Arturo Jiménez
La Jornada Maya

30 de septiembre, 2015

Gracias a los impresionantes conocimientos neurocientíficos logrados en los años recientes, ahora se puede afirmar que la adicción a las drogas “es una enfermedad del cerebro, a la par de cualquier otro padecimiento mental”, plantea la doctora Nora Volkow, quien desde 2003 es directora del Instituto Nacional Sobre el Abuso de Drogas (NIDA, por sus siglas en inglés), institución del gobierno de Estados Unidos que supervisa la investigación pública y tratamientos en ese país, además de apoyar la mayoría de los estudios sobre el tema a escala mundial.

Sin embargo, esta destacada neurosiquiatra mexicana, quien es bisnieta del líder soviético León Trotsky, advierte en entrevista desde Washington: “Todavía tenemos un largo camino por recorrer antes de dar el golpe de gracia al estigma que define la adicción como falla del carácter, que tanto agobia a las personas que sufren de drogadicción”.

Volkow (1956), quien afirma que la cocaína produce un reducido síndrome de abstinencia en comparación con su enorme compulsión de consumo, egresó de la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), continuó sus estudios en la universidad de Nueva York, trabajó en la universidad de Texas y en el Brookhaven

National Laboratory, trayectoria que la ha convertido en una neurocientífica reconocida a escala mundial, precursora de las investigaciones sobre los efectos de las drogas mediante técnicas de imágenes del cerebro.

Junto con sus tres hermanas –entre ellas la poeta Verónica y la infectóloga Patricia, del Instituto Nacional de Enfermedades Respiratorias–, la joven Nora Volkow guiaba visitas por la vieja casa de Coyoacán en la que vivió y fue asesinado, en 1940, su famoso bisabuelo, uno de los grandes líderes de la revolución rusa, artífice del Ejército rojo y posible sucesor de Lenin de no haber sido víctima de la persecución de Stalin.

Esa casa, que ahora es el mu- seo León Trotsky-Instituto del Derecho de Asilo, y tiene como uno de sus impulsores al químico Esteban Volkow, padre de la neurosiquiatra, quien llegó al país de adolescente, en 1939. También es egresado de la UNAM y participante destacado en el desarrollo de la píldora anticonceptiva en México.

Nora Volkow aclara de entrada que la drogadicción, que “típicamente” se inicia debido a “conductas voluntarias”, aunque no siempre de esa manera, “causa perturbaciones neurofisiológicas persistentes no sólo en los circuitos neuronales encargados de procesar la recompensa y el placer, sino que eventualmente termina degradando otras funciones mentales superiores, las que constituyen los sustratos mismos del libre albedrío, y la capacidad de frenar actos de carácter compulsivo o de tomar decisiones apropiadas”.

Destaca que hay personas que, “por una desafortunada combinación de causas biológicas y no biológicas, presentan una vulnerabilidad mucho mayor a las conductas relacionadas con el abuso de sustancias y a volverse adictas”, e incluso menciona a “grupos de alto riesgo”, como los jóvenes o quienes sufren de otras enfermedades siquiátricas. Por eso habla de la necesidad del estudio de los factores genéticos, de desarrollo y ambientales que contribuyen a esos diferentes grados de vulnerabilidad. Y avizora: “Comienza a cristalizar la promesa de la tan mentada medicina personalizada”.

[b]La acumulación de dopamina[/b]

Los conocimientos científicos acumulados hasta ahora por el NIDA refieren que la dopamina es una sustancia química del cerebro que se activa ante estímulos gratificantes y vitales, como la comida y el sexo, pero también con las drogas. Dentro del proceso natural de comunicación al interior del cerebro, las células o neuronas transmisoras liberan la dopamina en la sinapsis –la conexión entre dos neuronas–, donde se une a los receptores de dopamina de las neuronas adyacentes o receptoras. En esas condiciones comunes, una proteína especializada llamada transportadora de dopamina devuelve ésta a la neurona transmisora.

Sin embargo, continúa el NIDA, cuando se consume el estimulante cocaína, éste se adhiere a la proteína transportadora de dopamina y bloquea el proceso normal de reciclaje, lo cual provoca, por lo menos durante las etapas iniciales de abuso de la droga, una acumulación de dopamina en la sinapsis, lo que a su vez magnifica o exagera los efectos placenteros y energetizantes del estupefaciente. Esa acumulación de dopamina “perturba la transmisión normal de mensajes entre una neurona y otra”.

Agrega Volkow: “la razón por la que algunas personas continúan el uso de cocaína es simplemente porque esta magnificación del nivel sináptico de dopamina está asociada con la experiencia inicial de la euforia. Pero con el uso repetitivo o crónico, el problema de mantener niveles tan altos de dopamina es que puede disparar manifestaciones clínicas más graves, porque obliga al sistema a tratar de adaptarse. Los primeros signos de esta adaptación conllevan una disminución de la sensibilidad a la dopamina en los circuitos de recompensa, lo que eventualmente desequilibra la función entre los circuitos encargados del procesamiento de la memoria, la motivación, el control inhibitorio, la toma de decisiones y la regulación de emociones, entre otras cosas.

“El uso crónico de cocaína está asociado con una significa- tiva merma (de carácter adaptativo) en los niveles de receptores para la dopamina en los centros del placer, así como reducciones concomitantes importantes en la eficiencia con la que ciertas áreas críticas de la corteza frontal utilizan la glucosa como fuente energética.”

Las diversas perturbaciones, destaca la investigadora, “llevan tiempo, pero sus efectos se acumulan y eventualmente impactan la conducta, de manera que, en algunas personas con vulnerabilidades específicas, desembocan en los antojos irrefrenables y en los patrones de acción compulsiva y fuera de control que caracterizan una adicción”.

[b]El obstáculo del “no darse cuenta”[/b]

–¿En qué momento un consumidor de cocaína podría darse cuenta que ya es un adicto?

–Más bien es un proceso gradual, de pendiente variable, durante el cual la persona va perdiendo, poco a poco, la capacidad de ejercer control sobre sus emociones y acciones, y de evaluar las consecuencias de las mismas. También suele perder la capacidad (por cierto crítica) de evaluar apropiadamente su estado interno, al que nos referimos a veces como sensaciones viscerales. Esto es importante, porque podría contribuir a la incapacidad del adicto de reconocer que sufre un estado patológico y necesita pedir ayuda y buscar tratamiento. Esta capacidad deficitaria en el poder de “darse cuenta” podría ser uno de los obstáculos más grandes que enfrenta el adicto en su proceso de recuperación.

–¿Cuáles son los avances científicos más recientes en la búsqueda de nuevos medicamentos y de una vacuna que contribuyan al tratamiento de la adicción a la cocaína?

–Lamentablemente, los tratamientos convencionales han tenido un éxito muy limitado en el caso de los estimulantes, como la cocaína y la metanfetamina, por lo que la búsqueda de medicamentos contra estas adicciones sigue siendo muy intensa. Un buen ejemplo de un nuevo enfoque prometedor es la buspirona (Buspar), un ansiolítico no benzodiazepínico que actúa sobre los sistemas de la serotonina y la dopamina, que ha logrado reducir la autoadministración de cocaína, después del tratamiento agudo o crónico, en monos [i]Rhesus[/i].

“Pero también estamos explorando otras estrategias, incluida la vacunación, para bloquear los efectos de una droga como la cocaína sobre el cerebro, la cual se encuentra en etapas avanzadas de desarrollo. Aunque existen varios mecanismos posibles para explicar los efectos de una vacuna contra las drogas, el más directo e intuitivo implica la unión –altamente específica– entre los anticuerpos y la droga en el torrente sanguíneo, bloqueando (o reduciendo la velocidad de) la entrada de la droga al cerebro. Los investigadores están tratando de optimizar las variables críticas, lo que incluye estudios farmacogenéticos que tienen como meta la identificación de diferencias genéticas que puedan afectar la efectividad de los anticuerpos.”

[b]Dos caras de la misma moneda[/b]

–¿Cuál es su reflexión acerca del tema de la legalización de las drogas y de que se debería poner más énfasis en una concepción del combate a las adicciones mediante políticas de salud pública?

–Es una pregunta frecuente, pero sustentada en una premisa falsa. La realidad es que el estatus legal de una droga y su impacto sobre la salud pública son dos caras de la misma moneda. Nuestra sociedad ya ha hecho este experimento con drogas tóxicas y adictivas, como la nicotina y el alcohol. Y los resultados no dejan lugar a dudas: las consecuencias de la legalización absoluta de estas drogas han sido irrebatiblemente catastróficas en lo que se refiere a la morbilidad, mortalidad y el costo económico, directa o indirectamente asociados a los productos de tabaco y las bebidas alcohólicas. No requiere mucha imaginación predecir lo que devendría a nuestra sociedad si una droga como la cocaína fuera legalizada e incorporada al mercado libre como un “bien” de consumo más.

–El uso de la cocaína, al parecer, ya está inserto en los hábitos sociales y culturales de millones de personas en el mundo. Ante eso, ¿sería pertinente la vigilancia gubernamental de su calidad y la supervisión de las dosis de consumo, con el fin de reducir sus impactos negativos? ¿cuál sería el “ideal” para un uso sin abuso?

–El hecho de que una conducta claramente nociva –tanto para el consumidor como para la comunidad que lo rodea– sea aceptada por millones de personas no implica que los que están encargados de resguardar la salud pública tengan que darse por vencidos y renunciar a sus responsabilidades primarias.

“Como lo demuestra la experiencia de los pasados 50 años en Estados unidos con las campañas contra los cigarrillos, un ataque frontal, persistente, multifacético y basado en la ciencia puede reducir dramáticamente la prevalencia y los efectos de un desafío epidemiológico que parecía, decididamente, insuperable y eterno. No obstante esto, hemos logrado avances claros y significativos en nuestra lucha contra el tabaquismo.

“En consecuencia, me parece que la idea de que el gobierno se encargue meramente de supervisar la calidad de la cocaína en el mercado con la esperanza de que, de alguna manera, esto logre reducir sus impactos negativos, sería una señal inconfundible de claudicación. Además, la idea de que se podría diseñar una cocaína, la cual permita su uso pero no su abuso es, hoy por hoy, una fantasía que ignora el peso de la enorme variabilidad farmacológica que es de esperar que cualquier variante del estupefaciente, por más optimizado o supervisado que esté, tenga en diferentes personas.”

[b]Con el perdón de Sartre[/b]

–Doctora Volkow, dada la diversidad de causas sociales y personales que llevan al consumo de cocaína, la reflexión pareciera dirigirse hacia el libre albedrío de los consumidores, en una combinación de libertad personal y responsabilidad social. Consumirla sería parte de los “modos de confrontación” diversos de la realidad de cada individuo, como consideran algunos especialistas. Y se menciona que el filósofo existencialista Jean Paul Sartre aseguró que “el hombre está condenado a ser libre” y a hacerse responsable de la consecuencia de sus propios actos. ¿Sería eso posible?

–El consumo inicial es típicamente una acción voluntaria, pero no siempre. Para explorar el impacto del libre albedrío en relación con la problemática del abuso de drogas, es importante considerar el caso de las personas que gravitan hacia el uso de una droga (ya sea legal o ilegal) como un intento de automedicación para mitigar el impacto de una situación traumática o muy estresante, o de los síntomas de una enfermedad mental subyacente no identificada o tratada de manera ineficaz. El número de personas que pertenece a este grupo es muy difícil de determinar con precisión, pero el alto índice de comorbilidad entre los desórdenes de abuso de sustancias y otras enfermedades mentales sugiere que podría ser muy alto. Por tanto, es importante aclarar que no todo consumo inicial es realmente tan voluntario como pareciera. Sin embargo, podemos decir con bastante certeza que, en muchos casos, sí lo es.

“Como mencioné anteriormente, la onda expansiva de déficit, inducida por el abuso de una droga en el cerebro del adicto, termina por golpear los mismos sustratos en la corteza cerebral encargados de ejercer el tan mentado libre albedrío. Quiero aclarar que esta lección no debería ser aprovechada para relativizar el concepto de responsabilidad individual, pero sí nos debería ayudar a poner al problema de cómo ayudar a estas personas a recuperarse en un contexto de referencia más apropiado.

“Puede ser que, como dijo Sartre, el hombre esté condenado a ser libre. Pero para mí es más interesante (y productivo) en este contexto reconocer el hecho irrefutable de que el hombre está condenado (biológicamente) a tratar de ser feliz. Por razones evolutivas, el hombre ha sido dotado de motores muy poderosos que lo llevan a buscar el placer, por un lado, y esquivar el sufrimiento, por el otro. Las personas difieren dramáticamente en las estrategias que utilizan para lograr esta meta básica. Algunas, por una combinación de desafortunadas circunstancias, experimentan con la droga sin comprender realmente que ésta es una estrategia equivocada que las alejará cada vez más de su meta.”

–Si el consumo de cocaína se da sobre todo en las clases medias y altas, y altera la con- ciencia de los toxicómanos, ¿se puede decir que también altera la manera y capacidad de tomar decisiones de esas élites sociales?

–Debo tildar de dudosa la primera premisa que asume el uso desproporcionado de la cocaína en las clases más privilegiadas, ya que no creo que esté basada en datos científicamente fidedignos. La cocaína, en todas sus formas, es una droga que no discrimina. Como dije anteriormente, el uso prolongado puede alterar la estructura y función del cerebro en forma profunda y persistente. por tanto, no hay duda de que el impacto conductual y cognoscitivo del uso crónico de este narcótico puede causar una merma significativa en la capacidad de tomar decisiones, irrespectivamente de la extracción socioeconómica del cocainómano.

[b]Las “razones” del “éxito”[/b]

–¿A qué se debe el “éxito” de la cocaína, su amplia aceptación emocional en ciertos sectores sociales, su capacidad para ponerse de “moda”, dar “estatus” y generar un extenso mercado con enormes ganancias económicas?

–No siendo esta una pregunta de índole científico, sólo me cabe especular. Es posible que parte del atractivo de la cocaína en ciertos sectores sociales corresponda a un efecto de memoria selectiva; el residuo moteado de su larga historia. Esta historia incluiría la promoción por Sigmund Freud a finales del siglo XIX, y el éxito popular de la Coca-Cola original que contuvo cocaína desde 1850 hasta 1903 cuando, por presión popular, tuvieron que remover el extracto activo de la bebida. En los años 70, surgió como la droga de moda entre artistas, empresarios y todos los que anhelaban una vida en el “carril rápido”, ya que ésta les ayudaba a mantenerse “arriba”. Subsecuentemente, en la década de 1980, el número de estudiantes que experimentaba con cocaína en algunas universidades en Estados Unidos se multiplicó drásticamente.

“Hasta ese momento, debido a su costo, la cocaína era tradicionalmente una droga de las clases privilegiadas. Pero a finales de los años 80, el estupefaciente, más potente y barato que nunca, finalmente adquirió la reputación de una droga verdaderamente peligrosa y muy adictiva, vinculada con la pobreza y el crimen. Sin embargo, al comienzo del nuevo milenio, el péndulo ya empezó a oscilar de nuevo hacia el otro lado; tal vez podamos culpar de esto a la amnesia de una nueva generación que no ha sido testigo de los estragos causados por la cocaína, inclusive entre las celebridades, en los años 80 y 90.

“Hoy día, parte del glamur de la cocaína parece estar en alza y de manifiesto en algunas expresiones provenientes de la industria de la moda y la percepción de cierta aceptación, o incluso normalización incipiente de su uso en los medios de comunicación y en la industria del entretenimiento. Sea cual sea la razón de su aceptación o glamur en ciertos círculos, los conocimientos científicos acumulados en las pasadas tres décadas son nuestra mejor arma para luchar contra esta peligrosa percepción, y es nuestra responsabilidad aprovechar toda oportunidad para difundirlos.”

[b]Victorias tácticas[/b]

–En México la llamada guerra contra el narcotráfico ha desata- do una violencia generalizada, con más de 60 mil muertos y 26 mil desaparecidos. ¿Qué políticas se podrían aplicar para cambiar esa situación?

–La dolorosa situación en México es la manifestación, sangrienta e inexorable, de múltiples tendencias convergentes, incluyendo la demanda inagotable del mercado norteamericano (Estados Unidos, México y Canadá); la falta de alternativas económicas que compitan en rentabilidad; la vasta infraestructura de contrabando aéreo, submarino y subterráneo; las redes de lavado de dinero; las condiciones socioeconómicas que fomentan una sensación de desesperación, y la insuficiencia del sistema encargado de tratar al adicto, sólo por nombrar algunos de los factores más obvios.

“Si las políticas vigentes pueden adjudicarse algunas victorias de tanto en tanto (por ejemplo, el reporte de una reducción en el consumo de cocaína en México, Canadá y Estados unidos de 2.4 por ciento en 2006 a 1.5 en 2011, entre las edades de 15 a 64 años, de acuerdo con un informe de la Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes de la ONU), tales victorias parecen ser más tácticas que estratégicas.

“En mi opinión, una política inteligente debería apuntar y abarcar todas las facetas del problema en forma integral, persistente y coordinada. Cualquier enfoque parcial o unilateral está condenado a convertirse en un juego de Whac-a-mole, ineficaz, caro y letal.” (En dicho juego se trata de golpear con un martillo a un topo que se asomará rápidamente por un agujero, pero se puede cometer el error de golpear a un conejo rosa).


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