Hechos y deshechos

Rafael Robles de Benito
Foto: Rodrigo Díaz Guzmán
La Jornada Maya

Lunes 13 de junio, 2016

Es difícil encontrarse en algún punto del estado y no verse cerca de algo de basura: botellas, envolturas, bolsas de plástico, trozos de utensilios domésticos, latas… en fin los residuos de nuestra vida cotidiana. Los ayuntamientos tratan de confinar la basura en áreas acotadas, pero el ciudadano de a pie suele tirarla sin ton ni son a su paso, o depositarla a la vera de los caminos, o la fauna – perros, gatos, zopilotes y “zorros” – la desperdigan en su búsqueda de alimento. Hay quienes la utilizan para rellenar y nivelar terrenos para construir sus viviendas, y quienes la dejan sin más en su solar, donde se acumula en panoramas tristes e insalubres.

La geología de la península (una planicie de roca caliza, con muy pocos suelos superficiales), hace muy difícil encontrar sitios donde se puedan establecer rellenos sanitarios viables y rentables. Los pocos que existen se construyen hacia arriba, en un irónico y triste remedo de las monumentales obras de los habitantes mayas originarios. Y los intentos para reciclar residuos, ya sea orgánicos en plantas de composta, o algunos inorgánicos, como las botellas de “PET” mediante procesos industriales, son escasos y gozan de dudosa salud.

En las viviendas rurales, y en muchos pueblos donde no se han organizado servicios de recolección de residuos sólidos, los residentes siguen disponiendo de sus recursos de la misma manera en que lo hacían cuando predominaban los desechos orgánicos, y las aves de corral, los cerdos, perros y zorros, zopilotes y demás fauna carroñera, contribuía a reintegrarlos a los procesos ecológicos del solar. Sólo que ahora la composición de los residuos ha variado: ya no son fácilmente reciclables, y se acumulan en solares y baldíos generando un ambiente cada vez más desolador y deprimente.

Como sociedad, de todo el proceso de la basura, hemos preferido olvidar tres momentos vitales, como si todo lo que importara fuese la generación, la recolección y transporte, y la disposición final. Hemos hecho de lado el problema del mercado, expresado como la envoltura innecesaria y difícilmente reciclable, vista como recurso mercadotécnico, y el desperdicio como política empresarial, basada en la falacia del "producto fresco, del día”, que manda a la basura cantidades enormes de alimentos todavía útiles para el consumo. También hemos dejado sin atender el asunto de la educación de los consumidores: seguimos prefiriendo las bolsas de plástico, los envases desechables, las latas y otros recursos de empaque que solamente contribuyen a incrementar el volumen de los residuos que generamos. Y solamente atendemos de manera marginal, y relacionada con el papel que cada tipo de residuos puede generar en el mercado, la parte correspondiente a las afamadas “tres erres”: reúsa, reduce y recicla. Seguimos, desde luego quemando residuos con singular alegría, sin consideración alguna por las partículas suspendidas en el aire, la emisión de sustancias tóxicas, los gases de efecto invernadero, o nuestra contribución personal al cambio climático.

Así las cosas, el camino a recorrer para lograr ver en nuestro estado alguna porción de paisaje sin basura, es todavía muy largo, y atraviesa por una lucha encarnizada por la educación de quienes no vemos nuestra diaria contribución al incremento del problema.

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[b]Mérida, Yucatán[/b]