Carlos Luis Escoffié Duarte
Foto: Notimex
La Jornada Maya
15 de septiembre, 2015
Yo no soy fanático del futbol. Sin embargo, comparto con Juan Villoro cuando advierte que se puede disfrutar de un evento como el mundial y, sin caer en incongruencias, criticar las prácticas corruptas al interior de la FIFA. Sin pretensión de analogías odiosas, creo que podemos decir lo mismo de la celebración del 15 de septiembre.
Me queda claro que un gramo de dignidad es suficiente para no asistir al grito en las principales plazas del país. Sobre todo en el Zócalo de la Ciudad de México, o en las plazas de Xalapa, Iguala, Veracruz, Chilpancingo, Morelia, entre otras. En el caso de Yucatán lo mismo, sobre todo si se es mujer, maya, homosexual, niña, niño, migrante o VIH positivo.
Es más, sería un motivo de orgullo romper el record de menor cantidad de gente conglomerada en eventos oficiales durante ese día.
Pero tampoco hay que confundir la oficialidad con la unión de todas las diversidades que nos componen. Celebrar este 15 de septiembre no significa ser un traidor o un vendido. Y que quede claro: el patriotismo me parece un atavismo que toda la humanidad debe superar tan pronto como sea posible. La razón por la que celebraré, a pesar de todo, es más
humana que racional. El país está mal como nunca había estado en su historia (y vaya que decir eso frente a la guerra sucia de la dictadura del PRI ya es decir demasiado). Pero reconocer las vergüenzas presentes no impide que mi país me importe y que crea que merece mucho más de lo que actualmente tiene. No se trata de un discurso cursi, sino de una
cuestión si se quiere pragmática: la gente que queremos y valoramos está aquí y hagamos lo que hagamos no vamos a poder desentendernos de lo que suceda en México. A menos que seamos unos insensibles.
Celebrar a México no es el problema. Lo fundamental son los motivos para hacerlo. Pensemos, por ejemplo, en la generación del 68, a quienes les debemos lo poco o mucho que tenemos en materia de libertad de expresión y manifestación pública. O en el movimiento zapatista en Chiapas, sin el cual los pueblos indígenas no tendrían los incipientes
derechos constitucionales que han permitido importantes victorias en la defensa de su dignidad como nacionalidades al interior del Estado Mexicano. Pensemos en Efraín Calderón Lara El Charras, estudiante de la Uady que no dudó en arriesgar su vida por los derechos sociales en el estado de Yucatán.
La bandera, los ritos, el sagrado corazón militar y el ruido blanco que pueda decir Peña Nieto (no se olvide: responsable del caso Atenco) no son el motivo. Y no seamos hipócritas: muchos quizá no vayan al grito, pero se reunirán en algún lugar. Quizá a quejarse o a decir lo mal que estamos. Y me parece bien. Pero el tema es reunirnos y recordar porqué
vale la pena inconformarse. O tiramos la toalla o recordamos los motivos por los que vale la pena luchar. Se pude celebrar y ser consciente. Igual que en el futbol. México no es el grito y los grandes cambios que se han hecho en el país han sido fuera de lo oficial. Celebrar fuera del oficialismo también es un signo de resistencia. Al final del día, tenemos que
recordar que en esto estamos juntos. Un poco de aliento es necesario para ser crítico y entender a dónde va nuestra indignación.
Colofón: Independientemente de lo que uno haga el 15 de septiembre, los demás días debe estar organizado. No tener causa es participar pasivamente en lo que genera esta tempestad.
@kalycho
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