La laguna: de santuario a foco de infección

Joana Maldonado
Foto: Gerardo Jasso
La Jornada Maya

Chetumal, Quintana Roo
Lunes 27 de mayo, 2019

De acuerdo a un vasto reportaje en la edición del pasado martes del New York Times, hasta hace un par de décadas Bacalar tenía pocas calles pavimentadas y un ambiente tranquilo, alejado del ruido y del turismo en masa: era uno de los secretos mejor guardados en un estado que concentra grandes atractivos como Cancún, Playa del Carmen o Tulum.

El trabajo periodístico narra la historia de la médica homeópata Jacqui McGrath, que descubrió la contaminación tras bañarse en la laguna cada mañana con su bebé de cinco meses, hasta que el pequeño presentó un cuadro de diarrea y giardia, un parásito que se aloja en el intestino delgado.

La profesionista llegó a Bacalar en 2005 para su servicio social y trabajar en el Hospital General de Chetumal (40 kilómetros al sur de Bacalar), y descubrió que los síntomas tenían relación con su rutina diaria de baño en la laguna; la diarrea provocada por bacterias, las amebas y la giardia en su bebé fueron confirmadas por exámenes de laboratorio. El cuadro de su pequeño se detuvo cuando dejó de bañarse en el lugar.

“Vimos casos de coliformes fecales en varias partes de la laguna y con una frecuencia más alta de lo que se debe tener en un lugar para nadar”, explicó McGrath al Times. El caso la motivó a sumarse a la organización Agua Clara. Ciudadanos por Bacalar, en la que con otros profesionales se organiza para tomar muestras cada 15 días y analizar la calidad del agua.

[b]Poblado rebasado[/b]

En los últimos años las reseñas de viajeros ubicaron a Bacalar como un pequeño espacio de vida pueblerina, rodeado de naturaleza y hermosos cenotes donde se apreciaban atardeceres tan bellos como los de las playas más cotizadas de México (Cancún, Playa del Carmen y Tulum), pero sin la delincuencia, peligro o el ruido de los epicentros turísticos.

No obstante, volverse célebre ha tenido un costo que no fue previsto: el aumento de desechos que sobrepasan la capacidad e infraestructura del poblado.

“La basura por diversos orígenes, los lixiviados y desperdicios agrícolas, la contaminación por drenaje y el turismo están poniendo en riesgo el equilibrio del cuerpo lagunar y propiciando la eutrofización (acumulación de residuos orgánicos en el litoral lacustre)”, de acuerdo con la organización Agua Clara.

“Además de la acumulación de basura, el sistema de alcantarillado y drenaje tampoco se da abasto. En época de lluvia, el agua rebasa y forma ríos negros que desembocan en la laguna de Siete Colores. En la península de Yucatán una de las principales características es el suelo kárstico y su origen altamente poroso que permite la infiltración fácilmente”.

[b]Daño irreversible[/b]

La palabra estromatolito se ha vuelto común en los últimos tiempos entre los habitantes de Bacalar. Son estructuras laminares formadas por microorganismos que a primera vista parecen arrecifes de coral, pero que en realidad son la evidencia más antigua de vida. Datan de alrededor de 3 mil 700 millones de años y han mantenido hasta hoy su línea evolutiva.

Hay pocos lugares en el planeta con esas formaciones. Bacalar es uno de ellos, y hoy la contaminación y exceso de visitantes son su principal amenaza, lo que se ha transformado en una verdadera alarma para la comunidad científica internacional.

El reportaje del New York Times destaca que salvar los estromatolitos es urgente, pues “hay sitios que ya están muy dañados y mientras no haya condiciones para enfrentar el aumento de turistas, la laguna sufrirá un daño irreversible. Los mismos visitantes ignoran por completo su existencia y caminan sobre ellos con total tranquilidad, como si fueran rocas comunes”.

Tanto los científicos como los habitantes entrevistados para el reportaje coinciden en una palabra: planeación. Creen que otro tipo de turismo es posible e insisten en que debe haber control y visión a largo plazo que permita conservar a México dentro de los cinco países con mayor biodiversidad en el mundo.

Sin embargo, la postura de los habitantes a la hora de buscar soluciones permanentes está dividida. “Yo conozco a gente comprometida que está dispuesta a invertir lo necesario para el manejo de residuos, pero son muy pocos. Otros vecinos se niegan y quieren esperar a que el municipio resuelva sus problemas”, señala Jacqui McGrath.