Jhonny Brea
La Jornada Maya
25 de septiembre, 2015
Pues andaba en la cocina preparando caballeros pobres. Ya saben, entrajinado en las labores propias de mi sexo. A fin de cuentas, por mantener la armonía en el vecindario, me decidí a ser “nochero” cuando doña Landy y doña Gladys vinieron a invitarnos a la novena dedicada a los santos Cosme y Damián, patronos de los médicos. Más cuando la petición es para que no entre el chikungunya a la colonia; que así como vamos, está más fácil que entre el santo a que llegue la fumigación.
Pues andaba cocinando el [i]t’oox[/i], para la noche (y espantando al [i]Kisín[/i] y a la [i]Cutusa[/i] de la cocina) cuando cayeron las vecinas en compañía de quien después supe era doña Hortensia, la rezadora. Lamenté no tener mi teléfono cerca para tomarles una foto, porque a lo lejos parecía que escoltaban un enorme capullo blanco. Por un momento pensé que iban acompañando a una mujer iraquí vestida tradicionalmente, pero en lugar de vestir una burka, doña Hortensia lucía una prenda de lo más extraña: parecía que sobre la estructura de una de las espalderas que usa [i]Jacarandoso[/i] en el carnaval, había puesto un lienzo que la cubría por completo. “Es mi pabellón portátil, don Jhonny. La primera línea de defensa contra el mosquito”, fue lo primero que me dijo.
La segunda línea me resultó conocida. Cambió el perfume Avón por el eau de citronella; el aroma de moda en Mérida, y por cierto escasísimo en farmacias y supermercados.
“Venimos a ver cómo va a estar la noche, don Jhonny”, se dirigieron a mí. Y ahí empezó a temblar mi cartera. “Oyes don Jhonny, están mal las flores”, alcancé a escuchar desde la cocina.
¿Qué ocurría con las pobres flores? Que eran naturales y estaban en agua, así que para la noche, capaz que los floreros ya serían criadero de mosquitos. Luego comenzaron las sugerencias porque la celebración sería en la terraza, como es natural. La dotación de estoraque fue desechada y pidieron cuatro sahumerios, uno para cada esquina. “¿Qué tanto van a quemar entonces?”, les pregunté. “Pues [i]Killer[/i] don Jhonny”. Tenga preparadas dos cajas. Y en lugar de sonajas, consiga raquetas eléctricas. Si no hay, nadie viene”, me respondieron.
En ese momento sentí una bradicardia en la cartera. Pero con eso de que en estos días todos tenemos a la tía de la cuñada de un primo que tiene inflamados los tobillos, rasquera en el lomo y calenturas incapacitantes, y que eso de “dáaale dáaale paracetamol, paracetamol” nos está obligando a revisar a conciencia el botiquín, y la amenaza apocalíptica de que todos los yucatecos vamos a dejar de ingerir alcohol por un año (eso es peligrosísimo para las finanzas del estado, imaginen que Grupo Modelo se lleve su inversión), pues acepté que la intervención divina debía tener un precio.
Total, luego organizaré una novena para santa Eduvigis, princesa de Polonia, patrona de los adeudados, insolventes y desvalidos a ver si me ayuda a reponerme. Mientras, tendremos que aprendernos una letanía y ya:
San Inocencio bendito
Que no me pique el mosquito
San Nicolás el enclenque
Que nada más sea dengue
Santa Águeda del balcón
Que encuentre mi pabellón
Santa Alicia de Tejama
Que pueda tomar caguama
San Luis el carmelita
Siquiera una cervecita
Santa Virgen de la uña
Que se vaya el chikungunya…
Luego, juntamos las manos y entonamos: “Sea bendito y alabaado por todaa la eternidad, desde aquel primer instante…”
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