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José Ramón Enríquez
Foto: Facebook Güevos Rancheros
La Jornada Maya

Miércoles 29 de mayo, 2019

Hace casi cuarenta años, Sergio Galindo regresó a su tierra, Sonora, a la ciudad de Hermosillo, el Valle del Pitic. Se había ido hacia la Ciudad de México para estudiar en la Facultad de Filosofía de la UNAM y también para hacer teatro, como su hermano Octavio, actor inolvidable. Sergio Galindo es uno de los más chicos de una gran familia que formaron don Melitón y doña Josefina, también inolvidables.

Recuerdo su viaje de preparatoriano sonorense hacia la Ciudad de México porque tuve la fortuna de pasar las fiestas navideñas de 1969 en Hermosillo, invitado por Octavio, con Margie Bermejo, su pareja, los tres alumnos de la Escuela de Arte Teatral de Bellas Artes en la capital. Yo conocí el desierto y, como inmerecido regalo navideño, me incorporé a una familia que ha sido entrañablemente mía. Al pie del Cerro de la Campana bebí bacanora y mucha cerveza para el desempance hasta descubrir vivos en los sahuaros los espíritus de los seris, los yaquis, los tepocas y los pimas, luego caí redondito en algún mundo que soy incapaz de recordar, desperté, sufrí la cruda del día siguiente y, claro, cómo no, me la curé hasta volver a danzar con mis fantasmas.

Cuando regresamos en tren de Hermosillo a México los tres teatreros en ciernes, venía con nosotros Sergio Galindo, silencioso como es él, con los ojos bien abiertos y su oído esencial para guardar en la memoria murmullos, conversaciones, consejas, sonidos de quién sabe cuándo, ya sea del desierto ya de la nueva ciudad a la que llegaba. Allá hicimos teatro, bebimos lo que encontramos, construimos, destruimos e inventamos, pero el desierto recuperó a Sergio para que fuera un hacedor de teatro singular en Hermosillo y ejemplar en todo México. Nunca hemos perdido el contacto porque compartimos esos espíritus y esos fervores teatrales que habitan a los cómicos desde siempre.

Hace veinticinco años Sergio Galindo apostó sobre el escenario sus [i]Güevos rancheros[/i] e inició con ellos la Compañía Teatral del Norte que hoy se consolida con un espacio teatral inigualable, [i]El Mentidero[/i], en una casona abandonada del centro histórico de Hermosillo. Vale la pena subrayar que [i]Güevos rancheros[/i] continúa montándose desde entonces y ha cumplido más de 2 mil 500 representaciones, lo cual es un hito en la historia del teatro fuera de la capital.

Para la Compañía Teatral del Norte, Sergio Galindo ha escrito y montado otras obras que constituyen un repertorio envidiable para cualquier grupo y una producción cualitativa y cuantitativamente admirable para un dramaturgo mexicano. Tres grupos de obras son una parte de esa producción: la trilogía del agua que retoma la historia de Batuc, Tepupa y Suaqui, pueblos anegados por una presa de la modernidad; la trilogía de Alonso del Sahuaral, que traslada al Quijote desde la manchega llanura hasta el desierto de Sonora; y la trilogía romancesca, que juega con las andanzas de actores limpios por entre mañas y corruptelas.

Precisamente En este pueblo no hay Cristo, cierra la última trilogía y ha participado en las Fiestas del Pitic, que coincidieron con la XIII edición del [i]Festival de Península a Península[/i]. De Yucatán llevamos [i]El Guérber[/i], de quien esto escribe, actuada por Pablo Herrero, y de Baja California, Teatro en Espiral de Michelle Guerra Adame presentó Agua.

En el cierre del festival sentí que recuperaba mi capacidad de asombro gracias al espectáculo de Michelle Guerra con la beatitud en la sonrisa de Alejandro Chávez.

Al fin hice mías estas líneas de la obra de Sergio Galindo: “Aliento del viejo actor / que dijo su vida en verso”. Agradecí volver a soñar al pie del Cerro de la Campana.

[i]Mérida, Yucatán[/i]
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