Carlos Luis Escoffié Duarte
Ilustración Arbee Farid Antonio Chi
La Jornada Maya

21 de octubre, 2015

"Cuando uno tiene privilegios, la equidad se siente como opresión”. Desconozco quién es el autor de la frase. Tampoco sabía la persona que la compartió la semana pasada por redes sociales. Pero las ideas trascienden a sus autores y creo que ésta resume perfectamente lo que trataré de desarrollar.

Ya en este espacio había hecho referencia a la forma en que era entendida la igualdad en la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789, en una Francia que no reconocería la independencia de Haití sino hasta 1824. Parafraseando a George Orwell, si bien ese texto señalaba que todos los hombres nacían y permanecían libres e iguales en derechos, en la práctica algunos hombres eran “más iguales que otros”. Los principios que guiaron la Revolución Francesa llegaron a sus últimas consecuencias cuando fueron adoptados por los rebeldes afros del Caribe, quienes exigían el fin de la colonia francesa y el derecho a ejercer su libertad.

La forma de entender los derechos evoluciona con las sociedades. Los limitados alcances de una generación obliga a las siguientes a ampliarlos, como parte del proceso de comprensión del ser humano frente al mundo y a las complejidades de convivir con otros de su misma especie. Pero reconocer esos derechos resulta sumamente incómodo para quienes siempre han contado con ellos y, más aún, cuando directa o indirectamente ese disfrute ha sido a costa de aquellos a los que históricamente les han sido negados. Hoy día, la igualdad formal es insuficiente y es necesario transitar por la defensa de la equidad.

Un ejemplo actual que quisiera presentar como botón de muestra es el papel de las personas que se dedican al servicio doméstico en México y gran parte de América Latina. La polarización en nuestros países ha generado una economía sostenida, en buena medida, en el bajo costo de ese tipo de actividades, mientras que en los países con menos desigualdad son un lujo debido al precio de la mano de obra. Si bien es una fuente de empleos importante, no deja de ser un mal remedio ante la profunda desigualdad social de la cual se sostiene.

Por supuesto que lo anterior no significa que el trabajo de servicio doméstico sea denigrante y que contratarlo sea una falta de ética. Pero sí exige ser conscientes, de que las personas dedicadas a esa actividad tienen derechos laborales que deben ser respetados sin excusa alguna, y por otro lado que nuestro objetivo como sociedad debe ser encontrar la forma de sacrificar las comodidades que ese servicio aporta a cambio de posibilidades de movilidad social para quienes actualmente, por falta de opciones, subvaloran su mano de obra. O bien, que en caso de permanecer en esa actividad reciban un mejor salario.

La consecuencia sería, modificar las dinámicas y la organización al interior de las familias frente a la economía del hogar, lo cual a muchos no agradaría. Insisto, en los países con mejor calidad de vida así es. Quizá en un futuro las nuevas generaciones tengan problemas para comprender la naturalidad con la que se impuso un modelo de desarrollo basado en salarios ínfimos bajo la excusa de que era mejor generar esos trabajos que nada y que los bajos costos permitían el crecimiento de quienes ya contaban con facilidades de subsistencia.

@kalycho


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