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Foto: @serpervil

“Hola, chulis, me están haciendo una entrevista”, dice doña Martha a una vecina, la segunda que saluda en menos de cinco minutos. Estamos en la puerta de la iglesia en la Colonia Alemán, el lugar donde ha vivido desde 1954. Esta mañana de jueves, Martha tiene lentes de sol, tapabocas azul y el ritmo acelerado de alguien a quien interrumpieron cuando estaba a punto de subirse a su coche. “Pero es rápido, ¿verdad?” había dicho al principio, y yo le juré que no iba a tardar. Unos minutos después, Martha dice nombres y apellidos, calles y establecimientos, se ríe con sus recuerdos. Le doy gracias por su tiempo y ella responde mirando la grabadora: ¿No tiene otra pregunta más para hacer?

 

Foto: Rodrigo Díaz Guzmán

 

La Colonia Alemán es adorada por sus colonos. Cuesta trabajo imaginar que este lugar de árboles enormes que se tocan las puntas de un lado a otro de la calle estuvo abandonado entre cinco y 10 años después de su construcción. Fue la primera vivienda en serie de Mérida cuando Miguel Alemán era el presidente de México en el año 1947. Y nadie la quería.

De acuerdo con el artículo Rescate de experiencias urbanas. Transformación y adecuación de la colonia Miguel Alemán de la arquitecta María Elena Torres Pérez, la colonia Alemán fue construida como un proyecto posrevolucionario para las familias de militares, ferrocarrileros, cordeleros, burócratas y obreros. En ese entonces, las casas de Mérida eran de techos altos, patios amplios y cercanas al centro; era lógico que los meridanos no quisieran mudarse a una “caja de cerillos” o “vagones de ferrocarril”. Decían que estas casas estaban “lejos de Mérida” y eran “pequeñas, feas, simples y sin patio”. 

 

Foto: Rodrigo Díaz Guzmán

 

Por años, los únicos habitantes fueron veladores y obreros que ayudaron en su construcción. Sin querer, las esposas de los trabajadores convirtieron sus hogares en “casas muestra” que después sirvieron para vender el resto del lote cuando unos años después, cuando Adolfo Ruiz Cortines era presidente, remataron las casas a un cuarto de su precio pasando de 40 mil pesos viejos hasta 10 mil pesos viejos.  

El exceso de demanda permitió al gobierno perfilar a los habitantes de la Colonia Alemán, de manera que casi todas las casas tenían no solo la misma fachada sino el mismo prototipo familiar: parejas casadas con dos hijos, que no tuvieran otro predio en la ciudad y demostraran que podían pagarla. 

“Aquí nos conocemos entre todos porque andábamos en camión y eran pocos los que tenían coche. Le decían ‘el pueblito’. Cuando llegué tenía 11 años y estaban haciendo el Cine Maya, todo lo demás era monte y sólo había el edificio de agua potable. Después se construyó el mercado, la escuela, el parque”, cuenta Martha. 

 

Foto: Rodrigo Díaz Guzmán

 

Desde sus primeros años la colonia lo tenía todo: parque, escuela, mercado, iglesia, hospital, banco, cine, bares. Todo gracias a la gestión de las mujeres que equiparon el lugar donde vivían porque sus esposos trabajaban “hasta Mérida”. En su artículo Mujeres modernas construyendo hogares: pioneras en la consolidación de la vivienda y su entorno urbano en Mérida, Yucatán, México, María Elena Torres Pérez dice que, además de modificar sus propias casas, las mujeres “se ocuparon de habilitar el equipamiento de escuela, mercado, parque e iglesia, elementos que dieron cohesión comunitaria”.

El Mercado 5 de febrero, por ejemplo, es una ampliación del mercado sobre ruedas de la calle 27 con 24 a donde las amas de casa iban a comprar todos los días, y el uso constante de este servicio “derivó en la gestión de estas mujeres para la construcción de un mercado en forma”. El constructor fue Miguel Cárdenas Triay asesorado por su esposa Sarita Ruiz, quien también fue responsable de “organizar la catequesis para los niños de la colonia, lo que sería clave para la consolidación de la iglesia”. 

 

Foto: Rodrigo Díaz Guzmán

 

Foto: Rodrigo Díaz Guzmán

 

La iglesia, que tiene una configuración muy distinta a las iglesias tradicionales, la hizo el arquitecto Enrique Manero y, su esposa, la decoradora Bertha Moreno, “fue pieza clave para la construcción de la iglesia, ya que fue la encargada de la gestión doméstica interna, de convencer y animar al arquitecto Manero para resistir las exigencias del Padre Pech”. Después, gestionaron una capilla para las novias, pues la iglesia resultaba demasiado grande y difícil de adornar en las bodas. 

Doña Mechita fue quien utilizó una de las casas vacías para fundar la primera escuela llamada Naciones Unidas y 90 por ciento de las entrevistadas de la arquitecta María Elena Torres dijo haber participado en la gestión de las escuelas de la colonia.  

 

 

Si esta colonia es práctica y hermosa, es gracias a mujeres como Doña Milca que llevó un albañil al Cine Teatro Maya para que viera una película de Mauricio Garcés donde aparecía la pared exacta que quería en su casa. Embellecieron sus fachadas de “cajas de cerillo” y aprovecharon el diseño urbano que llenó las calles peatonales de áreas verdes y amplias aceras “como barrera natural de ruido y para propiciar intimidad, convivencia y comunicación vecinal”. Convirtieron la colonia en un diamante.

Don Roberto enlista las razones por las que no vale la pena, según él, entrevistarlo. Es carnicero del Mercado 5 de mayo desde que tiene 12 años de edad. Ahora tiene 64 y trabaja todos los días desde las 5 de la mañana en su puesto. Sólo descansa tres días al año y aunque le han ofrecido un local en otras colonias, nunca ha aceptado. 

 

 

Es de Hocabá y cuando lo dice agrega “la ciudad luz cuando hay luna”. Su papá lo trajo a estudiar a Mérida pero no le gustó, así que se puso a trabajar. Un hombre se acerca al puesto y sin decirle nada, don Roberto ya sabe que va a llevar pierna y muslo. Conoce a su clientela y su clientela incluye a Armando Manzanero, Sergio Esquivel, Gustavo Espadas, Miguel Canto, Lupita Borges, Rolando Zapata y Rommel Pacheco. Desde la voz que esconde un tapabocas de los Leones de Yucatán dice que “también viene mucho beisbolista”.

Como Martha, Don Roberto no quería hablar y ahora no se detiene. Le pregunto qué ha cambiado en el mercado y sólo hace un inventario de las carnes que vende ahora. Al principio, cuando empezó sólo vendía una y se han tenido que abastecer porque la demanda es mayor. “Ahora sólo falta que las entreguemos cocinadas”, dice y en el barullo del mercado -lleno de vecinos- se pierde su risa. 

 

Edición: Laura Espejo


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