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Luis Antonio Blanco Cebada*
Foto: Valentina Álvarez Borges
La Jornada Maya

Lunes 03 de julio, 2017


En la vida cotidiana pueden observarse múltiples actos que demuestran la violencia en contra de las mujeres, pese a que existen políticas internacionales a favor de la igualdad entre los sexos. Tal fenómeno social apunta hacia la de violencia de género, reforzada por estereotipos y diferentes discursos de la violencia en la vida diaria y en las políticas públicas; violencia que ejercen los hombres hacia las mujeres, pero no sobre sí mismos. Bajo dicho tenor, enuncio a continuación algunos ejemplos que he observado al respecto:

- Negar la desigualdad histórica de las mujeres en los planes de estudio de todos los niveles educativos. Lo anterior, implica aceptar de manera natural que existe una sola historia en la cual los hombres son sus principales protagonistas.

- Marginarlas como sujetos con derecho público al negarles permisos de salidas en el trabajo para el cuidado de los hijos, o señalarlas al amamantar públicamente.

- Excluirlas de forma “involuntaria” en la toma de decisiones de carácter institucional. Lo anterior apunta hacia una sutil negación de la opinión: “¡Supuse que no habría problema con tu apoyo, Mary!”, dijo el jefe.

- Reproducir el discurso masculino dominante. ¿Ha leído usted en las redes sociales las múltiples groserías propinadas en contra de Brianda, la joven chef que desapareció hace algunos días en Mérida? ¿Las hubiera recibido de haber sido hombre?

- Establecer de manera natural el término compuesto “Madre soltera”. ¿Es necesario estar casada para ser madre?

- Usar de manera instrumental los “Derechos de las mujeres”. Es frecuente que los políticos hagan referencias positivas y exageradas en discursos públicos a la necesidad de generar la igualdad entre hombres y mujeres, de cerrar la brecha de género, de combatir la violencia intrafamiliar, etcétera. ¿Acaso se trata de distingos políticamente correctos en beneficio propio? Quienes escuchan aplauden.

- Reproducir y apropiarse acríticamente de programas de gobierno, cuyo modelo de desarrollo promueve las actividades “tradicionalmente de mujeres” en las comunidades: cocina, cosmetología, tejido, y demás. Es curioso que en un país con altos índices de divorcio no se promuevan oficios ahora muy necesarios en la casa y en la vida cotidiana, tales como plomería, carpintería, mecánica, es decir “labores de hombres”. Cabe mencionar que según el Inegi, entre el año 2000 y el 2015, los divorcios aumentaron en México en un 136.4 por ciento.

- Estigmatizar e ironizar a las mujeres que defienden sus derechos: “¿Ya viste? Ahí viene la feminazi”; y/o sobre los hombres que están a favor de la equidad de género: “¡Faldero! Le pegan”.

El feminismo ha incidido en cambios en la sociedad y una de sus consecuencias negativas ha sido la efervescencia de la violencia contra lo femenino. Las demandas feministas han incitado cambios sustanciales y eso ha creado una mayor tensión para los hombres, pero también para muchas mujeres. Identificar la violencia que no cuantificamos puede ofrecernos algunas claves para comprender este movimiento.

* Socio?logo por la Universidad Veracruzana; maestro en Estudios Antropolo?gicos de Me?xico (UDLA-P). Profesor e investigador en la Universidad Intercultural Maya de Quintana Roo

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