Juan Carlos Pérez
Foto: Fernando Eloy
La Jornada Maya

Mérida, Yucatán
Lunes 20 de abril, 2020

Quedarse en casa uno o dos meses cuidando la sana distancia no es opción. Si hasta para comprar un tapabocas no alcanza, ahora conseguir alimento es una desesperación para Fernando, uno de los miles de trabajadores en Cancún que de un día para otro se quedó sin empleo debido al COVID-19, una enfermedad de la que no está seguro si es una especie de gripa o un invento, como ve que dicen en Internet, pero que detuvo las actividades en los más de mil hoteles de Quintana Roo.

Fernando trabaja en la industria de la construcción, aunque el concepto de industria no le hace mucho sentido. Simplemente acude donde hay una obra para ofrecer sus servicios, así ha sido en los últimos 20 años, tiempo en el que el desarrollo inmobiliario no se ha detenido; de hecho, la Secretaría de Turismo estatal (Sedetur) contempló desde el inicio del 2020 la proyección de 30 mil habitaciones en los próximos años.

La entidad suma más de 100 mil cuartos de hotel, según los indicadores de la Sedetur; cada uno, en promedio, da empleo a cinco personas, desde choferes, mucamas, amas de llaves, maleteros, meseros, personal de mantenimiento, quienes ahora están en descanso obligatorio; unos con un salario mínimo, otros sin salario, sólo con la promesa de empleo al terminar la contingencia, y otros más simplemente se quedaron fuera, por lo menos 63 mil 847 empleos formales en la primera semana de abril, como informó la Secretaría del Trabajo y Previsión Social.

[b]Testigo del crecimiento[/b]

A Fernando lo contratan por obra, lo jala su patrón; no tiene Seguro, cuando hay trabajo le pagan cada semana o cada quincena y después a esperar otra chamba, y no era mucha preocupación porque así ha sido en Cancún, en Playa del Carmen, Tulum, y ahora en la zona continental de Isla Mujeres, donde el proyecto Playa Mujeres contempla más de 20 mil habitaciones.

Ha sido testigo, a través de los cientos de obras en las que ha trabajado, del rápido crecimiento de la ciudad, de sus hoteles de lujo a lo largo de las playas, en las principales avenidas de las ciudades de la entidad.

También ha visto la forma en que han crecido los fraccionamientos para los empleados, la forma en que las ciudades dormitorio, sin espacios abiertos o áreas verdes y con casas o departamentos pequeños, son reflejo del ingreso que tiene la clase trabajadora, la que da la buena cara y atiende a los visitantes, la que trabaja dobles turnos, uniformada, siempre con una sonrisa.

Le pararon la chamba, ya no hay, es por el coronavirus le dicen a Fernando; es por su salud. En su regreso, mientras va en el transporte público, al lado de decenas de trabajadores, coincide en la mirada perdida, pensando en que no trae más que 300 pesos en su cartera, y la habitación que renta lo espera con un poco de aceite, huevos y una lata de frijoles.

La angustia de no tener trabajo es una costumbre, por lo menos lo tomaba con filosofía: mañana sale el sol y unas llamadas o unos compas, y sale el jale, sacar para el taco, el refresco y la renta, pero ahora le dicen que no puede salir, que no hay trabajo, hay sol, hay compas, pero no hay chamba.

Además de sus compañeros de trabajo, tiene conocidos que, por la naturaleza del estado, se desenvuelven en el sector turístico, en alguno de los centros de descanso; parques acuáticos, restaurantes, que en conjunto generan una derrama de cerca de 9 mil millones de dólares al año, de acuerdo con datos de la Sedetur.

Este ingreso, con el tipo de cambio a 23.9 pesos por dólar, de acuerdo con el último reporte del Banco de México, equivale a 215 mil 100 millones de pesos. Sin embargo, no es suficiente para mantener las plantas laborales en la crisis por la pandemia, y ahora, por lo menos medio millón de personas recibe cada uno una despensa de parte del gobierno estatal para aguantar una semana y si acaso unos días más.

El entretenimiento de Fernando está en su teléfono: tiene Internet por el WiFi del que un vecino le dio la clave. Ahí ve los videos de algunos de sus ídolos deportivos, del espectáculo, en grandes casas, desde sus gimnasios, estudios, con balcones hacia el mar, el bosque, o en la alberca.

No le da mucho tiempo para pensar en las clases sociales, no lo juzga, ni le duele; se ha hecho a la idea o le han hecho pensar que su condición de pobre es natural, es lo que es y ve videos de quédate en casa, no puede ir a la playa como lo hacía los fines de semana, no le costaba más que el transporte; ahora hay retenes que se lo impiden.

A muchos de sus compañeros les va peor: originarios de Chiapas, Tabasco y pueblos rurales de Yucatán, los regresaron en autobuses, se fueron sin ahorros, nunca pensaron que una palabra como pandemia sería parte de sus pláticas, un virus.

Aún cuando los regresen, la opción de quedarse en casa no lo es; por ello salieron hace años de ellas, en busca de un ingreso para llevar comida a sus familias.



Edición: Ana Ordaz


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