La Jornada Maya
Daniela Tarhuni
Ilustración Arbee Farid Antonio Chi

14 de octubre, 2015

Sin una emoción positiva, no hay forma posible de divulgar la ciencia y apropiarnos de ella, ya sea a través de una experiencia sensorial o una narrativa escrita o audiovisual en la que la fascinación, el asombro, la alegría, la sorpresa o la curiosidad, sean el elemento clave.

Una experiencia así genera una huella indeleble que perdura en la mente y el corazón de las personas, de modo que es la emoción y no el pensamiento racional lo que define si alguien hace suyo el conocimiento científico o no.

La palabra emoción viene del latín emotîo, que significa movimiento o impulso, aquello que te mueve hacia algo. Y a diario nos desenvolvemos gracias a un sinfín de emociones; sin embargo, en palabras del divulgador Eduard Punset hay un “desdén sistemático hacia nuestras emociones”.

En ciencia, resulta indispensable, para muchos, crear barreras contra las emociones, dado el ámbito competitivo y crítico en el que se desenvuelven estas actividades, al grado que uno debe olvidarse de sus emociones para ser exitoso en la ciencia... Y nada más lejos de la realidad.

Paradójicamente, se han realizado numerosos estudios sobre las emociones e, incluso, se ha llegado a contabilizar hasta 543 de ellas. ¿Pero qué pasa con nuestras emociones? ¿Somos conscientes de ellas? ¿Sabemos identificarlas o realmente gestionarlas?

Un grupo multidisciplinario de profesionales conformado por Eduard Punset, Rafael Bisquerra y Palau Gea, unieron ciencia y arte en la mayor representación gráfica de las emociones conocida hasta el momento.

El proyecto Universo de Emociones, mapea 307 emociones, lo que permite visualizar y comprender nuestro comportamiento como seres humanos. Se trata de una herramienta que nos permite conocer nuestro interior, las emociones que nos identifican y definen, partiendo de seis emociones básicas: felicidad, amor, alegría, ira, tristeza y miedo, que desencadenan cientos de emociones más, únicas y en continuo proceso de cambio.

Hoy que se recupera más que nunca la valía de las emociones en la ciencia, este proyecto resulta esencial para comunicarla, pues si logramos desentrañar el complejo universo de las emociones, estaremos en posibilidad de crear un sinfín de contenidos que, sin descuidar el conocimiento científico, generen esa huella indeleble en las personas.

Crear contenidos emotivos en materia de ciencia y tecnología fue la premisa de las presentaciones que se llevaron a cabo del 1º al 3 de octubre en el XVIII Coloquio de la Asociación Mexicana de Museos y Centros de Ciencia y Tecnología (AMMCCYT), en el Centro de Ciencias de Sinaloa, en Culiacán.

En 2012, Conaculta registró que había mil 168 museos de todo tipo en nuestro país, mientras que para la categoría de Museos de Ciencia, las cifras difieren. De acuerdo con la Fundación ILAM, en México habría 97 de estos recintos; sin embargo, hay muchos más que aún no están registrados y lo más probable es que no estén consideradas propuestas como los museos móviles interactivos que hay en muchos estados del país. La propia AMMCCYT agrupa únicamente a 33 museos y planetarios mexicanos.

En las ponencias del Coloquio llamaron a que los museos de ciencias, definidos como aquellos recintos dedicados a una o varias ciencias exactas, o que muestran diversos procesos productivos, y que también comprenden a los planetarios y los jardines botánicos, transiten a convertirse en Centros de Ciencias, que privilegien la participación de los usuarios con experiencias interactivas positivas y memorables a través de la emoción para despertar el espíritu de la investigación en los visitantes.

En los tres días del coloquio se presentaron diversas experiencias y propuestas de divulgación que estimulan las emociones de los visitantes desde una perspectiva lúdica, que recupera el sentido primordial de la ciencia: ser una de las manifestaciones más elevadas del hombre.

En nuestra entidad, no nos quedamos atrás y contamos con los museos de Historia Natural, el del Cráter de Chicxulub, el Planetario Arcadio Poveda Ricalde o el Jardín Botánico Regional Roger Orellana, entre otros, que a través de sus colecciones han llevado a la gente a descubrir este sentido maravilloso y sorprendente que la ciencia brinda.

Quienes nos dedicamos a comunicar la ciencia, ya sea el personal que labora en los museos, comunicadores, periodistas, divulgadores, maestros, etc., tenemos la misma intención: que la ciencia llegue al grueso de la población con miras a que le dé sentido al conocimiento y lo valore como parte fundamental de su vida diaria, como uno de los componentes culturales más importantes con los que contamos, al igual que las artes.

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