, de manera que sus nombres no se extendían para ser del conocimiento general. No olvidemos que los padres y las escuelas empleaban los azotes”.

Por mi parte, como investigador, me he sumergido en la documentación de dos grandes escándalos; uno ocurrido en la hacienda Chunchucmil en 1901 y el otro en Xcumpich, en 1905, así como la argumentación que hizo José María Pino Suárez sobre la existencia de la esclavitud en el estado. El resultado está en una tesis que no ha trascendido ni a su autor, y se puede resumir en lo siguiente: detrás de las acusaciones de esclavistas estuvo un móvil político; al menos así aparece en el expediente del caso Xcumpich, contra Tomás Pérez Ponce, Carlos P. Escoffié Zetina y José A. Vadillo, un documento que se conserva en el Archivo General del Estado, en el Fondo Justicia, en el que este último refiere que en la denuncia vieron la oportunidad de impedir la reelección de Olegario Molina. ¿El punto? Se necesita más conocimiento de la historia y ser más incluyentes en la memoria. Incluso, si hay algo que “nos ofende”, debemos revisar las causas y a partir de ahí construir no sólo una ciudad diferente, sino un mejor presente y futuro para todos.

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