Paul Antoine Matos
La Jornada Maya

23 de octubre de 2015

“Hola, ¿qué tal?” fue el saludo con el que Lukas Schiemer dio la bienvenida al público del Fantasio, con un español bastante aceptable. El trío Baldachin conformado por él, con la trompeta y el saxofón, Benjamin Schiemer en la guitarra y la cítara, así como Niklas Satanik con las percusiones y el hang, un instrumento similar a un escudo o a un caparazón de tortuga, cuyo sonido metálico rememora los sonidos orientales de la India.

Fue una noche reflexiva, pues la música, cuya fusión entre jazz, flamenco y sonidos árabes, fue complementada, durante todo el concierto por los comentarios de Lukas, quien contaba las historias que hay detrás de cada canción.
Iniciaron la presentación con la primera composición que hicieron juntos, seis años atrás, una historia plasmada en música: los sonidos representando a un camello que insólitamente acompaña a un barco en medio del desierto.

Como juglares antiguos se contaban historias para luego transportarnos con la música a muchos rincones del mundo: una fiesta gitana en algún barrio europeo, con el deleite de la danza del vientre; o bien, el Carnaval de Mardi Grass al compás del saxofón; con el jazz estuvimos en el Chicago de los años treinta. Lukas intervenía para contar en verso historias de criminales, rematadas con su espléndida trompeta.

Y así fuimos del Chicago de Al Capone, jefe de la mafia italo-americana durante la Gran Depresión, hasta la India actual. Un imaginario tren en movimiento recorría las selvas del subcontinente; entre sus vagones, cientos de personas apretujadas con animales. Los sonidos hindúes eran parte fundamental de tales visiones.

El trío Baldachain, cobró un sentido político al dedicar una pieza a los refugiados de la guerra de Siria, que buscan en Europa escapar de la masacre y de la muerte. Ese país que vive un enfrentamiento entre diversas facciones y, en el que recientemente ha intervenido Rusia. Ese Estado Islámico que ha jugado un papel destructor de culturas y vidas, arrasando a su paso con todo aquel que se enfrente a su ideología extremista.

La canción dedicada a los refugiados transmitió la sensación de una larga marcha, huyendo a través del caluroso desierto y de las aguas tempestuosas del mar. El abandono y la desolación eran parte de ese recorrido sobre las arenas del Medio Oriente y el Mar Mediterráneo. Uno no podía dejar de pensar en las desconsoladas imágenes de niños ahogados sobre las playas europeas.

El público se fundió en un aplauso solidario con los artistas y con aquellos migrantes. Después se dio paso a tonos más alegres; Benjamin Schiemer le dedicó una canción a su sobrino, que en tres días cumplirá dos años. El guitarrista le compuso una obra musical, que lleva el nombre del bebé Liebenz.

La última canción llegó, fue una fusión entre el hang y la trompeta; Niklas y Lukas, intercambiaban miradas cómplices. Los instrumentos dejaron de sonar y una sonrisa iluminó sus rostros, señal del éxito obtenido.

En las puertas del teatro se podía adquirir un álbum del trío: Kutsche Feuerland, varias personas encantadas por su música decidieron comprarlo, y conseguir una firma y alguna fotografía de los austriacos

El trío Baldachin se dirigió a su hotel, para después tomarse un par de cervezas en algún bar. Mientras, una lluvia de estrellas caía sobre la apacible ciudad de Mérida.


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