José Juan Cervera
La Jornada Maya
12 de octubre, 2015

Cuando se alude a los géneros literarios, pocas veces se consideran aquellos que no corresponden a sus clasificaciones más generales. El aforismo, esa poco atendida floración del pensamiento y de la sensibilidad, sobrevive a la vera de los géneros considerados mayores, a pesar de ligarse a una tradición tan respetable como la de todos los demás. Sus valores son tan legítimos que perduran a pesar de las modas y de las preferencias circunstanciales.

Javier Perucho, uno de los más agudos estudiosos de este género lo define así: “Expresión de sabiduría que condensa los saberes de una vida”, idea que sitúa al aforismo en un campo que sólo la madurez logra transitar sin tropiezos, hasta rendir el fruto que una cuantas palabras ofrecen al buen entendedor que a ellas acude.

Perucho se ha dado a la tarea de seguir la huella de los escritores mexicanos orientados a la producción de aforismos en diversas épocas, y así llegó a su conocimiento el libro Breves notas tomadas en la escuela de la vida, del yucateco Francisco Sosa, que se publicó en 1910 y que marca un punto importante en el conjunto de obras escritas en nuestro país con estas características. Sosa escribió aforismos como el siguiente: “El que revela los favores de una mujer, confiesa así que es indigno de obtenerlos”.

Antes del libro de aforismos que publicó Sosa, en los periódicos del siglo XIX, especialmente en [i]La Unión Liberal[/i], de 1857, aparecieron textos de este género sin firma, pero debidos seguramente a la pluma de Justo Sierra O’Reilly, de acuerdo con lo que señala Manuel Sol, académico de la Universidad Veracruzana que se ocupa provechosamente de la literatura mexicana de esa centuria.

Las publicaciones periódicas resguardan riquísimas vetas en que el juicio y la experiencia se conjugan para transformarse en virtud artística plasmada en cortas líneas. Así lo deja ver la columna Arenas de mi desierto, que Carlos Duarte Moreno dio a conocer en el [i]Diario del Sureste[/i] en los años sesenta del siglo pasado, y que el periodista Pedro Bacab recopila diligentemente para honrar la memoria del poeta y dramaturgo que sumó su talento al de Pepe Domínguez con el propósito de crear canciones como Manos de armiño y Aires del Mayab. Uno de sus aforismos dice así: [i]La vejez que no tiene un poco de picardía ya no es vejez, sino derrumbe[/i].

Los aforismos de escritores yucatecos pueden llegar a nosotros por otros caminos, como son los volúmenes que compilan textos originarios de varias fuentes. Éste es el caso de Paremiología, de Juan Aragón Osorio, yucateco que publicó esta obra en la capital del país en 1975. Aragón Osorio fue colaborador de Felipe Carrillo Puerto. Como indica el título, su contenido también acopia refranes, proverbios, máximas, dichos, sentencias e incluso versificaciones populares anónimas y de autor conocido. En el libro pueden hallarse aforismos de Ricardo López Méndez, Santiago Burgos Brito, Oswaldo Baqueiro Anduze y Delio Moreno Cantón, nombres destacados en el panorama de la literatura regional.

Más cercano a nuestros días es Roger Campos Munguía, escritor que siempre ha tendido a la reflexión y al estudio intenso; en su libro [i]Lapidación del ser[/i] y en revistas que circularon localmente en la década de 1980 expuso una parte de su producción en este género. Él mismo da cuenta, con su asombrosa erudición, de otro autor yucateco de aforismos del que poco se conoce: Ferdinand Cantón, quien en 1965 publicó una serie de ellos con el título Disparos sin blanco, de excelente factura, según refiere el distinguido informante.

Para algunos tal vez sea motivo de sorpresa la vena aforística de Agustín Monsreal –hombre de letras que deslumbran y campeón de la calidez humana-, pero su incursión en estos terrenos lo documentan tanto materiales impresos como medios electrónicos, El cuento y la poesía no constituyen un marco que limite las reverberaciones de su espíritu creador, que fluye con ímpetu hacia otras generosas desembocaduras.

Y aquí apenas se hace referencia a unos cuantos ejemplos de escritores que han destilado su pensamiento en manojos de vocablos plenos de significación. En ellos palpita la verdad escurridiza que la vida construye en su devenir, y que merece oírse, leerse y compartirse con la misma pasión que la dialéctica del arte escrito imprimió en sus pasajes. Tanto por su aspecto práctico como por su componente conceptual, el aforismo es portador de valores que iluminan las penumbras éticas del ser humano.

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