Enrique Martin Briceño
La Jornada Maya

20 de octubre de 2015

Ahora que el Festival Internacional de la Cultura Maya tiene como país invitado a Cuba y que a los cientos de residentes cubanos en la capital yucateca se suman decenas de artistas provenientes de esa nación, es oportuno recordar –como lo hizo Miguel Barnet en la inauguración del festival– que también, desde la época colonial, muchos yucatecos, por diversas razones, han ido a vivir a esa isla tan cercana geográfica y culturalmente a nosotros. Para ello, es lectura indispensable el libro [i]Yucatecos en Cuba: etnografía de una migración[/i] (México, Ciesas/ICY, 2009) de Victoria Novelo, investigadora emérita del Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social.

Obedeciendo su vocación y su corazón peninsular, Victoria Novelo –nacida en la ciudad de México de padre yucateco– se propuso indagar por qué había yucatecos en Cuba y por las huellas de su presencia en la isla. Inició así una aventura que la llevó a entrevistar a yucatecos, mexicanos (no yucatecos, se entiende) y cubanos a ambos lados del canal de Yucatán, y a consultar bibliotecas, hemerotecas y archivos tanto en México como en Cuba. El producto de esa empresa, iniciada en 1990, interrumpida en 1992, retomada en 2005 y concluida en 2007, es Yucatecos en Cuba: etnografía de una migración.

Si bien, como su título indica, la perspectiva del trabajo es antropológica, en su búsqueda de respuestas a su pregunta central, la autora vuelve la mirada a los inicios de la Colonia, cuando comienza la emigración yucateca y mexicana hacia la mayor de las Antillas. De esa manera adquiere una amplia perspectiva histórica la emigración de las primeras seis décadas del siglo pasado, último capítulo de ese movimiento y parte medular del texto. Y así el libro ofrece un relato de la presencia yucateca en Cuba, narrado, al principio, con base en fuentes escritas, y luego, sobre todo, con las voces de quienes vivieron, han vivido o viven en carne propia la migración.

En palabras de la autora, “en algunos tramos de la narración, las experiencias transmitidas por los entrevistados y aun las crónicas, semejan tesoros sacados del baúl de los recuerdos, otras transmiten imágenes de un álbum familiar virtual hasta entonces no verbalizadas. Con todas las fuentes utilizadas, el resultado en este caso es la memoria, si bien fragmentada, de un proceso de migración de yucatecos y otros mexicanos que ha tenido casi cinco siglos de duración, ha sido pequeño en cuanto al número de viajeros, pero asombrosamente continuo y que subraya las vivencias de la experiencia cultural”. Eso es justamente Yucatecos en Cuba: un álbum familiar conformado con imágenes de parientes remotos y cercanos, ricos y pobres, que, de grado o por fuerza, fueron a vivir temporal o permanentemente a la isla.

El álbum presenta, para empezar, a los parientes más lejanos. Dentro del marco amplio de las migraciones hacia el continente americano y el marco más restringido de las migraciones hacia Cuba del primer cuarto del siglo XX, coloca las contrastantes imágenes de los “blancos” que, a mediados del siglo XIX, viajaron hacia Cuba huyendo de la Guerra de Castas y las de los indios que, hechos prisioneros en ese conflicto, fueron vendidos a los esclavistas cubanos. En el mismo marco, muestra a los mayas que, por la fuerza los más, fueron llevados a la isla desde la conquista, en un tráfico continuo que propició el surgimiento del barrio de Campeche en La Habana y dejó huellas en la cocina y en el habla cubanas. En fin, con datos censales, muestra la presencia mexicana en Cuba desde los últimos años de la Colonia (en la isla) hasta los años 60 del siglo XX, y recuerda la presencia cubana en Yucatán, en particular a partir del movimiento independentista.

La siguiente sección nos muestra a familiares más cercanos en el tiempo, pues trata de los que, a raíz de la Revolución mexicana, emigraron a la isla –familias ricas y personajes de las elites–, pero también de sirvientes domésticos y trabajadores seducidos por “el canto azucarado de las sirenas” que salieron hacia Cuba en busca de trabajo. (Entre los “notables” –el ex gobernador Olegario Molina, el obispo Martín Trischler, hacendados, abogados, etcétera–, incluye la autora a Rosario Sansores, cuyos escritos en Novedades se hallan entre las motivaciones profundas de su investigación.) Para completar estas imágenes, Victoria Novelo nos lleva a visitar los lugares donde vivieron los yucatecos y los mexicanos en La Habana Vieja y Centro Habana, sorprendida de “encontrar mexicanos, si no en las mismas calles, sí en las aledañas y en los mismos barrios”.

El capítulo siguiente reúne las historias de algunos de los yucatecos y mexicanos que entrevistó la autora en su trabajo de campo en Cuba: un ex empleado doméstico y un plomero yucatecos, un coreano-yucateco, la viuda de un funcionario cubano, una cantante de ranchero y otras dos viudas de edad avanzada. También relata los últimos años de un matrimonio de Chihuahua y rescata la memoria de Leopoldo Cárdenas, líder obrero campechano de los años 30. Ofrece un boceto de los mayas de Madruga, descendientes acaso de algunos de los que fueron vendidos a mediados del siglo XIX, y reconstruye la historia de los coreano-yucatecos que llegaron a Cuba en la segunda década de la centuria pasada. Resulta conmovedor escuchar cómo Arturo Pé Le, coreano yucateco cuyo padre llegó a la península en 1905, recuerda el nixtamal, las tortillas, el chirmole, el frijol y el pozole que preparaba su madre coreana nacida en México.

A continuación, la autora presenta una galería de músicos, deportistas, médicos, teatreros y otros migrantes temporales a la isla. Aquí, en apretado y por fuerza incompleto recuento, se da una idea de la presencia yucateca y mexicana en la isla. Por lo interesante que resulta su caso, dedica varias páginas al violinista Waldemar Gómez, quien permaneció en Cuba hasta algunos años después de la Revolución (cubana).

Por último, a través de los recuerdos de ocho matrimonios yucateco-cubanos y cuatro cubanos mexicanizados, indaga las semejanzas y diferencias existentes entre Cuba y Yucatán. Se recogen testimonios sobre discriminación, relaciones entre hombres y mujeres, acceso a la educación y la salud y ambiente social. Las semejanzas se refieren sobre todo a la arquitectura y los ambientes, el habla y gustos comunes, en tanto que en materia de comida comienzan a observarse las diferencias, pues se asume ésta como uno de los lazos que unen más estrechamente al individuo con su cultura.

[i]Yucatecos en Cuba: etnografía de una migración[/i] se distingue, pues, por la amplitud del arco temporal que traza en un intento por ofrecer al lector una perspectiva histórica abarcadora. El libro es notable también por no centrarse en las figuras “destacadas”, empeñándose en arrojar luz sobre los migrantes menos visibles (campesinos, obreros, sirvientes). De esa manera prueba e ilustra ese carácter “transclasista y polifacético” que ha tenido desde la Colonia la migración de Yucatán a Cuba.

Yucatecos en Cuba: Etnografía de una migración logra así responder a la interrogante inicial sobre la presencia de yucatecos en la mayor de las Antillas. No obstante, como es natural, deja por resolver algunos temas –como el de los mayas de Madruga, cuyo origen no está claro– e invita a seguir de cerca casos individuales o gremiales (los músicos, los médicos, los beisbolistas, etcétera), cuyo examen puede contestar mejor la pregunta sobre la huella yucateca en Cuba.

Por otra parte, sobre esta última cuestión, el libro sugiere tácitamente algunas líneas de investigación: falta comparar el español de Cuba y el español de Yucatán desde la dialectología histórica, es necesario hacer un ejercicio comparativo de las cocinas cubana y yucateca basado en recetarios antiguos, y está por hacerse un seguimiento puntual a la presencia de músicos yucatecos en la isla. Tal vez no se llegue a saber si una determinada palabra o un guiso dado se originaron de este o aquel lado del mar, pero probablemente hallemos que las semejanzas son mayores de lo que se piensa y confirmemos así nuestra pertenencia al Caribe (que sólo han perdido de vista quienes, desde aquí o desde afuera, han mirado a Yucatán con anteojos nacionalistas o centralistas).

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