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Foto: UN Women

Hace exactamente 60 años, en República Dominicana, tres hermanas fueron torturadas y asesinadas por oponerse a la dictadura del general Trujillo; poco más de una década después, el Primer Encuentro Feminista Latinoamericano y del Caribe decidió honrar la lucha de Patria, Minerva y María Teresa Mirabal, fijando el 25 de noviembre como Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer; sin embargo, no fue hasta los noventa que Naciones Unidas oficializó esta efeméride.

En resumidas cuentas, y de acuerdo con la ONU, la violencia contra la mujer se entiende por «todo acto de violencia basado en la pertenencia al sexo femenino que tenga o pueda tener como resultado un daño o sufrimiento físico, sexual o sicológico para la mujer, así como las amenazas de tales actos, la coacción o la privación arbitraria de la libertad, tanto si se producen en la vida pública como en la vida privada».

A seis décadas del homicidio de Las Mariposas, la efeméride conmemorativa parece estar arrinconada, acumulando polvo, cansada de promesas vacías. Como reloj suizo, pocos días antes del 25 de noviembre, estados y municipios engalanan con luces de colores sus palacios de gobierno para conmemorar la fecha; posan frente a las cámaras, sacuden manos y prometen cambios, acuerdos, iniciativas y dependencias capacitadas con “perspectiva de género”, entre otras cosas. La lista de compromisos sigue, pero la realidad parece estar estancada en un ciclo interminable de violencia e impunidad. 

El cáncer centenario que continúa hostigando a las mujeres consigue resguardarse y sobrevivir precisamente por la inacción de las autoridades y la apatía de la sociedad, y ejemplos de lo anterior hay muchos. No falta la indignación generalizada cuando nuestras hermanas deciden salir a las calles y hacerse ver y oír; no faltan las voces que condenan, denigran y menoscaban el movimiento; tampoco hacen falta los onvres (así, mal escrito) que se autodenominan aliados, pero repudian “los excesos” del activismo feminista, o aquellas que tienen la necesidad de aclarar que “no nos representan”.

La lucha de nuestras hermanas debe superar reto tras reto para siquiera mover un pie hacia adelante: el desinterés del Estado, el imperante repudio machista y el hartazgo de una sociedad que no termina de entender la urgencia de esta situación, son sus principales enemigos. ¿Qué necesitan el país y el mundo para abrir los ojos y darse cuenta de que nos están matando todos los días? ¿Sería diferente si en vez de mujeres fueran políticos? ¿Sacerdotes, tal vez? ¿Hombres de negocios? ¿Despertará la conciencia social mexicana si 10 presidentes municipales fueran asesinados en una sola jornada? ¿Qué hace falta? De nada nos sirve que los gobiernos del mundo se autoproclamen feministas; lo que urge son acciones claras y concretas a favor de la mujer, que protejan su integridad y garanticen la impartición de justicia en los feminicidios y casos de violencia de género.

Tristemente, el 25N parece haberse convertido en una efeméride que sólo está ahí para adornar las agendas políticas. Nada cambiará si las autoridades y la sociedad se empeñan en desestimar la lucha de nuestras hermanas. Este día debe ser reconocido y tomado con la seriedad que el tema merece.

Hoy, las mujeres viven dos pandemias de manera simultánea. El COVID-19, irónicamente, no discrimina, pero su llegada acrecentó la violencia intrafamiliar y el número de asesinatos a mujeres por razón de género. El confinamiento al que se vio obligado el mundo entero disparó las llamadas a las líneas de emergencia, así como las solicitudes de refugio. Actualmente, todos los ojos e intereses están enfocados en encontrar una vacuna contra el nuevo coronavirus, pero ¿quién será la o el encargado de crear un antiviral contra la violencia machista? ¿De qué manera se le pondrá fin a esta pandemia que ha durado siglos y parece no tener cura?

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Edición: Mirna Abreu