Enrique Martín Briceño
La Jornada Maya

21 de septiembre, 2015

Los lectores de La Jornada Maya se enteraron a través de K’iintsil, su sección en maya, de que nuestra edición facsimilar del Museo Yucateco (Mérida, Sedeculta-Conaculta, 2014), la revista literaria que publicó en Campeche Justo Sierra O’Reilly entre enero de 1841 y mayo de 1842, obtuvo mención honorífica en el Premio Antonio García Cubas 2015 al mejor libro de antropología e historia. (La publicación de la nota en maya representa una pequeña revancha histórica, pues, como es sabido, Sierra O’Reilly, aunque era hablante de la lengua autóctona, no apreciaba mucho a aquella que, en plena Guerra de Castas, llegó a llamar “raza maldita”.)

El [i]Museo Yucateco[/i], primera revista literaria de la península, merecía ser editada nuevamente por su valor para la cultura, las letras y la historia regionales. En sus páginas pueden leerse relatos, artículos, biografías, crónicas, poemas y documentos históricos, entre otros textos, más de la mitad de los cuales tiene que ver con la región. Buena parte del contenido de la revista es de la autoría de Justo Sierra O’Reilly, quien, bajo seudónimo o sin firma publicó en ella sus narraciones La tía Mariana, Los anteojos verdes, Doña Felipa de Sanabria, sus biografías de personajes yucatecos, etcétera. La intención del editor y sus colaboradores era cultural pero también política, pues, en el contexto de la lucha contra el centralismo, pretendían contribuir a forjar una identidad regional por medio de la literatura y la historia.

Es incuestionable, pues, la aportación intelectual de esta edición facsimilar (idéntica a la original) del [i]Museo Yucateco[/i], basada en las colecciones que se resguardan en la Biblioteca Yucatanense de la Sedeculta y el Centro Peninsular en Humanidades y Ciencias Sociales de la UNAM (Cephcis). A ella se han añadido un texto introductorio de Arturo Taracena Arriola, investigador del Cephcis, la biografía de Justo Sierra O’Reilly redactada por Francisco Sosa para su Manual de biografía yucateca (1866), índices generales y el retrato del editor aparecido en [i]El Repertorio Pintoresco[/i] (1863).

Pero hay que aclarar que el Premio Antonio García Cubas se otorga también por las cualidades formales de la publicación (diseño, cuidado, calidad de la impresión). Por ello es de justicia elemental dar crédito a quienes colaboraron en esta edición del Museo, realizada por el departamento de Patrimonio Cultural de la Sedeculta con recursos aportados por el Conaculta. Para comenzar, los artistas visuales Juan José Dziu Pech y Teodoro Dzib Cituk tuvieron a su cargo la ardua tarea de restaurar digitalmente las 600 páginas de la revista. El primero se ocupó asimismo del diseño –inspirado en el de la colección Revistas Literarias Mexicanas Modernas– y la formación. Por su parte, Mariana Pech Hernández tuvo la responsabilidad de las gestiones para la impresión, que se realizó en Offset Rebosán, en la ciudad de México. Finalmente, el autor de este artículo coordinó el equipo, editó ambos tomos y cuidó la edición.

(Cabe mencionar que otra publicación peninsular, el libro Piratas, corsarios, bucaneros y filibusteros en San Francisco de Campeche, escrito por Silvia Molina y publicado por la Secretaría de Cultura de Campeche, fue premiado en la categoría libro infantil y juvenil.)

Ahora bien, el Premio Antonio García Cubas –que se entregará el jueves 25 en el Museo Nacional de Antropología e Historia– es una iniciativa del INAH que busca fomentar la producción editorial en el campo de las ciencias sociales: libros valiosos por su contenido pero también sin erratas, bien diseñados –gráfica y lógicamente– y bien impresos. No otorga un estímulo en efectivo al autor o editor del libro premiado, sino que ofrece adquirir libros del catálogo de la editorial ganadora para enriquecer los acervos de las bibliotecas del INAH.

En este sentido, dicho galardón responde a una inquietud y una propuesta que ha venido planteando Gabriel Zaid desde hace tiempo. En su artículo Por el libro y sus oficios, el autor de Cómo leer en bicicleta escribe lo siguiente: “La cultura depende de que se reconozca lo bien hecho. Pero reconocer requiere conocedores: capacidad de apreciación. Si nadie ve la diferencia entre las ediciones con mucho oficio y las piojosas, el oficio se irá reduciendo a islotes de abnegada excelencia, mientras las erratas, los gazapos, los descuidos, los errores, el mal gusto, la mediocridad y el plagio degradan todo lo demás (…) Hay que celebrar los libros sin erratas en concursos anuales (…) Esta celebración no sólo sería justa: tendría un efecto despiojador en todo el gremio. Los editores que nunca se atrevieran a presentar libros al concurso, deberían sentirse piojosos, si no aspiran a mejorar. (Dinero para la cultura, México, Debate, 2013, pp. 208-209.)”

Es triste decirlo, pero la mayor parte de la producción editorial peninsular no tendría posibilidades de obtener un reconocimiento como éste. Pareciera que la mayoría de los editores –en instituciones públicas casi todos– y los lectores en la región, o no sabemos lo que es un libro bien hecho o nos importa poco. Con contadas excepciones nuestras publicaciones abundan en erratas, mal gusto, descuido y todos esos piojos a que se refiere Zaid. Una razón es que no hay muchos profesionales de los oficios del libro. Abundan los diseñadores capaces de hacer folletos publicitarios, pero no hay expertos en diseño editorial. Sobran los escribidores, pero se cuentan con los dedos de las manos los correctores competentes y con amor por su oficio. Y ya no hablemos de otras tareas relacionadas con el ámbito editorial (la distribución, por ejemplo, merece un comentario aparte).

Urge formar especialistas. Estos pueden provenir, como también sugiere Zaid en [i]Una salida para la carrera de letras[/i], de las licenciaturas en literatura. Tendríamos menos licenciados desempleados o improvisados en campos ajenos a su especialidad si la escuela les ofreciera talleres que los prepararan en alguno de los oficios del ámbito editorial. No queda otra si queremos elevar la calidad de nuestras publicaciones (libros, revistas, folletos, discos, videos, páginas web) y ser más competitivos en este mundo global. Además, para despiojar nuestros libros no basta con el marfil de la capacitación; también se necesitan lectores cada vez más exigentes que señalen las erratas y otros piojos, obligando a los editores a preocuparse más por estas cuestiones que, para los que no frecuentan los libros o son malhechos incurables, sólo interesan a perfeccionistas.

enriquemartinbriceñ[email protected]


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