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Foto: Instagram

Ilustración: @vi_rito

 

Cuando eres niña o niño sueñas con crecer y así disipar tu vulnerabilidad, ves a los adultos y piensas que no sufren como tú piensas que lo haces, piensas que son invencibles. ¿Y quién resulta más invencible? ¿Tu madre, tu padre, tu tía, tu tío, tu primo, tu hermano…? En realidad quien te dé más certeza en la vida, quien te dé confianza para seguir creciendo, incluso si es solo un amigo. 

Pero es difícil detectar esa confianza cuando ésta puede disfrazarse de malicia, de una confianza malintencionada, de una confianza que busca engañarte, de niño, pero también de grande. 

A los 21 conocí a una de mis mejores amigas y fue hasta los 30 que me reveló uno de esos tipos de confianza, una disfrazada de abuso sexual cuando era niña, cuando sus padres dejaban que ella se quedara, “por confianza”, a dormir en esa casa, donde uno de sus familiares, un adolescente, abusaba de ella. 

La "confianza" estaba y está tan arraigada en su familia que hoy en día, pese a conocer la historia del abusador, los miembros de este núcleo callan y conviven con el agresor; comen en casa con el enemigo porque... No hay una razón válida.

Crecemos y cuando identificamos el acto, muchas veces atroz, ya tenemos miedo de denunciar, de alzar la voz y que no nos crean, porque simplemente no nos creen. No importa si eres niña, adolescente, adulta o anciana. 

Los que nos violentan están en todas partes y no hay un límite de tiempo para que aparezcan en nuestras vidas: están en la calle cuando se desabrochan el pantalón, te muestran sus genitales y buscan intimidarte; los que te manipulan con amenazas sutiles cuando trabajas con ellos para no perder tu empleo; los que te condicionan con sexo para darte un puesto en la compañía de danza; los "amigos" que te besan sin tu consentimiento y se justifican con una repentina amnesia; los adultos mayores que te ofrecen apoyo disfrazado de calentura; los que te persiguen en la calle y te tocan; los que te persiguen con la mirada; los que se unen a tu negocio solo por tener contacto contigo y seducirte; las parejas que insisten en hacerte responsable de su violencia. Estos, los maestros del acoso, disfrazan la confianza una y otra vez empecinados en su placer, en un ego ignorante alimentado por el silencio de los demás, subidos, comúnmente, en sus lugares de "poder", como un padre, un jefe, un maestro, un hermano mayor... 

Un amigo dice que no comprende como “una chaqueta” puede ser un acto común en el transporte público, él no concibe que las mujeres puedan ser perseguidas solo por querer husmear debajo de sus vestidos y entre sus piernas. A veces, él se confunde y no sabe si hablarle bonito a una mujer que le gusta, es faltarle al respeto… Hay hombres que nos cuidan, dispuestos a respetar, dispuestos a informarse, sin embargo, hay otros dispuestos a matar, y con ellos es con los que hay que luchar; no justificarlos, ni tolerarlos, ni sobrellevarlos. 

Hoy, las denuncias se ven como una moda y hasta pasan a ser vistas como actos infundados de ira, pero vivir violada, tocada o acechada merece un grito de ¡basta!