Paul Antoine Matos
La Jornada Maya
22 de octubre, 2015
El Festival Internacional de la Cultura Maya pudo haber acabado el martes y no habría nada que reprochar, al menos en el aspecto artístico. El concierto ofrecido por Salif Keita fue un encuentro de júbilo y espiritualismo, con raíces africanas.
El teatro Peón Contreras presentaba vacíos, no por la falta de interés de las personas, sino porque era necesario tener boleto para ingresar. Afuera, una larga fila de 100 personas que esperaba impacientemente a que los organizadores les permitieran entrar, muchos desconocían que era necesario pagar 50 pesos por boleto (no cien como se previó). Hubo quienes lograron entrar e hicieron notar los espacios vacíos en el recinto. Sin embargo, la capacidad se ocupó en aproximadamente 80 por ciento.
El músico negro-albino africano, heredero de Sundiata Keita, quien fue fundador del imperio de Malí, entró al escenario y su primera acción fue hincarse para rezar y enviar un beso al público. La oscuridad se aposentó en todo el teatro. Sólo un reflector iluminó el escenario sobre el artista, quien comenzó a cantar.
Sonaron melodías tristes y nostálgicas. El polvo revelado por el reflector, se arremolinó sobre Salif Keita. Las partículas formaron lo que parecía una tormentosa nube que se cernía sobre el músico, mientras éste cantaba con lamento y dolor.
Las voces de Aminate Dante y Ba Kouyate se unieron a Keita; después se fueron agregando la guitarra de Djessou Mory Kante, el DJ Aminate Dante, y las percusiones africanas de Guy N’Sangué. El N’goni, una especie de violín con la forma de un remo y siete cuerdas, era tocado por Souleymane Kouyare, mientras el Kora, una mezcla de arpa y un laúd, estaba en manos del cumpleañero Kandia Kouyate; los solos de los instrumentos africanos y los tambores de Guy N’Sangué hicieron estallar aplausos y expresiones de alegría del público.
La música del África negra se convirtió en la de la zona arábiga, donde las regiones de Egipto, Argelia y Marruecos estaban representadas en la voz de Salif Ketia, quien después adquirió un tono más español, como si de un cantaor de flamenco se tratara.
Cantos andaluces, árabes y subsaharianos fusionados con el jazz y funk occidental, proveniente de la Main Street de Nuevo Orleans, nacido entre la comunidad afroamericana descendiente de los esclavos del continente negro que trabajaban cosechando algodón durante el siglo XIX.
La historia moderna de África se manifiesta con la voz de Salif Keita, quien en su pecho portaba con orgullo una dorada silueta de su tierra.
La música ya era más alegre y el maliense decidió pausar un momento para cantar el Happy Birthday a su músico. Aunque no lograron captar el nombre de Kandia, la gente le dedicó un feliz cumpleaños.
La Voz de Oro africana invitó al público a levantarse de sus asientos en el teatro y bailar. Y respondió. Sin importar si estaba en palcos o en butacas, la gente gozosa siguió los ritmos del afro-jazz.
Yucatecos, mexicanos de otros lugares, y extranjeros se unieron al baile y se dejaron contagiar por la pasión de los músicos como una ola expansiva en las butacas.
Salif Ketia invitó al escenario a una familia, después invitó a mujeres, hombres, niños. Todos los que habían convertido el teatro en una pista de baile improvisada subieron para convivir con los músicos durante los últimos acordes.
El silencio instrumental apareció, pero la gente convivió con los africanos; algunos agradecieron el concierto; otros, felicitaban a Kandia, a quien se le dedicó En un día feliz, un niñito nació...
Desde las primeras canciones con un semblante de tristeza y nostalgia, el concierto se transformó en una felicidad absoluta. Una joven describió el evento como “un reencuentro espiritual”.
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