de

del

Texto y foto: Sásil Sánchez Chan
La Jornada Maya

Jueves 30 de abril, 2020

Al intensificarse las medidas de prevención por la pandemia de COVID-19, me dio temor la idea de quedar prisionera en Mérida, donde vivía por mi trabajo, y me asaltó un sentimiento extraño, tal vez estremecedor, para la vida que he llevado; me pareció, por muchas razones, que la ciudad no era el lugar en donde quería vivir el confinamiento.

Crecí en dos lugares, el pueblo y la ciudad, y hago esta nota para contextualizar el panorama en el que mi vista y sentidos se encuentran latiendo. Soy originaria de Xaya, una comunidad perteneciente a Tekax, al sur de Yucatán, de no más de 4 mil habitantes. La red móvil llegó a finales del año pasado y como en muchos pueblos la gente se conoce entre sí. Cierta parte de los habitantes se mueven y giran entre la capital del estado o ciudades de Quintana Roo, pues ahí es donde han encontrado su fuente de ingresos que, con la propagación del virus y los protocolos generales de prevención, muchos modificaron su rutina, mientras que otros tuvieron que buscar diferentes formas de continuar, otros perdieron su empleo y otros más siguen de manera normal, en comparación con las actividades de la ciudad.

Dentro de la comunidad vivimos de la economía comunitaria, es decir, de nosotros mismos. Somos nuestros productores y consumidores, sin hablar en un sentido únicamente monetario. Aquí la gente se emplea en las tiendas, los molinos, el campo, las ventas. No pedimos Rappi pero sí compartimos la comida entre familias; tampoco compramos en Sam’s pero bajamos de nuestros solares o le compramos al vecino los chiles, la chaya, los tomates; no tenemos Bachoco o Crío pero sí gallinas que ponen huevos y están a disposición del consumo local; no tenemos McDonald’s pero sí le compramos papitas y saborines al señor que pasa todas las tardes en el triciclo con su hijo; no tenemos mercado ni súper pero sí tienditas de la esquina y Conasupo (Compañía Nacional de Subsistencias Populares, establecido por el gobierno), en donde venden de a poco y de a todo. Tampoco tenemos una farmacia, un banco o cajeros automáticos, mucho menos negocios que acepten pagos con tarjeta: tenemos comunidad.

¿Cómo explicarnos que la sana distancia es necesaria? El Gobierno no previó en su esquema esta forma de organización social y económica, ni los canales de comunicación que tienen las comunidades. En cambio tenemos rumores: “esta es una enfermedad inventada por el gobierno”, comentan quienes siguen su vida normal, buscando bajo las costillas del rezago el sustento suficiente para comer. Mientras que, por otro lado, para quienes no tienen internet u otro medio digital disponible, la información llega como gotas de lluvia en plena sequía. Y no es suficiente. Sólo palabras confusas, poco digeribles, sin sensibilidad ni con el contexto cultural apropiado para los oyentes. Mi tía, una mujer hablante del maya yucateco con un bilingüismo mínimo, dice que ve las noticias pero no las entiende y nos interroga para saber qué ocurre día a día con la pandemia y, en su situación de confusión, hay muchos más.

[b]Acciones voluntarias[/b]

La única certeza que tenemos es que el cuidado comunitario está formado por acciones voluntarias. El primer filtro sanitario lo instalaron el único médico y enfermera que hay en Xaya, y para encontrar refuerzos se solicitó por el altavoz el apoyo de quienes pudieran sumarse a cuidar las entradas principales de 9 a 14 horas; una de esas dos entradas colinda con la carretera Mérida-Chetumal y por ahí entran todos aquellos que viajan a la capital, quienes en un principio entraban y salían sin ningún tipo de revisión. Por otro lado, y por fortuna nuestra respecto del COVID-19, no solemos saludarnos de beso ni abrazo, esa es una medida que sí seguimos sin complicación alguna, porque así estamos acostumbrados culturalmente.

La sana distancia se concibió sin considerar, en buena parte, la vida comunitaria pues sucede justo así: en colectivo, y quizá, la falta de información oportuna desemboca en ello, en ignorar aquello que es benéfico para nosotros mismos y que no contempla aún otras opciones para subsanar todas aquellas actividades que requieren el contacto constante con los demás; en cambio, se han estipulado medidas para sancionar a aquellos que no sigan las medidas establecidas por la autoridad gubernamental.

Las acciones y protocolos oficiales no han sido empáticas para los pueblos mayas; el seguro de desempleo con trabajo llegó a oídos de algunos y el cómo ingresar a él ya fue otra historia, esto es lo que le falta al programa para fortalecerlo.

La información en maya es importante, aunque es limitada la difusión de la misma, considerando que no todos tienen una televisión o celular con internet; en algunos pueblos el agua no llega o es escasa, por lo que seguir una medida tan básica como lavarse las manos resulta complicado; y según datos del Inegi, la población de adultos mayores representa 10 por ciento en Yucatán, muchos de ellos en el interior del estado. Así podría hacerse una larga lista del reto que enfrentamos como pueblo ante la contingencia sanitaria.

[b]Vulnerabilidad, una constante[/b]

La vulnerabilidad es una constante en la vida de los pueblos originarios en general. Se acentúa en situaciones como ésta debido a que, en la coyuntura de la contingencia sanitaria, salen a flote las otras aristas por las que también se ven afectados los pueblos mayas: déficit en el sistema y acceso a los servicios de salud, baja o poca información clara y pertinente, altos índices de diabetes y obesidad, niveles elevados de alcoholismo, el desempleo, el difícil acceso a los pueblos y movilidad, el rezago educativo, social, entre muchas otras cuestiones.

En estos tiempos del coronavirus, las autoridades deben reflexionar que Yucatán no se traduce solamente en la capital y sus principales ciudades. Dentro de esta geografía existen comisarías y pueblos mayas donde frenar el trabajo local y entrar en confinamiento de sus habitantes significa frenar la vida. El dinero soluciona el problema de las ciudades porque las grandes empresas los abastecen o incluso el trabajo mismo de los campesinos del interior del estado; aquí, aquí lo que se produce en nuestras casas y solares significa autosustentarnos, por lo que esta contingencia por COVID-19 me hace cuestionar si pensaron en generar medidas y protocolos viables a la realidad de los pueblos mayas o ¿quién debe aterrizar y aplicar estas acciones urgentes?

Al final, cuidarnos entre todos es cuidarse a sí mismo. Pensar en comunidad es ponerse en el lugar del otro y, a partir de ahí, habría que generar políticas públicas en materia de salud, que sean adecuadas para los pueblos del interior del estado, porque no sólo existen las grandes ciudades, también estamos nosotros.

[b][email protected][/b]

Edición: Enrique Álvarez


Lo más reciente

Sacmex denuncia sabotaje en pozo de la alcaldía Álvaro Obregón en CDMX

Reportó el hallazgo de un compuesto de aceites degradado en el agua extraída

La Jornada

Sacmex denuncia sabotaje en pozo de la alcaldía Álvaro Obregón en CDMX

La Mérida que se nos fue

Noticias de otros tiempos

Felipe Escalante Tió

La Mérida que se nos fue

Seis horas encerrado vuelven loco a cualquiera

Las dos caras del diván

Alonso Marín Ramírez

Seis horas encerrado vuelven loco a cualquiera

Dorothy Ngutter concluye su encargo al frente del Consulado de EU en la península de Yucatán

La diplomática se reunió con Mara Lezama durante una visita que realizó a QRoo

La Jornada Maya

Dorothy Ngutter concluye su encargo al frente del Consulado de EU en la península de Yucatán