Juan Manuel Contreras
La Jornada Maya
Mérida, Yucatán
Jueves 12 de diciembre, 2019
Una vez más, el barrio de San Cristóbal rebosó de fervor guadalupano. A las afueras del templo, la música popular se fundió con los cánticos eclesiásticos y la calle 50 del Centro Histórico de Mérida se transformó en la recta final para miles de feligreses que transitaron las carreteras estatales “para no quedarle mal” a su máxima deidad: la Virgen de Guadalupe.
Las torres del Santuario se iluminaron con los colores patrios para la ocasión; y a su alrededor, centenares de vehículos transformados en altares lucieron la misma combinación. Bicicletas, motos y hasta sillas de ruedas poblaron las calles circundantes a la zona, mientras la algarabía cundía el ambiente.
Desde el amanecer, miles de antorchistas culminaron su procesión procedente de diversos puntos al interior del estado. Llegaron en grupos celebrando el fin de su odisea y la promesa cumplida a la Morenita del Tepeyac. A muchos de ellos el cansancio no les permitió continuar con la festividad y se acomodaron exhaustos en las calles circundantes al parque.
Cercados por sus mismas bicicletas, cientos de antorchistas reposaron en la periferia del parque; cubiertos del frío y custodiados por elementos de la Policía Municipal (PMM), cuyo operativo se desplegó por lo menos tres cuadras a la redonda de la zona. “A los que vienen en estado inconveniente no se les deja acceder”, sentenció amenazante uno de los uniformados.
A diferencia de otras festividades, la conmemoración de la Virgen de Guadalupe convierte el área de San Cristóbal en una isla ajena al devenir cotidiano del Centro Histórico. Las calles circundantes lucen las mismas cicatrices propias de la falta de vigilancia y en los bares que rodean el mercado de San Benito se avistan los personajes de siempre.
Pasan las 11 de la noche y los rostros agolpan las tensiones. Algunos infantes ya desfallecen tras la larga jornada; cuando llega su padre a apaciguarlos con la repartición de Coca-Cola y chicharrones con salsa Valentina, “es para que aguanten hasta las 12”, explica, ya que a esa hora todos cantarán al unísono las tradicionales [i]Mañanitas[/i].
Doce campanadas anuncian la hora prometida. Los cercos se levantan y la gente se aglomera para entrar al santuario donde mora la Virgen de Guadalupe. Un penetrante olor a incienso prevalece en el ambiente y muchos de los viajeros se levantan de su letargo, como en una especie de trance. La última misa se celebra y luego entonan el cántico.
Paralelo al sincretismo guadalupano, decenas de comerciantes aprovechan la concurrencia para “hacer su agosto”, vendiendo comida, sobre todo. Desde las marquesitas hasta los tacos de carnitas estilo Michoacán, la oferta culinaria es vasta para quienes acuden a las inmediaciones del parque se San Cristóbal a probar su fe guadalupana.
“Qué falta de respeto”, espetó un feligrés durante la homilía previa al zenit de la eucaristía; pues antes de concluir, los altavoces de un canal de televisión local se activaron a su máxima potencia. Al finalizar, el clérigo aprovechó la ocasión para lanzar un mensaje en contra el aborto, pero su discurso se difuminó entre las cumbias y el calor que flageló a los asistentes en todo momento.
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