Manuel Alejandro Escoffié Duarte
Foto: Foto Barry Domínguez
La Jornada Maya
4 de noviembre, 2015
Recuerdo cuando escuché por primera vez el apellido. Fue durante la segunda mitad del 2003, como estudiante de Comunicación. Se materializó en boca de un queridísimo profesor: “Leñero”.
“¿Leñero?”-pregunté intrigado-“¿Y ese quién es?”
“Un escritor”, dijeron unos pocos de los presentes.
“Un dramaturgo”, dijeron todavía menos.
“Un periodista”, puntualizó inmediatamente el maestro; quizás ansioso de que la temática de la sesión no se desvirtuase por completo. Por el momento, eso era todo. Una primera impresión que no pasó a más. Leñero era un escritor en diversos formatos.
Cinco años más tarde, estaba sentado en una cafetería del Distrito Federal, a la espera de alguien para una entrevista en relación a mi tesis de maestría. Preparé con mano temblorosa una grabadora reportera. Para no pensar en los minutos restantes antes de la cita, volví a repasar las preguntas que planeaba formular; a pesar de haberlas memorizado tanto como para armar una rutina de [i]stand up[/i] con ellas. El sujeto hizo su entrada y luche por verlo a la cara como a cualquier otra persona. Pero era Leñero. El mismo que solía ser una idea abstracta con un apellido; ahora transformado en carne y hueso con el significado específico de alguien a quién nunca había visto, pero con quien ya me había topado en ocasiones anteriores. La primera de ellas durante una tarde cuando hallaba por accidente, en el carcomido librero de mis padres, una edición antigua de [i]El Evangelio de Lucas Gavilán[/i], novela cuya inventiva, aún en la actualidad bajo el riesgo de confundirse con irreverencia, causaron suficiente impacto para obsesionarme con trasladarla un día a la escena o a la pantalla grande (ignorante, por supuesto, de su ya existente versión teatral [i]Jesucristo Gómez[/i]). El segundo “encuentro” tuvo por origen la equivocación de ir a casa de un amigo a tomar un libro prestado y más tarde descubrir el error de haberme llevado otro completamente diferente: “Los Periodistas”. Desde aquella inesperada oportunidad para devorar los recuerdos de Leñero en primera persona respecto a la caída del periódico [i]Excélsior[/i], he procurado seguir siendo así de despistado. Tercer y definitivo encuentro: recorro librerías por toda Guadalajara en la búsqueda frenética de una fuente de inspiración para mi primer guión de largometraje. Encuentro mi respuesta en [i]Pueblo Rechazado[/i], su debut como dramaturgo. Y ahora estábamos aquel mediodía estrechándonos la mano y conversando por poco más de dos horas, en la apoteosis de nuestras convergencias. Volviéndonos a encontrar por primera vez.
Casi siempre, nosotros somos los que vamos en búsqueda de un autor o a su obra. Pero si la agarramos con muy buen humor, la vida puede obsequiarnos la feliz circunstancia de que la búsqueda se llegue a dar en sentido inverso. O al menos que así parezca. Gracias por nuestros encuentros, don Vicente. Que el próximo sea tan especial como el primero.
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