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Javier Becerril
Foto: Iván Hernández Cuevas
La Jornada Maya

Miércoles 15 de abril, 2020

Los economistas se han empeñado en valorar monetariamente la tasa y rentabilidad de todas las formas de capital, entre ellas el financiero en sus formas de ahorro e inversión; el capital natural, en sus formas de aprovechamiento de los recursos naturales terrestres o marinos, entre otras muchas más formas del capital. Pero hay otros teóricos sociales como Pierre Bourdieu que ha puesto interés, más allá de la cuantificación económica o monetaria de los capitales: social, cultural o natural. Para Bourdieu el capital social es un recurso de los individuos que es originado en las relaciones sociales, y que puede estar en diferente volumen en cada integrante o persona, es decir, depende del tamaño de las conexiones, de la cantidad de esas conexiones y de la capacidad de movilizarlas. En resumidas cuentas: todas las relaciones sociales que se caracterizan por normas de confianza y reciprocidad.

El capital social es también entendido como un recurso de acción colectiva que tienen los habitantes de una comunidad, que son complementados con otros tipos de capital: humano, natural, político, físico y financiero. Sin lugar a duda la suma de la mayoría de estos capitales podría detonar el desarrollo local que se transforme en mejores condiciones de vida para los integrantes de ese proceso de mejoría. Elinor Ostrom, premio Nobel de Economía en 2009, identificó acertadamente que la acción colectiva de las organizaciones como los ejidos, cooperativas u otras formas de organización local, son las que mantienen los recursos naturales, más allá de la incidencia de las políticas públicas y la fuerza del mercado entre oferta y demanda para la conservación de los recursos agotables.

La dotación de capital social es la cantidad de relaciones en redes, entre hogares de una sociedad y en formas de amistad, amigos, familias que mutuamente se asisten incluyendo los recursos monetarios (en efectivo) para ser usados en momentos de emergencia o crisis. Así entonces la amistad, confianza y reciprocidad, y una buena administración de ello, son los factores que facilitan la creación de capital social. Aunado a la disposición del capital natural en el pueblo y la cultura maya, se puede sumar el capital humano, esto es: la filosofía del pensamiento y conocimiento local maya sobre su entorno.

Woolcock y Narayan argumentan que cuando las personas caen en tiempos difíciles, saben que sus amigos y familia constituyen una red de seguridad. Intuitivamente, entonces, la idea básica del capital social es que la familia, amigos y asociados de una persona constituyen un activo importante, uno que puede ser invocado en una crisis, disfrutado por sí mismo y aprovechado para obtener ganancias materiales. Estos ejemplos sugieren una definición más formal: el capital social se refiere a las normas y redes que permiten a las personas actuar colectivamente.

Woolcock y Narayan comentan, además, que los más pobres y vulnerables, por ejemplo, pueden tener una dotación muy unida e intensiva de capital social de “vinculación” que pueden aprovechar para “sobrevivir”, ante los tiempos difíciles.

Paradójicamente, hasta la década de 1990, las principales teorías del desarrollo tenían opiniones bastante oblicuas y obtusas, incluso contradictorias, sobre el papel de las relaciones sociales en el desarrollo económico y ofrecían pocas recomendaciones constructivas de política pública. En los años 1950 y 1960, las relaciones sociales tradicionales y los modos de vida eran vistos como un freno para el desarrollo. Moore señaló “el enfoque [estaba] en las relaciones sociales como obstáculos”. Así como lo expresó un influyente documento de las Naciones Unidas (1951) de la época, para que el desarrollo continúe, “las filosofías antiguas deben ser desechadas; las viejas instituciones sociales tienen que desintegrarse; los lazos de casta, credo y raza tienen que concluir; y un gran número de las personas que no pueden seguir el progreso tienen que frustrar sus expectativas de una vida cómoda”.

Esta visión dio paso en la década de 1970 a los argumentos de los teóricos de la dependencia y los sistemas mundiales, quienes sostenían que las relaciones sociales entre las élites corporativas y políticas eran un mecanismo primario de explotación capitalista. Las características sociales de los países y comunidades pobres se definieron casi exclusivamente en términos de su relación con los medios de producción y la antipatía inherente entre los intereses del capital y el trabajo.

En México los arquitectos del desmantelamiento de los pequeños productores rurales, entre otros: Santiago Levy y Sweder van Wijnbergen previo a la apertura comercial de México en 1994, apostaron a la apertura comercial con la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) traería una oportunidad ideal para introducir productos agrícolas mexicanos al vecino país del norte, así como productos manufacturados, permitiendo así una transición de la producción de subsistencia hacia las manufacturas y la agroindustria. 26 años después la tesis neoliberal de Levy y van Wijnbergen no se cumplió; afortunadamente las comunidades y pequeños productores existen con dotación de capital social, humano y natural, entre otros.

En los resultados preliminares de un proyecto de investigación de la Facultad de Economía, con financiamiento de la Fundación Kellogg, se ha logrado identificar por lo menos 36 grupos bien organizados en los municipios de Cantamayec, Chankom, Mama, Maní, Mayapán, Sotuta, Tahdziú, Teabo, Tekom, Tixcacalcupul y Yaxcabá. Las formas de organización, autogestión y cooperación de muchos grupos organizados, consolidados, pilares de confianza y reciprocidad entre sus miembros. Cooperativas, asociaciones civiles, o una simple agrupación, conformados por mujeres, mujeres y hombres, jóvenes y adultos. Agrupaciones para la producción de miel melipona, derivados de la miel, producción de hortalizas orgánicas, elaboración de artesanías, urdido de hamacas, confección de hipiles, abanicos, producción de huevo orgánico, pollo de granja -de traspatio-, cría de cerdo pelón en su mayoría. Grupos que hoy están vigentes, y sin lugar a duda son un mecanismo de organización para lograr la resiliencia económica. Entiéndase a la resiliencia económica como la estimación de encarar los efectos (negativos o positivos) de manera satisfactoria. Capital social, indispensable para la resiliencia social, reestructura del rompimiento del tejido social. Estos grupos de autogestión y autoorganización son una muestra fehaciente de los capitales disponibles: social y natural. Es importante mencionar que toda ayuda adicional por parte del Ejecutivo estatal o federal, o de Organizaciones No Gubernamentales (ONG), sociedad civil, o universidades como la UADY con proyectos sociales, serán de gran ayuda para la resiliencia social y económica, para la distribución y compra de sus productos.

Los hallazgos también revelan que mucho ganaremos si promovemos y demandamos los bienes y servicios que producen estas organizaciones locales que fomentan la autogestión, la autoorganización, la inclusión de mujeres y su empoderamiento, agrupaciones de mujeres, generación de empleo y autoempleo, desarrollo de base y local, generación de ingresos y reducción de pobreza.

El pueblo y la cultura mayas harán frente a la crisis económica y social, haciendo uso eficiente de su capital social, humano y natural. Las redes socialmente construidas de confianza y reciprocidad para la recuperación, el conocimiento local de los recursos y aprovechamiento de su producción que proviene de la milpa, solar, monte para el autoconsumo, y el excedente para el mercado. Son y serán las opciones de subsistencia y continuidad del pueblo maya frente a esta crisis inminente.

*Profesor – Investigador. Facultad de Economía, UADY.

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Edición: Ana Ordaz


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