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Jaquelyn Rosado Puerto
Foto: Hugo Borges
La Jornada Maya

Lunes 3 de junio, 2019

Yucatán es un Estado ambiguo. Por un lado, su herencia revolucionaria ha sido parte importante de la historia de nuestro país: la guerra de castas, el legado de los hermanos Carrillo Puerto, por citar los ejemplos más resonantes; por otro, vigente aunque quizá con fecha de caducidad cercana, el sector ultraconservador escudado en la Iglesia católica y las élites empresariales que han logrado perpetuar el clima de ignorancia y fanatismo, borrando poco a poco nuestra historia socialista, satanizándola, silenciándola en las escuelas y las calles. Ya pocos recuerdan la educación socialista, racionalista, dirigida a empoderar a los sectores más desfavorecidos de la población, como el campesino. Empoderamiento a través de la ciencia y la libertad de pensamiento, de elección y decisión.

Aún pesa mucho en Yucatán el poder de estas organizaciones en las decisiones legislativas, las cuales son determinadas desde más allá de las Cámaras de diputados y senadores. Sus objetivos de cristianización de la población y de las instituciones públicas son incongruentes con valores que ellos mismos profesan como el amor al prójimo y la equidad (dar a cada quien lo que le corresponde por derecho) de la que habla el Nuevo Testamento. “Al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios”. Ante un argumento sustentado, te responden con un rezo. Porque no hay más verdad que la que dicen sus jerarcas. “En Yucatán ni muevas las aguas que todo está muy tranquilo y en paz” ¿Acaso la paz se alcanza a través del despojo y el silencio, de la simulación y la ambición? Esa es una paz en apariencia, fingida, una guerra interna donde todos callan cifras de desigualdad social, enfermedades, suicidio, violencia. “Apacígualos con la religión, pero si ésta se ve amenazada, conviértelos en sanguinarios guerreros en nombre de Dios”. Legionarios preparados para cuando se detone el explosivo, listos para defender oscuros intereses de los que ni siquiera son partícipes.

[b]Matrimonio igualitario[/b]

Recientemente se desechó la iniciativa de Ley para aprobar el matrimonio entre personas del mismo sexo. Los diputados mostraron una postura pública aparentemente a favor, para luego apagar la luz y emitir su voto secreto, el cual fue, en su mayoría, en contra. Está de más contar nuevamente la historia y evidenciar rostros y nombres. Ya todos los conocemos. Diputados del PRI y del PAN unidos por una causa: desechar una Ley a favor de la igualdad de derechos, siendo el matrimonio uno de éstos.

Para celebrar una unión civil deben de importar solamente dos cuestiones: La mayoría de edad y el consenso, no la orientación sexual. Ningún derecho debiera de estar condicionado por ésta, porque es parte de las libertades del ser humano, cobijadas por un sistema laico, democrático y constitucional. Nuestros representantes emitieron una vez más su voto en contra de los derechos humanos, al impedir a dos personas ejercer un derecho civil teniendo como único argumento su preferencia sexual. Yucatán es un estado conservador que paulatinamente se abre a otros estándares y formas de vida, pero que aún sigue bajo los dominios silenciosos de un grupo ultraderechista que se encuentra desde los municipios más apartados hasta en las cumbres sociales, políticas y religiosas.

Pero ¿será que todos esos diputados que votaron en contra son unos “mochos” y les escandaliza que dos personas del mismo sexo contraigan matrimonio? No. Incluso más de uno podría tener dicha orientación sexual. ¿Entonces? Conflicto de intereses, nada más. La Iglesia católica ejerce un peso fuerte sobre los votantes yucatecos, y los legisladores lo saben. Misas de sanación, misas dominicales, misiones de Semana Santa, asilos para ancianos, escuelas, catecismo, kermeses, fiestas patronales, caridad… todo “en favor de los más necesitados y en nombre de Dios”. Ojalá fuera así, desinteresadamente, porque tampoco podemos exigir coartar el derecho a la libertad de culto, siempre y cuando éste no atente contra otros derechos.

Cientos de señoras con una fe inquebrantable han encontrado consuelo en la Iglesia. Es su motivo de vida, organizan novenas, verbenas, fiestas, rezan en recintos legislativos. Se sienten útiles ante la sociedad y defenderán a capa y espada su postura, o más bien, la postura de la Institución religiosa que las hizo sentirse importantes y pertenecer a un grupo. Grupo que en lo más alto de su jerarquía posee entronados a sendos personajes de la casta divina yucateca y mexicana. Los emanados de Universidades prestigiosas, los informados, estudiados, empoderados. Aquellos que con estrategias psicológicas de manipulación perpetúan la ignorancia entre la gente menos afortunada de estudios y de razonamiento. Aquellos que se reúnen secretamente para planear su siguiente estocada. Los que les dicen a los diputados qué va y qué no. Caballeros que luchan por ideales propios de la Edad Media, con sueño monárquico de reinstaurar un sistema ultraconservador que garantice sus privilegios, para que nunca más los vean tambalearse. Caballeros y Damas que son “ejemplos” de filantropía pero que son nulos en empatía, equidad y derechos humanos. Tienen ideales y códigos de honor, imponen ideologías a través del control de los medios, las Universidades y la frágil mentalidad humana.

[b]La cara de un sistema en decadencia [/b]

Lo cierto es que no solamente es a los legisladores a quienes debemos cuestionar por las decisiones tomadas. Ellos son sólo la cara de un sistema en decadencia, polvoriento y cada vez más desgastado en Yucatán. Es su último aliento, y van con todo para ganar solamente una batalla de una guerra ya perdida desde las urnas pasadas. Se la jugaron, pues una victoria no significa restituir ese sistema hipócrita que dominó tanto tiempo a esta hermosa provincia. La verdad, la justicia y la razón siempre han sido las últimas vencedoras de la historia humana.

Damas y Caballeros, con estandarte de K de KuKluxKlan, que ven acabarse poco a poco su mina de oro, que echan la culpa de la decadencia social a los movimientos que buscan la equidad y la justicia, y no como consecuencia de sus ideales arcaicos de sumisión y obediencia. Nos veremos en las siguientes elecciones, donde se enfrentarán con un pueblo que está recobrando la memoria histórica, que está aprendiendo a discernir entre lo correcto y lo nefasto, que ha sido tocado por el despertar de la conciencia; en un escenario donde no importará quién eres, ni de dónde vienes ni qué tienes, sino qué puedes aportar para alcanzar la felicidad colectiva en un mundo diverso, en movimiento y constante cambio.

[i]Mérida, Yucatán[/i]
[b][email protected][/b]


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