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Gilberto Avilez Tax
Foto: Fernando Eloy
La Jornada Maya

Martes 26 de marzo, 2019

Carlos Fuentes le llamó “cucaracha ambiciosa” a Krauze después de que éste había escrito [i]La comedia mexicana de Carlos Fuentes[/i], un ensayo con harta mala leche en la revista de Paz. Alberto Ruy Sánchez calificaría ese ensayo como de “estalinista y xenófobo”, y Paz, como Zeus tronitronante, lamentó que los comentarios de Ruy Sánchez se hayan vertido, cuatro largos años después, en “campo enemigo”, en el Coloquio de invierno de [i]Nexos[/i] de 1992: la mafia literaria, acuñada por el Salinato, se daba de dentelladas, no había pie para el disenso cuando Salinas prodigaba el presupuesto cultural vía el recién parido Sistema Nacional de Creadores y otras bolsas editoriales.

En ese texto, Krauze le dice a Fuentes, palabras más, palabras menos, que se trata de un gringo que escribe desde Hollywood sobre México, país al que no conoce más que por sus lecturas de probeta. En la obra de Fuentes, Krauze leía que “México era un libreto, no un enigma ni un problema y casi nunca una experiencia”. El biógrafo y hagiógrafo de Paz, Christopher Domínguez Michael, adjetivó como “demoledora” esa crítica krauzeana en la cual “algún eco había de las opiniones de Paz sobre Fuentes”. Es cierto lo que dice Domínguez Michael: “[i]La comedia mexicana de Carlos Fuentes[/i]” fue “un punto de no retorno en la historia de la crítica literaria en México”, pero aquello sobrepasaba los límites de la crítica y se metía, como dijo claramente Paz, en los lábiles y subjetivos vericuetos de la psicología y las “querellas personalistas”. Ese fue el motivo del alejamiento de Fuentes hacia Paz, por una “cucaracha ambiciosa”.

Los comentaristas de izquierda vieron como una vendetta velada del poeta lo que Krauze había escrito sobre el novelista que se consideraba un fuerte competidor mexicano para agenciarse el premio de los suecos. Del mismo modo, algunos comentaron que el texto de Krauze era una continuación del Discurso de Frankfurt de Paz contra la izquierda latinoamericana, al denunciar éste la “dictadura burocrático-militar” sandinista. Lo cierto es que ese ensayo marcó el alejamiento de estos dos escritores. Tal vez Paz no había perdonado a Fuentes cuando, después de lo de Frankfurt, guardó silencio al saber de la quema en efigie del poeta.

En las cartas que Octavio Paz le envió a Pere Gimferrer, el 7 de abril de 1977, Paz menciona a su amigo catalán, acerca de “Krauze, el nuevo secretario de Redacción de su revista” [i]Vuelta[/i] (con el tiempo, este secretario llegaría a ser subdirector de ella). No había aparecido ese nombre en la correspondencia previa, que se remontaba a 1966; en 1976, Paz insistía a Gimferrer que le mandara una “nota” sobre la más reciente novela de Fuentes, la monumental e imprescindible [i]Terra Nostra[/i]. Dice la carta del 15 de junio de 1976: “Ya recibí tu nota sobre Carlos Fuentes. Me gusta de veras. La publicaremos junto con otra menos entusiasta de un joven mexicano, Adolfo Castañón. Tu nota, por supuesto, irá al frente. Lo que dices en ella me ha incitado a leer [i]Terra Nostra[/i]. En un principio había dejado la novela para leerla en Cambridge pero creo que empezaré ahora, apenas termine dos o tres cosas urgentes”.

[b]Terrible terremoto de 1988[/b]

Existen otras referencias amigables de Paz sobre Fuentes en años posteriores. El 17 de mayo de 1980, Paz, que se aprestaba para ir a Harvard a recibir un doctorado honoris causa, hizo referencia de “nuestros malquerientes de México, que son ya legión”. Y acto seguido, aclaraba: “Digo nuestros porque, aunque yo soy el blanco principal (han dejado descansar un poco a Fuentes), el objeto real de su animadversión es [i]Vuelta[/i] y lo que representa”. Pero en 1988 vendría el terrible terremoto no sólo en el sistema político mexicano, cada vez más rupestre y sarmentoso, sino en la República de las letras mexicanas, “la magnitud de la demolición emprendida por el subdirector de [i]Vuelta[/i]” contra el escritor más visible de una izquierda pasteurizada y para nada radical. En la correspondencia con Gimferrer, el poeta hará mención de esta ruptura que fue vista como la reactualización del mito entre Caín y Abel a la mexicana. La carta está escrita en Paseo de la Reforma 369-104, fechada el 12 de julio de 1988, y en el Postdata de ella va la versión pazceana del asunto (Fuentes nunca respondió, pero “en dos o tres ocasiones no se aguantó las ganas de referirse ofensivamente al historiador”). Transcribo:

“Ya terminada esta carta y antes de echarla al correo, vuelvo al primer párrafo. Perdóname el pequeño desahogo que vas a leer. Como si no fuese bastante con el desajuste íntimo que experimento apenas regreso a México, debo ahora enfrentarme al pequeño escándalo provocado por el ensayo de Enrique Krauze sobre (contra) Carlos Fuentes. Yo hubiera preferido no publicar ese texto en [i]Vuelta[/i]. No pude. Lo siento de verdad. Tú me conoces y sabes que lo que digo es cierto. Y no hubiera querido publicar ese escrito apasionado, por dos motivos. El primero: la vieja y sincera amistad que me une (o unía, no sé) a Fuentes. Una amistad resignada a sus intermitencias y a sus desapariciones súbitas seguidas por sus apariciones no menos súbitas. El segundo, porque soy enemigo de las querellas personalistas. Mis polémicas y batallas han sido siempre (o casi siempre) intelectuales e ideológicas. Pero, ¿cómo hubiera podido yo, que tantas veces he defendido la libertad de opinión, negar las páginas de la revista a un escritor mexicano –aparte de que ese escritor es, nada menos, el subdirector de [i]Vuelta[/i]? La reacción, previsible, no se hizo esperar: varios artículos de desagravio a Fuentes y otros de crítica acerba en contra de Krauze. Naturalmente, no han faltado los renacuajos que dicen –uno ya lo escribió– que se trata de una maniobra inspirada por mí para desacreditar a un rival aspirante al premio Nobel. ¡Qué infames! Jamás he ambicionado ese malhadado premio –es otra mi idea de la gloria– y nunca he movido ni moveré un dedo para tenerlo. Pero este incidente ha hecho más amargo mi regreso. No solamente he perdido a un amigo (inconstante y escurridizo, es cierto, pero también inteligente, generoso y cálido) sino que debo soportar callado las calumnias… Para colmo, regresé en el momento de las elecciones. La incompetencia de los del Gobierno –deberían haber aceptado la derrota del PRI hace dos años, en Chihuahua y en Sinaloa: eso les habría dado autoridad moral y credibilidad– y la antidemocrática intolerancia de los dos partidos de oposición me hacen temer lo peor. Ojalá y no perdamos en estos meses próximos los pocos espacios democráticos que habíamos ganado en los últimos años”.

[b]Cuauhtémoc Cárdenas[/b]

Paz no veía con buenos ojos el crecimiento vigoroso de la izquierda mexicana, en esos últimos años de la Guerra Fría, año del viraje profundo del Estado mexicano hacia el neoliberalismo pregonado por los halcones de Washington y la nueva clase de políticos mexicanos tecnócratas que habían estudiado en Harvard y otras universidades gringas, en donde el poeta daba sus cursos de literatura. La percepción de Paz sobre la oposición política era diametralmente distinta al posicionamiento de Fuentes (en 1987, Fuentes se había agenciado el premio Cervantes) sobre Cárdenas y Salinas: “Todos los elementos modernizantes de la sociedad mexicana –decía Fuentes a la prensa española– le han prestado el apoyo a Cuauhtémoc Cárdenas, candidato de un movimiento de izquierda, en tanto que los elementos más arcaizantes, es una paradoja, se la han prestado a un hombre que propone la modernización”.

No sé si[i] La comedia mexicana de Carlos Fuentes[/i] guarde alguna relación con las elecciones del 6 de julio de 1988, cuando la izquierda mexicana ganó en los votos y perdió frente a la caída del sistema del “ogro filantrópico”; pero lo cierto es que, 30 años después, muertos Paz y Fuentes, el oscuro señor Krauze, convertido durante el sexenio peñanietista en el hijo predilecto del presupuesto cultural, sería el autor principal de la fallida Operación Berlín junto con su secuaz, Fernando García Ramírez.

*Doctor en historia

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